Una cacofonía de motores acelerados de motocicletas que aceleran, trompetas tipo vuvuzela, música afrolatina y cánticos de “este gobierno va a caer” rebosó las calles de Caracas el 4 de julio en una manifestación de oposición para marcar el inicio de los 24 días de campaña oficial previos a las elecciones presidenciales.
La mayoría de los miles de personas que estaban allí para ver a María Corina Machado, la popular líder opositora venezolana, quien se ha convertido en un símbolo de resistencia al régimen autoritario del presidente Nicolás Maduro. Encaramada en lo alto de un camión y vestida con jeans, Machado lanzó besos de agradecimiento a sus excitados seguidores. “Estamos contando los días hasta que seamos libres”, gritó una mujer al pasar el convoy.
En las últimas elecciones presidenciales realizadas en 2018, Maduro consiguió la reelección descalificando a los principales candidatos y partidos de la oposición, así como desalentando el voto (la participación fue del 46%). Esta elección parece más complicada para el régimen: robársela frente a una oposición unida y aparentemente movilizada, y con una desilusión palpable entre muchos partidarios del gobierno, podría no ser fácil.
En octubre pasado, el gobierno y la oposición se reunieron en Barbados y acordaron reglas destinadas a garantizar unas elecciones más justas, con observadores internacionales. A cambio, Estados Unidos levantó las sanciones impuestas por Donald Trump a las industrias petrolera y minera de Venezuela.
Pero el gobierno se retractó parcialmente de esto. Después de que Machado ganó de manera abrumadora unas primarias de la oposición, que contaron con un gran apoyo, las autoridades confirmaron su inhabilitación para ejercer cargos públicos, durante 15 años, por motivos falsos. Luego retiraron una invitación a la Unión Europea para enviar observadores electorales, citando sus sanciones contra personas del régimen.
En el pasado, Machado, una conservadora de una familia de industriales otrora pudiente, argumentó que votar contra una dictadura no tenía sentido. Sin dejarse intimidar por su inhabilitación, esta vez ha instado a todos a votar por un sustituto: Edmundo González, un exembajador de 74 años que nunca antes se había postulado como candidato a un cargo público. En una encuesta del mes pasado realizada por Delphos, una casa encuestadora, el respaldo a González alcanzó el 52%, mientras que a Maduro tan solo un 25%.
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Machado ha recorrido todo el país durante meses, realizando actos de campaña en ciudades de provincia y pueblos rurales. El gobierno le prohíbe tomar vuelos, por lo que viaja en automóvil, barco o incluso canoa. Ahora, a menudo acompañada por González, se encuentra con una gran multitud en cada parada que hace.
Sus discursos, por lo general breves, se centran en la corrupción y la mala gestión del régimen de Maduro, cuyo gobierno ha empobrecido a Venezuela y la ha destrozado: 7.7 millones, o una cuarta parte de su población, emigró, según la ONU. El mensaje de Machado es que las elecciones del 28 de julio son una oportunidad: sea cual sea el fraude que intente el régimen, un voto de protesta masivo podría por fin derrocarlo, un cuarto de siglo después de que Hugo Chávez, el predecesor y mentor de Maduro, asumiera el poder.
Chávez, quien murió en 2013, tuvo la suerte de contar con carisma y un enorme auge petrolero. No tuvo necesidad de hacer trampa. Usó sus victorias electorales para centralizar el poder, tomando el control del poder judicial, las fuerzas militares, la mayoría de los medios de comunicación y la autoridad electoral. Maduro, un tosco exchofer de autobús, nunca ha contado con el apoyo mayoritario.
En 2015, cuando la oposición ganó de manera inesperada una elección legislativa en la última votación razonablemente justa celebrada en Venezuela, el gobierno utilizó sus tribunales títeres para debilitar la legislatura. En diciembre, organizó un referéndum para determinar si Venezuela debía anexar dos tercios de la vecina Guyana, en un intento por utilizar el patrioterismo para movilizar a las masas. Fue un fracaso. Mientras que el gobierno afirmó que votaron 10.4 millones, los observadores independientes calcularon que la cifra no superó los tres millones.
