Un vasto grupo de individuos está llegando a la edad adulta. Globalmente, alrededor de 2,000 millones de personas nacieron entre 1997 y 2012 y, por ende, son parte de la generación Z. En Estados Unidos y el Reino Unido, este grupo está compuesto por una quinta parte de la población, lo que representa una porción que rivaliza con la de la generación del “baby boom”; en India y Nigeria, la cantidad de jóvenes supera con creces a las personas de edad más avanzada.
Para cada generación hay una narrativa simple: por ejemplo, que los “boomers” se moldearon por la abundancia de la posguerra o que a los millennials los transformó la crisis financiera de 2007-2009. Para los miembros de la generación Z, el punto de vista popular es que los teléfonos inteligentes los han hecho profundamente infelices y que llevarán vidas más sombrías que las de sus predecesores.
Más y más personas en Occidente aseguran a los encuestadores que los niños de la actualidad enfrentarán peores condiciones que sus padres. Los propios jóvenes se preocupan por todo, desde la dificultad para comprar una vivienda hasta los peligros que se avecinan por el cambio climático. A los sociólogos les inquieta que los integrantes de la generación Z, quienes pasaron sus años de formación haciendo doomscrolling (leyendo malas noticias en internet) y sufriendo por el miedo a perderse algo (FOMO, por la sigla en inglés de “fear of missing out”), ahora están atrapados en una epidemia de ansiedad y depresión.
Algunos políticos en Estados Unidos y el Reino Unido están considerando prohibir los teléfonos inteligentes y restringir las redes sociales para los menores de 16 años; mientras que los padres y los maestros en todos lados están intentando vigilar el tiempo en pantalla.
Todo lo anterior puede dificultar sentirse optimista sobre la generación Z. Sin embargo, cuando echas una mirada al mundo y a un conjunto más amplio de medidas, los integrantes de la generación Z están lejos de estar perdidos. En muchos aspectos, están bastante bien.
Para empezar, la narrativa popular no toma en cuenta algo importante: las casi cuatro quintas partes de los jóvenes cuya edad oscila entre los 12 y los 27 años en el mundo que viven en economías emergentes. Gracias al crecimiento y a la expansión de la tecnología, los jóvenes en lugares como Jakarta, Bombay o Nairobi están mucho mejor de lo que estaban sus padres.
Tienen más dinero, están más saludables y tienen un mayor grado de instrucción; aquellos que tienen teléfonos inteligentes están mejor informados y conectados. En una encuesta realizada por las Naciones Unidas en 2021, fue una pequeña sorpresa que los jóvenes en las economías emergentes estaban más optimistas que aquellos en los países ricos.
Aun así, en algunos lugares hay temor de que el rápido progreso de las últimas décadas podría no repetirse. Esa ansiedad es evidente en China. Debido a la incertidumbre económica y a un énfasis en la cantidad sobre la calidad en la educación superior, más de un tercio de las personas con un grado académico podrían estar desempleadas.
En los países ricos, el panorama es más favorable de lo que piensa la gente. Aquellos miembros de la generación Z que tienen un empleo (y en Estados Unidos, en la actualidad, hay casi tantos de ellos en lugares de trabajo como hay “boomers”) les está yendo bien. A esto contribuye una demanda enorme de trabajadores, así como el hecho de que los integrantes de la generación Z están adquiriendo, sabiamente, habilidades comercializables. Más de ellos buscan conseguir grados en ciencia, ingenierías y medicina; las carreras de humanidades han perdido el interés de los jóvenes.
Los salarios de la generación Z se están elevando a un ritmo mucho más rápido que los de los trabajadores de mayor edad y la tasa de desempleo juvenil en los países ricos está en su punto más bajo en décadas. En Estados Unidos, el ingreso del integrante promedio de la generación Z, después de ajustarlo por impuestos y deducciones, supera con comodidad en términos reales al de un millennial o a un integrante de la generación X cuando tenía la misma edad. Es una realidad que la asequibilidad de la vivienda ha empeorado desde la década de los ochenta.
