En su momento se presentó como la solución milagrosa a los problemas energéticos de Japón: crear una “sociedad del hidrógeno” aumentando drásticamente el uso de este combustible en la vivienda, los vehículos y la industria.
Pero el plan japonés para ampliar el mercado del hidrógeno y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero ha sufrido retrasos y críticas.
Coincidiendo con la reunión en Japón este fin de semana de los ministros de Energía y Medio Ambiente de los países del G7, a continuación un balance de esta estrategia.
¿Qué ha pasado con el plan?
Ultradependiente de las importaciones de combustibles fósiles y privado de gran parte de su parque nuclear desde la catástrofe de Fukushima en 2011, Japón fue el primer país del mundo en presentar una estrategia nacional del hidrógeno en 2017.
Sobre el papel, este gas incoloro e inodoro tiene muchas ventajas; puede producirse, almacenarse y transportarse en grandes cantidades, sus aplicaciones potenciales son numerosas y, sobre todo, su combustión no emite CO2.
El plan original apostaba mucho por los vehículos de hidrógeno, de los que Toyota y Honda fueron pioneros a nivel mundial. Se preveía que para 2030 circularían en Japón 800,000 autos de este tipo.
Pero las primeras cifras no son buenas. Las ventas acumuladas de estos vehículos en el país entre finales de 2014 y finales de 2022 totalizaron menos de 7,700 unidades.
A pesar de las ayudas para la compra, estos vehículos siguen siendo “muy caros”, incluso en comparación con los eléctricos, que van bajando de precio, afirma Kentaro Tamura, experto del Instituto de Estrategias Medioambientales Globales (IGES), con sede en Japón.
También faltan estaciones de hidrógeno, cuya instalación y funcionamiento son caros, añade Tamura.
Los resultados son mejores en cuanto a la vivienda, pero aun así son inferiores a los objetivos iniciales.
Equipadas con pilas de combustible alimentadas por hidrógeno, las viviendas producen electricidad y calor. Se prevé que este sistema llamado “Enefarm” equipe 5,3 millones de hogares japoneses en 2030.
Pero hasta finales de diciembre de 2022 sólo 465,000 unidades cuentan con este sistema, es decir tres veces menos que el objetivo fijado para 2020 (1,4 millones).
“Los costes de instalación de estos equipos son muy elevados en comparación con tecnologías alternativas como las bombas de calor”, afirma Tamura.
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¿Por qué se critica esta estrategia?
Desde el principio, muchos expertos se mostraron escépticos. La principal crítica es que se ha desatendido el desarrollo de una cadena de suministro de hidrógeno “verde”, producido a partir de fuentes de energía descarbonizadas o renovables.
Japón apostó inicialmente por el hidrógeno “gris”, cuya producción basada en hidrocarburos (gas natural, carbón, petróleo) emite gases de efecto invernadero, y por el hidrógeno “azul”, que también procede de estos combustibles fósiles, pero cuyas emisiones de CO2 se capturan y almacenan.
Europa, China y otros países avanzan ahora mucho más rápido en el uso del hidrógeno verde, que de momento es escaso y más caro, pero que resulta esencial para la construcción de una sociedad verdaderamente descarbonizada, afirma el think tank japonés Renewable Energy Institute en un informe publicado en 2022.
Por su parte, el gobierno japonés acaba de destinar el equivalente de poco menos de 1,700 millones de dólares a un controvertido proyecto en Australia para producir hidrógeno a partir del carbón y exportarlo después a Japón. Sin embargo, de momento no hay garantías de que este proyecto vaya a dar como resultado hidrógeno “azul”.
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¿Cómo ha evolucionado el plan?
El gobierno japonés tiene previsto revisar su estrategia de aquí a finales de mayo, pero es poco probable que se despejen las dudas sobre si es o no compatible con el objetivo de Japón de alcanzar la neutralidad carbono para 2050.
Tokio evoca ahora otra posible aplicación del hidrógeno y el amoníaco (uno de sus derivados): utilizarlos como combustible para las centrales eléctricas de gas y carbón. Pero se trata también de un proyecto controvertido porque es caro y alejado de una verdadera transición energética.
“Japón es el único país del G7″ que promueve esta pista, que pretende sobre todo “mantener vivo” el sector “crepuscular” de sus centrales térmicas, estima Hirotaka Koike, responsable de Greenpeace en Japón.
Fuente: AFP
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