La fuerza política dominante en Argentina durante al menos el último medio siglo se ha definido durante mucho tiempo más por las personalidades que por sobre políticas. Ahora, los peronistas no logran unirse en torno a un candidato para las elecciones de este año, ni siquiera el propio presidente.
Cristina Fernández de Kirchner, expresidenta durante dos mandatos y ahora segunda al mando, que mantiene un férreo control sobre el movimiento, ha dicho que no se postulará y se opone abiertamente a una candidatura del presidente Alberto Fernández, a quien eligió para encabezar la boleta electoral en el 2019.
La incapacidad de unirse en torno a un candidato ilustra el vacío de liderazgo creado por años de luchas políticas internas, con el resultado de que la coalición gobernante se enfrenta a la perspectiva de su peor resultado electoral en décadas. La disfunción en la cúpula amenaza con acumular desafíos para cualquier sucesor potencial en un momento en que el país atraviesa por una grave crisis económica.
Entrevistas con altos funcionarios y exfuncionarios del Gobierno revelan una sensación profundamente arraigada de que la derrota está en el horizonte en las elecciones de octubre, dejando al peronismo en un agudo declive, que incluso podría ser permanente.
“Hay muchas debilidades del peronismo en este momento”, dijo Mercedes D’Alessandro, exdirectora de Economía, Igualdad y Género que renunció al Gobierno en marzo del 2022. La Administración de Fernández tuvo varias victorias al comienzo durante la pandemia de coronavirus, pero no supo capitalizarlas, señaló, y “luego solamente tuvo fracaso tras fracaso”.
Reconociendo el desafío, Fernández convocó una “mesa redonda” para el 16 de febrero para definir la estrategia electoral de la coalición, a la que se espera que asistan alcaldes, gobernadores, representantes de sindicatos y movimientos sociales. Aún no está claro si el bando kirchnerista se presentará.
Fundado en la década de 1940 por el presidente Juan Domingo Perón y que adquirió relevancia internacional a través de su esposa, Eva, el peronismo es históricamente una fuerza política pro obrera con inclinaciones populistas que favorece la intervención del Estado. Pero también es conocido por su flexibilidad.
Los peronistas, que se reinventan continuamente, han gobernado Argentina durante 28 de los 40 años de democracia desde 1983, controlando la mayoría de las provincias y el Senado durante la mayor parte de ese período. Sin embargo, con más de la mitad de los niños argentinos de entre 6 y 17 años viviendo en la pobreza y una inflación cercana al 100% que desgarra el tejido nacional, hay indicios de que la capacidad de adaptación del movimiento está sobrepasando sus límites.
“En las cosas que el peronismo siempre dice son lo propio —como los salarios, el poder adquisitivo del salario, las respuestas a los sectores más vulnerables, esas cosas que el peronismo siempre dijo que son sus banderas— no las pudieron sostener”, dijo D’Alessandro.
Con las primarias programadas para agosto, las encuestas sugieren que cualquier candidato peronista podría no llegar siquiera a la segunda vuelta. La coalición opositora se enfrenta a su propia lucha interna por el poder y podría presentar dos candidatos en las primarias.
La naturaleza tóxica del Gobierno quedó en evidencia tras la victoria de Argentina en el Mundial en diciembre.
Cuando el capitán del equipo, Lionel Messi, descendió del avión con el trofeo en la mano, un dirigente del fútbol interceptó al ministro del Interior, Eduardo “Wado” de Pedro, antes de que pudiera llegar hasta los campeones, privando al Gobierno de su momento de publicidad. El desfile de la victoria en Buenos Aires al día siguiente fue cancelado debido a la masiva caravana del público, y en lugar de aceptar la invitación de Fernández al palacio presidencial, los jugadores fueron evacuados en helicóptero.
En una Argentina obsesionada con el fútbol, una Copa del Mundo puede ser de gran ayuda para desterrar el dolor económico, pero las dificultades venían de mucho antes. Kirchner y su familia han gobernado en coaliciones peronistas durante 16 de los últimos 20 años, y el saldo es una deuda creciente, un gasto en seguridad social insostenible y un aumento de los empleos informales y mal remunerados que no pagan impuestos a la renta.
Ha sido una montaña rusa para una mujer que enciende emociones desde la adoración a la furia ciega. El año pasado, Kirchner, de 69 años, sobrevivió a un intento de asesinato y fue condenada a seis años de prisión por corrupción (como vicepresidenta goza de inmunidad). Su dilema ahora es que las encuestas muestran que es demasiado impopular para ganar las elecciones presidenciales, pero sigue proyectando una sombra tan grande que el peronismo parece incapaz de seguir adelante sin ella.
