A Natalia Arno le cuesta permanecer inmóvil de pie durante un tiempo. Su lado derecho se entumece, como su espalda o su cara, desde que fue envenenada hace cinco meses, como tantos activistas y opositores rusos.
Todo ocurrió a inicios de mayo en Praga. “La puerta de mi habitación de hotel estaba entreabierta” y dentro flotaba un “olor desagradable”, asegura la presidenta de la oenegé Free Russia Foundation, de 47 años, desde París.
La activista busca primero en vano micrófonos espías, y se ríe incluso de sí misma por una inquietud que estima infundada. Pero hacia las 05H00 de la madrugada, se despierta con fuertes dolores en la boca.
Arno decide volver a Estados Unidos, donde vive, para consultar con su dentista, pero durante el vuelo el dolor se propaga por las “axilas, pecho, oídos, ojos, piernas”. “Es como si todos mis órganos me fallaran uno a uno”, recuerda.
Las pruebas revelan que estuvo expuesta a “una toxina nerviosa, lo que no puede llegar de forma natural”. “Mis nervios han sido quemados. Quizás se regeneren de aquí a un año”, espera la activista, con una mirada decidida.
Una investigación sobre envenenamiento está en curso en Estados Unidos, así como en Alemania, donde se encontraba antes de su estancia en Praga.
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Además, una periodista rusa en el exilio, presente como ella en Berlín en una reunión con el opositor ruso Mijaíl Jodorkovski, también enfermó.
Una tercera mujer, residente en Georgia, también teme haber sido envenenada a finales de 2022 en Tiflis, símbolo de una creciente amenaza para la sociedad civil.
Natalia Arno padece una polineuropatía, “el mismo diagnóstico que Vladimir Kara-Murza”, señala.
Este opositor político, condenado en abril a 25 años de prisión por “alta traición” por haber denunciado la invasión rusa de Ucrania, fue envenenado en 2015 y 2017, afirma su esposa.
“En ambas ocasiones, le dieron un 5% de posibilidades de sobrevivir. Pero sobrevivió a pesar de todo. Aprendió a andar de nuevo y a usar una cuchara”, dice Evguenia Kara-Murza, 42 años.
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Los “largos tentáculos” de Putin
La mujer, citando una investigación periodística, atribuye el envenenamiento de su marido al “mismo equipo” involucrado en el de Alexéi Navalni, principal opositor ruso y en prisión. “Asesinos al servicio de Estado ruso”, resume.
La Rusia de Vladimir Putin se construyó en base a la “agresión” y la “intimidación”, estima. “Si no usase estos métodos de represión, no existiría”, opina con su voz dulce, pero firme.
Evguenia Kara-Murza denuncia que su marido se encuentra encarcelado en un centro en Siberia desde septiembre en régimen de aislamiento, pese a su enfermedad, con el riesgo de sufrir una “parálisis”, algo a su juicio ilegal.
Para Natalia Arno, los activistas de derechos humanos constituyen “objetivos fáciles” para el Kremlin, cuyos “largos tentáculos” llegan a Occidente.
El hecho de estar en el punto de mira fuera de Rusia “muestra que somos eficaces, que les molestamos”, subraya la activista, quien afirma haber sido acosada en varias ocasiones antes de exiliarse en 2012.
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“Cuando tuve que salir de Rusia, fue a punta de pistola” blandida por “agentes del FSB”, los servicios secretos rusos, explica.
“El envenenamiento es algo nuevo para mí. Pero no voy a volverme paranoica y prestar atención a todo lo que como y bebo”, agrega.
Natalia Arno y Evguenia Kara-Murza asistieron el pasado fin de semana en París a una reunión con un centenar de activistas rusos.
“Para la cena de inicio, reservamos un restaurante en secreto y comunicamos el lugar a último momento”, declara Olga Prokopieva, vocera de la oenegé Russie Liberté, organizadora del evento.
La organización recomendó beber únicamente botellas cerradas, pero los participantes “no tenían miedo”, asegura. “Esto no les va a detener”.
Evguenia Kara-Murza lo tiene claro: “Voy a hacer todo lo posible para llegar al día en que este régimen colapse (...) porque alguien a quien amo está detrás de los barrotes en Rusia”.
Fuente: AFP
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