El candidato que lidera la carrera presidencial de Argentina, Javier Milei, tiene algunas ideas poco ortodoxas sobre la política monetaria (quiere abolir los bancos centrales), sobre la política económica (es libertario) y sobre las mascotas (tiene cinco perros clonados). Una de sus propuestas, sin embargo, es de simple sentido común: dolarizar la economía argentina.
El caso de la dolarización es sencillo: desde 1980, según un indicador, Argentina ha tenido una tasa de inflación anual promedio de más del 200%. Sectores significativos de la economía ya se han movido hacia el uso de dólares e, incluso, de la criptografía. ¿Por qué no ir hasta el final y darle a la economía una moneda estable, una que sus políticos no puedan manipular? A los argentinos les resultaría más fácil salvaguardar sus ahorros, los cálculos económicos serían más sencillos y se alentaría la inversión extranjera.
Además, se espera que el peso caiga un 70% el próximo año, lo que no sería precisamente una señal de cambio. Por las razones que sean, la economía política de Argentina tiene algunas características que no conducen a la estabilidad monetaria ni a la responsabilidad fiscal, por lo que es poco probable que un mayor ajuste solucione el problema. Es necesario tomar medidas drásticas.
LEA TAMBIÉN: Inversores en Argentina se preparan para más caídas tras semana agitada
Tres economías latinoamericanas ―Panamá, Ecuador y El Salvador― ya han pasado a la dolarización explícita. Si bien los resultados han sido variados (Panamá ha tenido el mejor, de lejos), la dolarización per se ha funcionado para las tres: todas han pasado de regímenes de inflación periódica muy alta a una estabilidad monetaria relativa. No parece probable ninguno regrese a sus monedas fiduciarias nacionales en el corto plazo.
Hay algunos argumentos bien conocidos en contra de la dolarización, pero la mayoría de ellos se basan en malinterpretaciones o en ilusiones sobre lo que Argentina puede lograr sin la dolarización.
Por ejemplo, si un país dolariza su economía, renuncia a la opción de obtener ingresos por señoreaje de su propia inflación y, en cambio, entrega esos ingresos a la Reserva Federal de Estados Unidos. Eso sería una preocupación si el banco central nacional se comportara de manera responsable. Pero en el caso de Argentina, eliminar los ingresos por señoreaje de la inflación es exactamente lo que la dolarización está tratando de lograr.
Otro argumento es que lo que es mejor para la economía estadounidense, en términos de oferta monetaria y política macroecnómica, no necesariamente es lo mejor para Argentina, una economía distante que solo está conectada tangencialmente a EE.UU. en términos comerciales. El punto tiene sentido en términos abstractos. Sin embargo, en términos reales, la dolarización es preferible a la alternativa: una hiperinflación desenfrenada.
Algunos han sugerido que Argentina ya probó la dolarización en la década de 1990, cuando vinculó su moneda al dólar. Pero eso no fue más que una mera promesa, y la promesa de la convertibilidad se rompió de manera bastante espectacular, lo que llevó a una eventual reanudación de la hiperinflación. En 1999, la propuesta de dolarización del presidente argentino Carlos Menem fue rechazada.
Lo que Argentina necesita es una dolarización genuina, de modo que el Gobierno no tenga una forma sencilla de volver a la irresponsabilidad monetaria. La dolarización literal, en lugar de una mera paridad, es una política creíble.
Otra preocupación, más significativa, es que la dolarización tendría un enorme costo inicial para el Gobierno de Argentina: alguien tendría que aportar todos los dólares para que sirvan como moneda. Sin embargo, hay que tener en cuenta que la economía de Argentina también estaría adquiriendo un activo valioso, como los son los dólares. El costo neto debiera ser cero; pero siendo realistas, adquirir los dólares debería tener un neto positivo. El Gobierno de Argentina necesita invertir en el futuro de sus ciudadanos y la introducción de una moneda estable es una de las mejores formas de hacerlo.
La dolarización podría implicar importantes ajustes fiscales, aunque solo sea para acumular los dólares para que funcione, y eso podría traer caos a la política argentina. Ese es un riesgo real, pero debe sopesarse frente a los riesgos políticos de continuar con la hiperinflación. Al menos, la dolarización ofrece alguna posibilidad de éxito.
Argentina sigue siendo una de las naciones más ricas de América Latina, pero en términos relativos ha ido perdiendo terreno desde la década de 1920, cuando era una de las naciones más ricas del mundo. Su sistema educativo sigue siendo sólido, por lo que la situación no es desesperada, pero necesita una política pública mucho mejor. En este punto, no hacer nada o seguir por el mismo camino es más arriesgado que arriesgarse a hacer algunas reformas radicales.
Y agrego un comentario al margen sobre este tema: muchos libertarios en EE.UU. no saben la suerte que tienen. Les encanta despotricar contra la Reserva Federal y algunos de ellos predicen la desaparición del dólar, quizás a través de la hiperinflación en EE.UU. Luego, un candidato libertario real en otro país logra cierta tracción política y su propuesta más relevante es, justamente, elevar el estatus del dólar. Quizás el siguiente paso para los libertarios estadounidenses no debiera ser criticar la moneda estadounidense, sino considerar qué otras naciones deberían dolarizar su economía.
LEA TAMBIÉN: Resiliencia de los argentinos ante bolsillos golpeados
Disfruta tus descuentos del Club de Suscriptores cuantas veces quieras gracias a tu suscripción a Gestión. Más de 300 promociones esperan por ti, descúbrelas Aquí. Y si aún no eres suscriptor, adquiere tu plan AQUÍ.