Medio Oriente y el norte de África, particularmente expuestos a los impactos del cambio climático, experimentan temperaturas extremas, lo cual no impide que en países como Irak, Siria, Túnez y Arabia Saudita haya personas obligadas a trabajar bajo un calor agobiante.
Herrero en Siria: “el calor nos mata”. En su modesto taller de la ciudad de Idlib, en el noroeste de Siria, Murad Hadad forja hierro entre llamas.
“Fabricamos con nuestras propias manos. Nos levantamos temprano para evitar el calor”, explica el hombre, de 30 años.
Con sus cinco hermanos, se reemplazan en el trabajo para perpetuar el oficio heredado de su abuelo, bajo un calor canicular.
“Mi vida es sufrimiento”, se lee en un tatuaje de su antebrazo, mientras forja un fragmento de hierro.
Con frecuencia se quita la camisa para secar las gotas de sudor que acumulan sobre su barba y bebe un sorbo de té bajo un viejo ventilador de techo.
“Estamos frente al fuego cinco o seis horas, hasta las dos o tres de la tarde, y eso nos consume”, dice. “El calor nos mata. Tengo seis hijos y apenas puedo satisfacer sus necesidades. Pero si no trabajamos no nos alcanza”, agrega.
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Entregador de comida en Bagdad: 50°C en el asfalto
Con 30 años, Maula al Tai distribuye comida en Bagdad en su ruidosa moto. Cuando el termómetro supera los 50°C, como ocurrió a inicios de la semana, es uno de los pocos que se aventura por las calles desiertas.
“A veces tenemos 52, 53, 54 grados. No es normal. ¡Nadie puede soportar eso!”.
Para protegerse del calor, usa un pasamontañas que le cubre la boca y la nariz.
Irak, uno de los cinco países más expuestos a los efectos del cambio climático, según la ONU, experimenta su cuarto año consecutivo de sequía.
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En Túnez, la canícula en el campo
Munjia Deghbuj, de 40 años, vive en el pueblo tunecino de El Hababsa, una de las prósperas regiones agrícolas de la región de Siliana, en el noroeste del país.
Fue consultado el 27 de julio en un periodo de canícula tan intenso como poco frecuente en Túnez, con temperaturas que rozaron los 50 ºC a la sombra.
Munjia modificó sus horarios y se levanta cada día al alba para ir al trabajo, con una cantimplora y sus provisión de comida.
Recorre unos 7 kilómetros a pie hasta su terreno, donde cultiva pimentón y sandía.
“Me levanto a las cuatro de la mañana, preparo mi canasta y el desayuno para mis niños. Me voy a pie a las cinco de la mañana para trabajar hasta las dos de la tarde y regreso a pie”, cuenta.
“Empezamos a trabajar muy temprano, con la esperanza de regresar antes de que la temperatura sea muy alta”.
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En Irak, bombonas de gas cargadas en la espalda
En Nasiriya, en el sureste de Irak, hizo 51°C a comienzos de la semana. Atheer Jasim, de 40 años, es distribuidor de gas. Y cuando regresa a casa tras una jornada bajo la canícula, constata con frecuencia... que no tiene electricidad, pues en Irak los cortes son frecuentes y pueden durar hasta 12 horas al día.
Cuando se siente agitado, Atheer, padre de ocho niños, hace una pausa de “cinco o diez minutos”.
“Me echo agua en la cabeza, descanso y vuelvo a salir”, cuenta.
Distribuye bombonas de gas a los particulares, cargándolas a hombros desde su camioneta. Pese se niega a bajar el ritmo, pues desea que sus hijos “terminen sus estudios”.
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Duchas de agua fría para las guardavidas saudíes
En el este de Arabia Saudita, las estaciones balnearias del Golfo ofrecen un respiro en medio de la canícula. Pero para los socorristas, hombres y mujeres, las jornadas son largas.
“Tratamos de mantenernos en forma cuando trabajamos bajo altas temperaturas”, dice Amani al Felfel, una mujer que trabaja desde hace más de diez años en Jobar, donde las temperaturas pueden subir hasta 50°C. “Nos ayudamos. Si una está cansada, otra la reemplaza”.
Tomar duchas es una buena manera de refrescarse durante jornadas de trabajo de ocho o nueve horas en una moto acuática o recorriendo la playa.
Y lo mismo al terminar el día. “Cuando vuelvo a casa me ducho con agua bien fría. Eso me relaja y me hace olvidar el calor”, explica.
Fuente: AFP
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