Por la noche, en esta pequeña aldea cerca del río Assua en Brasil, la selva tropical reverbera. El sonido de los generadores por momentos compite con el del bosque, señal de que aquí hay gente. Hasta hace poco, el pueblo juma parecía destinado a desaparecer como innumerables otras tribus amazónicas diezmadas por la invasión europea.
A finales de la década de 1990, la última familia que quedaba estaba formada por tres hermanas, Boreá, Mandeí y Maytá y su padre, Aruká, de unos 50 años. En 2021, Aruká murió de COVID-19 y provocó obituarios como el del The New York Times que decía que el “último hombre de su tribu” había fallecido, lo que puso a los juma, una sociedad patriarcal, al borde de la extinción. O al menos eso parecía.
Las hermanas y su padre tenían otro plan
“Me interesé en intentar reunir más fuerzas”, dijo Mandeí Juma. “Así que comencé a asumir el rol de líder, la primera mujer en hacerlo. Mis hermanas y mi padre me animaron a asumir el cargo”.
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De hecho, fue la primera mujer en convertirse en jefa en esta parte de la Amazonía. En el brazo izquierdo tiene el tatuaje del arco y la flecha de su padre. El arco y las flechas reales están en su casa y son mostrados con orgullo a los visitantes.
Durante una reubicación forzada previa en sus vidas, Mandeí y sus hermanas tomaron la decisión de casarse con hombres de otras tribus y mantener el linaje de su pueblo a pesar de una tradición patrilineal.
Hoy, contra todo pronóstico, los juma se recuperan. En su territorio, a dos horas de viaje en una embarcación desde la carretera más cercana, su aldea está llena de vida.
Niños de diferentes edades juegan en el río. La gente pesca con redes y cañas y regresa al agua los peces pequeños. Las mujeres muelen yuca para hacer harina, manualmente, con lo que ahorran el escaso combustible para los generadores durante la noche. Otros salen a cazar.
A lo largo del día, la gente se reúne en una maloca elevada, o edificio común, diseñado al estilo tradicional juma, para comer, atender a sus guacamayas y loros, descansar en hamacas durante las horas más calurosas, triturar yuca y revisar mensajes de WhatsApp en sus celulares conectados a internet mediante una antena parabólica.
Aruká, el padre de la mujer, está enterrado bajo la maloca. Mandeí ha sido jefa de los juma durante más de una década y recientemente dejó el puesto a su hermana mayor, Boreá. Hace mucho dejó atrás su adaptación inicial a los viajes y el liderazgo.
“Como éramos pocos, la gente no nos reconocía, no nos respetaba”, dijo. “Nunca había habido una lideresa. Y entonces la gente vino a decirme: ‘No debiste haberlo asumido porque eres mujer’”.
Al principio le dolió. Luego dejó de importarle. “Me adapté para buscar soluciones para nuestro pueblo”, expresó.
El Territorio Indígena Juma, aproximadamente del tamaño de Las Vegas, está cubierto por un antiguo bosque lluvioso tropical amazónico. Una prioridad máxima es proteger su territorio, ubicado en el sur del estado de Amazonas, un punto crítico de acaparamiento de tierras y deforestación ilegal.
Mandeí teme que puedan ser invadidos de la misma manera que la aldea uru-eu-wao-wao donde ella creció. Alguna vez inmersa en el bosque, ahora está rodeada de tierras de pastoreo con pastos plantados ilegalmente por invasores no indígenas.
“Regresé allí de visita y el bosque...”, se detuvo, llorando. “Es muy doloroso; eso es lo que no queremos que suceda aquí”.
La pavimentación prevista de un camino junto al territorio aumenta la probabilidad de que sean invadidos por acaparadores de tierras. La expansión de la ganadería y del cultivo de soja en toda la región cambian palpablemente el medio ambiente y tienen un impacto negativo en su forma de vida tradicional.
“El río ya no se llena de agua como antes ... El agua no debería secarse tanto como esto. Hace mucho más calor; antes no era así. Nuestra preocupación es esta: ¿Por qué sucede esto? Por la deforestación”, dijo.
Para protegerse contra eso, los jóvenes, incluido Puré, el sobrino de Mandeí, patrullan el territorio en botes. Utilizan drones donados por Kaninde, una organización indígena local sin fines de lucro, para monitorear las áreas más remotas contra madereros, cazadores furtivos y pescadores.
“En cierto modo rompí las reglas de la antropología y seguí el linaje de mi madre”, dijo orgulloso Puré, de 22 años, a la AP en una entrevista en la maloca. “Si no me identifico como juma, ¿quién más lo hará?”.
Su madre, Boreá, se casó con un hombre de la etnia uru-eu-wau-wau. Por tradición entre los indígenas brasileños, fue registrado con el nombre de la tribu de su padre como apellido. Pero cuando tenía 15 años fue a la Funai, la Fundación Nacional del Indio, y exigió agregar el de la tribu de su madre. Ahora su nombre completo es Puré Juma Uru-Eu-Wau-Wau.
Dos de sus primas también adoptaron Juma como apellido: Ana Índia y Shakira, esta última nombrada así por la cantante colombiana.
Lo más probable es que los juma fueran unos pocos miles antes del contacto, pero resistieron a los invasores no indígenas y sufrieron varias masacres como represalia. La última ocurrió en 1964, por orden de un comerciante local, como lo describe un libro del misionero alemán Günter Kroemer.
Se estima que mataron a 60 personas, incluidos niños. Aruká, uno de los pocos supervivientes, perdió a su padre. Su madre murió años después de malaria, una enfermedad introducida en la Amazonía por gente no indígena.
En 1998, cuando los últimos seis juma luchaban por sobrevivir, la Funai los transfirió a una aldea uru-eu-wau-wau ubicada a unos cientos de kilómetros de distancia.
A pesar de compartir el mismo idioma —kawahíva_, los mayores tuvieron dificultades para adaptarse. A pocos meses de la llegada, la hermana de Aruká y su esposo murieron de tristeza, según relata el sitio web de noticias Amazonia Real.
Aruká, infeliz e inquieto, presionó a la fundación indígena para regresar a su aldea natal con sus tres primeras hijas, el lugar que eventualmente sería reconocido oficialmente como juma y que volvería a la vida.
Para Mandei, la lengua de su pueblo también ha sido clave para su supervivencia. Invitó a un lingüista, Wesley dos Santos, a visitarlos en 2019. Como parte de esta colaboración, se creó un diccionario multimedia para celulares inteligentes, junto con una colección en línea de archivos digitales con narrativas, monólogos y canciones tradicionales en lengua juma.
El kawahiva es un idioma amazónico en grave peligro de extinción, hablado por aproximadamente 560 personas con 8 variaciones, incluido el juma, explica Santos, estudiante de posgrado de la Universidad de California en Berkeley.
A pesar de todos estos logros recientes, Mandeí sigue preocupada —una palabra que repitió 10 veces durante la entrevista— por el futuro de los juma. Los 24 habitantes de su aldea son todavía muy pocos y piensa que no hay suficientes hombres juma para aumentar su población. Más que nunca, las tres mujeres luchan por cómo transmitir las tradiciones de los juma a las generaciones siguientes.
“La mayor responsabilidad que comparto con mis hermanas es no perder la cultura juma tal como nos la enseñó nuestro padre”, dijo Mandeí.
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