Sin embargo, gracias al crecimiento más sólido del salario de los miembros de la generación Z, los precios de la vivienda como múltiplo de los ingresos se ubican cerca de donde estaban para los millénials hace una década. Además, los jóvenes actuales al menos tienen la posibilidad de destinar una mayor parte de su salario al ahorro.
Los integrantes de la generación Z ya están transformando el mundo laboral. Tienen poder de negociación y lo saben. Muchos millennials que llegaron a la edad adulta durante las secuelas de la crisis financiera global se sentían tan precarios que tenían miedo de pedir aumentos salariales. Los miembros de la generación Z parecen tener menos remordimiento sobre renunciar ante una mejor oportunidad o tomar las cosas con calma y disfrutar de la vida. Los jefes se quejan, ya que no están acostumbrados a estar en desventaja. Sin embargo, los trabajadores de mayor edad se sentirán discretamente agradecidos si la paga en general y las prestaciones se incrementan.
Los miembros de la generación Z moldearán a la sociedad también de otras maneras. La preocupación de los jóvenes acerca del cambio climático hará que, a medida que alcanzan la edad mínima para votar, sea más probable que los Estados emprendan acciones. De manera más amplia, los integrantes de la generación Z responden a los encuestadores que quieren un gobierno con más instituciones. Podrían cambiar de opinión cuando tengan que pagar más impuestos... o tal vez no.
Son un grupo más serio, menos dado a trasnochar, a beber alcohol en exceso y a la promiscuidad que sus mayores. También hay un lado oscuro a este respecto. Socializan menos en persona, tienen menos sexo y es más probable que afirmen que son solitarios. Las tasas reportadas de ansiedad y depresión se están elevando en gran parte de Occidente. Es posible que parte de esto refleje una mayor disposición a abrirse respecto a la salud mental. Sin embargo, otros factores desempeñan un papel.
Hasta qué punto las redes sociales fomentan la angustia mental entre los jóvenes es tema de un intenso debate. En Occidente, el aumento de la ansiedad coincide con la adopción de las redes sociales. Sin embargo, la evidencia dura de la causa es limitada y la mayor parte proviene de estudios de adultos en los países ricos.
Lo que queda claro es que la generación Z ha estado al borde de una revolución tecnológica. La velocidad con la que se adoptaron los teléfonos inteligentes y, luego, las aplicaciones de redes sociales en todo el mundo dejó a los usuarios y a los jóvenes en particular enfrentando dificultades para encontrar la mejor manera de manejarlos. Las redes sociales han traído beneficios, como entretenimiento y conectividad, pero también conllevan costos. Parte del contenido puede ser dañino y el tiempo dedicado a verlo podría haberse dedicado a estudiar o dormir.
Ok, “zoomer”
Las tecnologías transformadoras a menudo suelen tener desventajas. En el pasado, la gente se ha adaptado: piensa en los cinturones de seguridad y las normas que hicieron que los autos fueran menos letales. Es alentador que haya señales de que los hábitos en las redes sociales ya están cambiando a medida que los usuarios sopesan los costos y los beneficios.
Por ejemplo, en lugar de publicar información sobre sí mismos de forma pública, muchos se retiran a grupos privados en aplicaciones de mensajería. Hasta ahora, no hay evidencia que justifique una prohibición total de los teléfonos inteligentes para los jóvenes, aunque las escuelas deberían tener la libertad de prohibirlos en los salones de clase y los padres tienen razón en restringir el tiempo en pantalla.
Es natural que los mayores se preocupen por los jóvenes. Si eso lleva a un mejor tratamiento de la salud mental o a menos restricciones para construir más viviendas, es algo muy bueno. Sin embargo, también se deben celebrar el ingenio y los éxitos de la generación Z.
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