El gobierno culpa del colapso económico a las sanciones (aunque este es anterior a ellas) y acusa a la oposición de actuar en complicidad. Pero las encuestas internas del régimen muestran que en una votación justa Maduro estaría “totalmente condenado”, según una fuente del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Sin embargo, parece decidido a aferrarse al poder mediante la intimidación. Este año han sido detenidos al menos 37 activistas de la oposición.
La autoridad fiscal ha tomado medidas para cerrar cualquier hotel o incluso cafetería que Machado o González utilicen durante su campaña. Un establecimiento, un negocio familiar de venta de empanadas en un pueblo del estado Guárico, fue allanado 30 minutos después de que Machado se detuvo a desayunar. “Es injusto porque damos la bienvenida a todo el que entra”, dijo la propietaria, Corina Hernández.
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Los gobiernos de izquierda de Brasil y Colombia, que tienen relaciones amistosas con Maduro, han pedido públicamente una contienda justa. Fuera de este círculo, tan solo el Centro Carter, una ONG, fue invitado a observar la votación. Pero habrá muchos otros ojos observando, incluidos miles de voluntarios organizados por la oposición. El sistema de votación electrónica de Venezuela, que introdujo Chávez, dificulta el fraude. “Es imposible hacer fraude electrónico”, afirma Roberto Picón, quien fue uno de los dos candidatos de la oposición a la autoridad electoral hasta 2023.
El gobierno podría intentar cambiar las reglas. Hay rumores de que las elecciones todavía podrían posponerse, tal vez con la excusa de inventar un incidente fronterizo con Guyana o incluso un supuesto intento de asesinato contra Maduro. El 8 de julio, el fiscal general, Tarek William Saab, denunció que representantes de la oposición habían contactado a un grupo paramilitar colombiano. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, afirmó que la oposición intenta crear una atmósfera de “guerra civil”.
Algunos en la oposición temen que el gobierno también pueda intentar crear confusión descalificando la principal alianza opositora, conocida como Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Es uno de los tres partidos que respaldan a González. En ese caso, si un elector presiona por error la tarjeta de la MUD en la pantalla táctil de las máquinas de votación, su elección sería nula.
Semejante engaño deliberado tendría un costo. “Si quitan la tarjeta de la MUD, no veo cómo podremos reconocer el resultado de las elecciones”, dijo un diplomático europeo en Caracas. Quizás Estados Unidos haga lo mismo. En abril, el gobierno estadounidense volvió a imponer algunas sanciones debido a que el gobierno no respetó el acuerdo de Barbados.
En una reanudación de las conversaciones directas con el gobierno por medio de una videollamada realizada el 3 de julio, el gobierno de Joe Biden volvió a pedir elecciones “competitivas e inclusivas”. Maduro espera un mayor alivio de las sanciones y que el gobierno elimine una recompensa de 15 millones de dólares, impuesta en 2020, por información que facilite su arresto.
El fraude descarado también podría crear fricciones con las fuerzas militares, el máximo árbitro del poder en Venezuela. El Alto Mando se ha mantenido leal durante mucho tiempo a la memoria de Chávez, él mismo un oficial militar. Muchos generales se han beneficiado del capitalismo clientelistaque ha florecido con Maduro en el cargo.
¿Podría haber límites a esa lealtad? “Si las elecciones son robadas, estoy seguro de que la Fuerza Armada Nacional Bolivariana se unirá a la desobediencia civil”, dijo un general anónimo en servicio, en un artículo publicado en mayo por Sebastiana Barráez, corresponsal de defensa venezolana ahora en el exilio.
Es inverosímil, pero no imposible, que el gobierno pierda y acepte la derrota, para abrir lo que sería una transición complicada. En el mítin de la oposición en Caracas, un anciano observó cómo la multitud abucheó a un automóvil que pasó cubierto con logotipos del PSUV. “Aquí las dictaduras son todas iguales”, expresó. “Parecen tan poderosos. Y luego no lo son”. En todo caso, al menos Machado ha dado esperanzas a muchos venezolanos, por escasas que sean.
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