Tras un 2023 lleno de catástrofes climáticas, 2024 parece tener prisa por superarlo, con ríos atmosféricos en California, incendios forestales en Chile, sequía en España y mucho más solo en las primeras semanas. Mientras la humanidad no alcanza sus objetivos para limitar el calentamiento global, la naturaleza nos recuerda que cada décima de grado de calor que podamos evitar será preciosa.
Mientras Joni Mitchell cantaba “I’ve looked at clouds from both sides now” (Ya he mirado las nubes desde ambos lados) en los premios Grammy en el Crypto.com Arena de Los Ángeles el domingo por la noche, las nubes afuera descargaban más de 10 centímetros de lluvia sobre la ciudad en 24 horas. Más de lo que suele llover en todo febrero. Desde Santa Bárbara hasta San Diego se produjeron peligrosas inundaciones y deslizamientos de tierra. Más de medio millón de hogares quedaron sin electricidad.
Todo ello fue el resultado del último “río atmosférico” que ha azotado California este invierno; la costa oeste ha registrado tres en unas dos semanas. Estos gigantescos manantiales en el cielo pueden contener hasta 15 veces más agua que el Misisipi. Pueden ser beneficiosos, como lo fueron hace un año, cuando una serie de ellos ayudaron a rehidratar el reseco estado.
Pero también pueden ser mortales. Y como el aire caliente retiene más agua, el cambio climático los está volviendo más grandes y potencialmente más destructivos. Un estudio sugiere que el cambio climático hará que los futuros ríos atmosféricos tengan hasta un 40% más de precipitaciones.
Otros lugares harían cualquier cosa por tener un río atmosférico en este momento. Más de 100 personas han muerto, y cientos más están desaparecidas, como consecuencia de un incendio forestal en Chile que hasta ahora ha quemado más de 6,500 hectáreas.
Es verano en el hemisferio sur, la temporada típica de incendios forestales en Chile. Pero el cambio climático, junto con el fenómeno meteorológico de El Niño en el Pacífico oriental, han contribuido a la peor megasequía de la región en un milenio, junto con el fuerte aumento de las temperaturas estivales, tras niveles de calor históricos el invierno pasado.
Todavía es invierno en Cataluña, pero la semana pasada las autoridades declararon emergencia hídrica en Barcelona y sus alrededores ante el descenso de los embalses a niveles peligrosos tras cerca de tres años de sequía. Una vez más, el cambio climático juega un papel importante. A pesar de que provoca que las tormentas contengan más humedad en algunos lugares, hace que zonas secas como España sean aún más secas.
Esto sigue a un año de incendios forestales en Canadá, Hawái y Grecia; inundaciones en Libia y Vermont; un ciclón en Malaui y Birmania; y mucho más. Según un recuento, las catástrofes provocadas por el clima mataron al menos a 12,000 personas el año pasado.
Al menos 4 millones de personas han fallecido en todo el mundo en los últimos 20 años como consecuencia del cambio climático, según un estudio publicado la semana pasada por el biólogo Colin Carlson, del Centro Médico de la Universidad de Georgetown. Y probablemente sea una cifra muy inferior a la real, ya que excluye muchas enfermedades y el impacto de los incendios forestales.
Los costos económicos son enormes. El año pasado, solo en Estados Unidos se produjeron 28 desastres naturales que costaron US$1.000 millones o más, un récord, según los Centros Nacionales para la Información Ambiental de la NOAA. Entre los ríos atmosféricos y las brutales incursiones del vórtice polar —también posiblemente más probables por el cambio climático— desde que empezó el año, 2024 va camino de ser otro año históricamente destructivo.
Puede que escribir todo este catastrofismo sea más agotador que leerlo. Pero es importante ponerlo todo en contexto: es probable que termine siendo un interludio relativamente agradable, dado el aumento del calentamiento global que se avecina.
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Hasta ahora, la Tierra solo se ha calentado alrededor de 1.2 °C por encima de los promedios preindustriales. Cada décima de grado que subimos el termostato global aumenta el caos atmosférico y amenaza con puntos de inflexión que podrían alimentar exponencialmente más calentamiento y destrucción. Teniendo esto en cuenta, los líderes mundiales reunidos en la conferencia de las Naciones Unidas sobre el clima, celebrada en París en 2015, se comprometieron a limitar el calentamiento a 2 °C, con el objetivo ambicioso de intentar mantenerlo en 1.5 °C.
Por el momento, estamos fracasando: las políticas actuales apuntan a un calentamiento de aproximadamente 2.7 °C para finales de este siglo. Algunos observadores, como el ex científico de la NASA James Hansen, afirman que limitar el calentamiento a 1.5 °C es imposible. El plazo para alcanzar ese objetivo se está acabando, y los científicos nos dan menos de una década para cambiar las cosas. Algunos incluso afirman que 2 °C es una causa perdida.
Uno de ellos, el multimillonario filántropo y fundador de Microsoft, Bill Gates, aseguró recientemente: “El mundo no se acaba en 2 grados”.
Quizás fue un esfuerzo por expresar el tipo de optimismo que la humanidad necesita para dedicar las horas difíciles a evitar un verdadero fin del mundo. Y Gates tiene razón en el sentido de que el mundo seguirá orbitando alrededor del Sol cuando la temperatura sea 2 °C más alta. Incluso seguirá albergando a seres humanos.
Pero esos seres humanos estarán cada vez más amenazados y serán cada vez más desgraciados. Dado lo peligroso que se ha vuelto el mundo con solo 1.2 °C de calentamiento, no podemos quedarnos indiferentes ante la posibilidad de un peligro aún mayor. Cada nuevo desastre debería ser un incentivo para hacer todo lo posible para evitar cosas mucho peores.
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