Igual que las tardecitas de Buenos Aires tienen ese “qué sé yo, ¿viste?”, como narraba la inolvidable “Balada para un loco” de Piazzolla y Ferrer, adentrarse en la magnética “ciudad de la furia” de Soda Stereo no sería lo mismo sin hacer una paradita en uno de sus históricos cafés, los mismos en los que se sentaron Carlos Gardel, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar.
Lugar de encuentro, a lo largo de las décadas, de escritores, músicos, tangueros, deportistas o políticos, o simplemente puntos clave de la idiosincrasia de cada barrio, más de 80 bares de la capital argentina son considerados “notables” e integran el patrimonio cultural de la ciudad, por su antigüedad, estilo arquitectónico o relevancia local.
“Hay muchos que son históricos porque la construcción data del siglo XVIII, siglo XIX, y otros que tienen una inserción cultural muy importante en la zona donde están ubicados”, relata Felipe “Toto” Evangelista, presidente de la Subcomisión de Bares Notables de la Cámara de Cafés y Bares.
Locales que “tienen ese sentir pueblerino, de bar de pueblo”, remarca, para destacar la “magia” que desprenden y que hace que el “parroquiano” se sienta en un lugar especial.
Día de los cafés
El 26 de octubre es el Día de los Cafés de Buenos Aires -aprobado en el Parlamento local en el 2000, dos años después de la figura de bar notable-. La fecha recuerda el día en que se inauguró el Café Tortoni, el más antiguo de los bares que aún persisten en la ciudad.
Fundado en 1858, desde 1894 se ubica sobre la histórica avenida de Mayo, donde se erige como uno de los mayores atractivos turísticos de la capital. En sus mesas se sentaron ilustres como Borges y Cortázar, pero también Federico García Lorca y otros tantos rostros populares. Fe de ello dan los innumerables recuerdos que cuelgan en sus paredes.
En la celebración del día, este año se hizo un recorrido en un antiguo autobús, que, a ritmo de jazz, hizo paradas en cafés del centro, la zona más castigada por las restricciones por la COVID-19, que provocó el cierre definitivo de varios notables.
Hoy, con la nueva normalidad tras la mejora de la pandemia, “se ve una recuperación muy importante”, según afirma Julián Díaz, que dirige cuatro bares, dos de ellos -Los Galgos y El Roma del Abasto- notables.
Pasado y presente
Los hay de todo tipo: billares, confiterías, muchos con sabor a tango o a fútbol, y con gastronomía argentina criolla. Desde el Café de los Angelitos, donde Gardel anotó varios de sus triunfos; pasando por Las Violetas, que fue frecuentado por la poetisa Alfonsina Storni y elegido en el 2017 como mejor Café Notable en una encuesta ciudadana, o La Biela, parada obligada frente al cementerio de la Recoleta.
“Hay una cuestión histórica y también de presente, porque si no, nos quedamos siempre en la lógica del pasado. Y lo que hemos trabajado es que vuelvan a ser lugares relevantes para la cultura y punto de encuentro para gente que hoy en día sigue escribiendo, dibujando, escribiendo guiones, pensando...”, cuenta Díaz.
Descendiente de asturianos que llegaron a Argentina hace 90 años y se dedicaron a la gastronomía, lo suyo es vocación: “Venía al colegio aquí cerca de Los Galgos, y siempre me gustó este bar y tenía afecto por los bares de viejos y con eso me fui encariñando con la idea de trabajar sobre recuperar lugares que no queríamos que se pierdan”.
“La mayoría de los encargados de los bares notables los tenemos por un sentimiento y por un sentido de pertenencia con el lugar”, agrega Evangelista, que regenta El Viejo Buzón en el barrio de Caballito.
Hijo de un inmigrante italiano, ‘Toto’ nació a pocos metros de donde está su bar, cuyo nombre eligió por el buzón ubicado frente a la puerta, al que le gustaba escaparse de niño desde la tienda cercana en la que trabajaba su padre.
El bar lo abrió hace 35 años donde había funcionado una vieja panadería, y su cercanía al Club Ferro Carril Oeste y la amistad de su hermano con algunos de los jugadores lo impregnó de ambiente futbolístico. “El primer lugar donde Germán ‘El Mono’ Burgos cantó rock fue en El Viejo Buzón. Era un karaoke al principio”, recuerda.
Y ahora, décadas después, Evangelista sigue defendiendo a capa y espada un patrimonio que es seña de identidad de la ‘porteñidad’.