“Esto nunca pasó al peronismo”, dijo Patricio Giusto, director de la consultora argentina Diagnóstico Político. Con la principal líder del movimiento condenada, cayendo en las encuestas y sin alternativas viables, “éste es el peor momento del peronismo”.
En definitiva, Kirchner seguirá siendo quien elija al candidato del movimiento o tendrá una gran influencia sobre él o ella, según antiguos y actuales funcionarios del Gobierno. Creen que se mantendrá al margen de la carrera de este año porque hizo público el anuncio. Sin embargo, con el futuro de su partido pendiendo de ella, los analistas se muestran escépticos de que sea capaz de resistirse. Al fin y al cabo, en los actos políticos sus seguidores la aclaman.
Se postule o no, el experimento político de Kirchner está en dificultades. En el 2019, anunció que Alberto Fernández —que en su día fue un estrecho aliado antes de convertirse en un crítico estridente y que nunca había sido gobernador, diputado, senador ni siquiera alcalde— encabezaría la candidatura con ella como vicepresidenta. Arrasaron hacia la victoria, protagonizando una notable remontada después de que ella dejara el poder cuatro años antes.
Fernández se ganó la confianza del electorado en 2020 por tomarse en serio la pandemia y reestructurar la deuda de Argentina con los acreedores extranjeros. Pero las luchas internas comenzaron después de que el PIB cayera un 10% y más de 130.000 argentinos murieran a causa del ovid-19. Un escándalo relacionado con quiénes recibían prioridad con las vacunas y una fiesta de cumpleaños presidencial durante el confinamiento no hicieron más que empeorar las cosas.
Los ministros leales a Kirchner amenazaron con renunciar tras ser derrotados en las elecciones legislativas de 2021, lo que obligó a reestructurar el gabinete. Luego, los congresistas de su lado votaron en contra del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que el equipo económico de Fernández había pasado dos años negociando. Esos dos acontecimientos, con seis meses de diferencia, cimentaron el final de la coalición, según los funcionarios del Gobierno.
Las disputas entre Fernández y Kirchner se han intensificado hasta tal punto que intervino la portavoz de la presidencia, Gabriela Cerruti. “No le sirve a nadie que nos estemos criticando públicamente”, dijo en una entrevista de radio el 31 de enero. “Tenemos que preservar la unidad de nuestra coalición”.
Ni Cerruti ni el portavoz de Kirchner hicieron comentarios para este artículo tras numerosas solicitudes.
Desde el pasado mes de junio, seis ministros, la mayoría afines a Fernández, han renunciado, mientras que la inflación se ha disparado del 64% al 95%, mermando los salarios y aumentando la pobreza extrema; esta última es posiblemente la acusación más contundente contra el Gobierno peronista. En la década de 1970, la pobreza en Argentina era inferior al 10%; ahora es de casi el 40%.
Los líderes de la oposición acusan al Gobierno peronista de acumular problemas financieros para la próxima Administración. El balance de la deuda a corto plazo del banco central ha aumentado de 679,000 millones de pesos (US$ 3,700 millones) al comienzo del Gobierno de Fernández a 8,3 billones de pesos. Argentina también tiene que empezar a pagar a los acreedores de Wall Street en el 2024, después de que el Gobierno reestructurara los pagos más allá de este plazo.
Todo ello alimenta la sensación de que el peronismo para los pobres propugnado por Kirchner está llegando al final del camino. Sin embargo, la coalición opositora liderada por el expresidente Mauricio Macri también tiene dificultades para unirse en torno a un candidato electoral, lo que abre la puerta a sangre nueva.
Uno de los aspirantes es Javier Milei, un diputado de extrema derecha que obtuvo votos en los bastiones peronistas durante las elecciones legislativas del 2021 y ahora se presenta a las presidenciales. Milei defiende un mensaje de ruptura con el sistema, sin propuestas políticas concretas, que enfurece a su base, mayoritariamente joven y masculina. Los analistas afirman que representa una amenaza tanto para el peronismo como para la oposición.
“Es un voto de rabia”, dice Jimena Blanco, responsable para América de la consultora Verisk Maplecroft. El principal atractivo de Milei es que “al menos no es ninguna de las otras dos opciones”.
Aun así, se especula que el ministro de Economía, Sergio Massa, de alto perfil, podría presentarse como la última esperanza del peronismo. Y la historia demuestra que nunca hay que descartar al peronismo: sus muchas encarnaciones le han permitido eclipsar a todos los demás partidos políticos de Argentina.
Pero tanto zigzagueo corre el riesgo de dejarlo sin identidad.
“El peronismo es un caso de supervivencia”, afirma Roy Hora, historiador argentino. Pero en su forma actual, “me parece que hubo poca capacidad de encontrar un lugar para Argentina y el peronismo en el siglo XXI”, añadió. “A todos en el algún momento les llega su momento de dejar el centro de escenario, de retirarse”.