Por Mac Margolis
Bajo el mal gobierno de Nicolás Maduro, Venezuela se ha inventado una moneda falsa (el petro), controles de precios fantasiosos y un presidente de contrabando para su Asamblea Nacional. Ha llegado la hora del falso capitalismo.
Ahora que la economía se cae a pedazos y millones de personas escapan del país, el heredero y protector de lo que Hugo Chávez llamó el socialismo del siglo XXI ha permitido que el alguna vez tabú del dólar inunde el mercado. Las empresas privadas, otrora enemigas de la revolución, venden lujos como ron de diseñador y carros importados. La escena de fiestas de Caracas está que arde. Maduro incluso está coqueteando con la privatización de PDVSA, la joya de la corona bolivariana.
Entonces, ¿se trata de una conversión en el lecho de muerte al libre mercado o el giro de un reservado sobreviviente al capitalismo autoritario para salvar el capitalismo? Ni lo uno ni lo otro. El motivo más probable para el interés de Venezuela en las prácticas del libre mercado es la anomia acompañada del oportunismo, con algo de delincuencia.
La primera parte no es ningún misterio. “No hay un cambio de política escrito detrás de estas maniobras,” asegura el economista venezolano Juan Nagel, quien enseña en la Universidad de los Andes en Santiago, Chile. Una explicación mejor, asegura, es que el gobierno está tan vacío que se ha quedado sin herramientas para mantener el control sobre la economía. “Se necesita una burocracia paga y en funcionamiento para hacer cumplir los controles de precios, recolectar los impuestos y hacer seguimiento a los contratos, y muchas de estas personas ya han salido del país”, asegura Nagel. “El gobierno simplemente ya no está mirando”.
Tanto mejor para los venezolanos adinerados. El desbarajuste ha ayudado a algunos negocios, especialmente los de ventas minoristas, a volver a ganar dinero. Ya sea en giros de los expatriados o envíos desde Rusia, los dólares están entrando. El economista líder de Oxford Economics, Carlos de Sousa, calcula que ahora la mitad de las transacciones del país se realizan en efectivo, de euros y dólares a reales brasileños y pesos colombianos. Los bancos cobran a los jugadores pesados una tarifa mensual de 1% o 2% por guardar sus reservas de monedas duras en sus bóvedas. La clase media alta, libre de las molestias de la escasez, vuelve a vivir por lo alto.
Mientras los venezolanos menos afortunados tienen poco que celebrar, la reciente caída en el cumplimiento de los controles de precios ha facilitado la escasez crónica que vaciaba los escaparates y convertía los viajes a las tiendas de abarrotes en búsquedas del tesoro. La inflación anual se ha desacelerado considerablemente, de 21′688,844% en el año completado en enero del 2019 a 7,374% para diciembre, informa Oxford Economics. El producto interno bruto se sigue contrayendo, pero a un ritmo mucho más lento. Nadie espera que los 4.6 millones de Venezolanos que han huido del país se apresuren a volver, aunque algunos lo han hecho atraídos por los dólares. No obstante, los US$ 4,000 millones al año que se calcula envía la diáspora a amigos y familiares en casa ayudan a aliviar las carencias. Más importante aun para Maduro, cada dólar que envía un expatriado es un dólar menos que debe gastar su régimen en bienestar para los venezolanos, por no mencionar una bienvenida fuente de efectivo a través de impuestos y tarifas sobre las remesas para un régimen acorralado por las sanciones de EE.UU.
En la república bolivariana, sin embargo, no todos los descontentos son iguales.
Mantener a los de bolsillos más profundos en burbujas de placer es un seguro contra un motín en la parte más alta de la pirámide. “La mayoría de los venezolanos con mucho dinero son aliados del régimen”, me dijo De Sousa. “Tenían inversiones en el extranjero antes de las sanciones de EE.UU. y ya no pueden mover su dinero. Todos se ven obligados a poner su dinero en Venezuela. Para ser rentables, necesitan deshacerse de los controles de precios”.
Maduro también ha hecho todo lo posible para complacer a otro grupo poderoso: los burócratas, los operadores políticos, los oficiales militares y la variedad de delincuentes a los que ha agasajado con empleos, concesiones públicas e incluso autoridad sobre los cargos burocráticos básicos, como escribieron hace poco Moisés Naim y Francisco Toro. Olvídense del socialismo del siglo XXI: esta es una clásica baronía de bandidos.
El truco de este arreglo es relajar las reglas y mirar hacia el otro lado ante las violaciones, a fin de promover las empresas en las sombras, pero nunca transcribir esas prácticas para convertirlas en política o en ley. “Sabemos que muchos venezolanos han sufrido y mueren de hambre. Sin embargo, también hay muchas personas que se han beneficiado de las maniobras de Maduro”, asegura Monica de Bolle, miembro sénior del Instituto Peterson para la Economía Internacional. “No son reformas, son bocados para los compinches. Todo es un acto de equilibrismo”.
Para mantener el control, Maduro intenta preservar la imagen del socialismo revolucionario aun mientras se le sale de control. Al caso, también lo hacen algunos de los enemigos internacionales más estridentes del gobierno, quienes han invertido en la idea de que Venezuela es el último bastión socialista en América del Sur. De ahí el extraño consenso que une a los devotos bolivarianos, quienes admiran a Maduro como un insurgente y un baluarte izquierdista contra el imperialismo, con su archirrival Donald Trump, para quien Maduro es un “dictador socialista” cuyo “control sobre la tiranía será aplastado”, como dijo en su discurso del Estado de la Unión el miércoles.
El líder de la oposición venezolana y presidente en la sombra, Juan Guaidó, es más consciente, pero quedó atrapado en el medio cuando llevó su caso a favor de la diplomacia democrática a la política venenosa de Washington. Trump, en su discurso, festejó a Guaidó como un rebelde por la libertad democrática, solo para cancelar abruptamente una reunión programada en el Despacho Oval al día siguiente, después de que el senador republicano Mitt Romney votara a favor de su destitución.
La oposición de Venezuela también está inquieta por la repentina afinidad de Maduro por el espíritu del capitalismo. Guaidó y sus patrocinadores han pedido durante mucho tiempo mercados más libres y reglas más relajadas para la inversión extranjera, especialmente en la exploración petrolera. Lo que quieren evitar es que Maduro haga un llamado a la reforma y, peor aún, que capture los beneficios.
No todos los especuladores de Venezuela se sienten cómodos con su solución alternativa. El colapso de PDVSA ya ha obligado al gobierno a ignorar las restricciones constitucionales sobre el capital extranjero y a ceder las operaciones a sus socios internacionales, como la importante petrolera estatal rusa Rosneft. Ahora, esos mismos socios quieren convertir la regla de facto en escrita, una paradoja que ha convertido a Moscú en una voz líder para los mercados libres y el estado de derecho. “Las empresas extranjeras quieren seguridad jurídica”, dice De Sousa.
Es posible que el régimen sordo en Caracas no atienda su llamado más que al 82% de los venezolanos que el año pasado dijeron que querían que Maduro se fuera para el 2020. Las maniobras de mercado de Maduro muestran a un líder que quiere tener su revolución y también venderla. Para un país que ha perdido el 65% de su riqueza nacional desde el 2013 y ha visto un aumento en la pobreza extrema del 10% de la población en el 2014 al 85% en el 2019, el alivio sigue siendo una ilusión. El liberalismo de ersatz no cambiará eso.