Durante sus cuatro años como vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, discreto y leal, se ha convertido en el perfecto compañero de fórmula del impredecible presidente Donald Trump, como anclaje con los valores del conservadurismo republicano tradicional.
“Soy un cristiano, un conservador, y un republicano, en ese orden”, subrayó como contundente declaración de principios al aceptar la nominación como candidato a la vicepresidencia en el 2016.
Trump sorprendió al escoger a Pence, entonces un poco conocido gobernador republicano de Indiana, para que le ayudase a reconciliarse con el núcleo tradicional del partido.
Y en los últimos cuatro años, el vicepresidente ha cumplido sin salirse nunca del guion.
“(Esto no va de) republicanos o demócratas. La decisión en estas elecciones se trata de si Estados Unidos sigue siendo Estados Unidos”, remarcó Pence este miércoles, al aceptar la candidatura republicana para servir cuatro años más como vicepresidente estadounidense.
Pence suele encarar sus intervenciones como un predicador, alejado de las cuestiones partidistas, más un servidor de Dios que un funcionario público.
Cómodo fuera de los focos
Si Trump cuenta con el carisma volcánico y una pasión sin igual por los focos, el vicepresidente, calmado y siempre respetuoso, es todo lo contrario: disfruta y vive cómodo en el segundo plano.
“Pence ha construido el más raro de los activos en esta Administración, y es una relación duradera y cercana con el presidente. La palabra clave aquí es duradera”, apuntó Tim Phillips, presidente del grupo conservador Americans for Prosperity, en declaraciones al Washington Post.
Incluso durante uno de los momentos más complicados de la presidencia de Trump, el proceso de juicio político abierto en su contra en la Cámara de Representantes por la oposición demócrata por obstrucción a la justicia y abuso de poder, el vicepresidente mantuvo la calma.
Algo nada fácil ya que de haberse producido la destitución, rechazada finalmente por la mayoría republicana en el Senado, le hubiese correspondido asumir el cargo.
Buen conocedor del Congreso
“Mike Pence es desde luego un buen hombre, pero a la vez es uno que sabe cómo sobrevivir en el a menudo brutal mundo de la política”, señaló Douglas MacKinnon, exfuncionario de la Casa Blanca con los presidentes Ronald Reagan y George H.W. Bush, en un artículo publicado en el portal The Hill.
Pese a su insistencia en los valores y cuestiones divinas, Pence es también diestro en el arte de las relaciones humanas del Capitolio, donde conoce todos los entresijos, salones y túneles.
Congresista por Indiana entre el 2003 y 2013, cuenta con buenas conexiones de esa década larga en Washington, donde batalló por la disciplina fiscal, un Gobierno federal con menos peso, una política de defensa fuerte y una agenda social rigurosamente conservadora.
Pence siempre fue visto como una “opción de consenso” que puede actuar como enlace entre el aparato del partido y el poderoso sector evangélico.
A Trump, mientras, siempre se le ha contemplado como un conservador de escasa credibilidad.
De hecho, el presidente en el pasado apoyó a demócratas, se mostró abierto en temas divisores como el aborto y va por su tercer matrimonio, con un historial sentimental repleto de escándalos, incluidas actrices pornográficas como Stormy Daniels.
Casi el opuesto de Trump es la biografía sentimental de Pence, casado hace más de 30 años con su esposa, Karen, educadora y pintora de acuarelas, con quien tiene tres hijos y donde no hay un solo nubarrón.
Nacido de padres de origen irlandés en 1959 en Columbus (Indiana), Pence creció y cursó todos sus estudios, incluida su licenciatura en Derecho, en ese estado eminentemente agrícola del Medio Oeste de Estados Unidos, considerado históricamente un feudo republicano.
Su hermano mayor, Greg, es actualmente legislador en el Congreso federal por ese mismo estado.