¿Dejar estallar su alegría para poner un poco de bálsamo sobre los males de Ucrania o permanecer discreto para no herir a nadie? La guerra pone a los enamorados frente a una difícil elección a la hora de celebrar su boda.
Iván Jvatov, de 39 años, y Olesia Jvatova, de 41, llegaron el miércoles a la oficina de matrimonios de Irpin, una ciudad en las afueras de Kiev, muy afectada por el conflicto.
Sin invitados ni testigos, se presentaron en pantalones vaqueros ante el funcionario del registro civil que los casó rápidamente.
Los novios apenas intercambiaron un beso después de firmar el registro.
“No hemos dicho nada a nadie, porque muchas personas -evacuadas al comienzo de la guerra- no regresaron y porque podrían decir que no es el momento”, explica Iván.
Irpin, a las puertas de la capital, se encontró en la línea del frente después de la entrada de las tropas de Moscú en Ucrania, el 24 de febrero.
Devastada por los combates, fue ocupada durante todo el mes de marzo por soldados rusos.
“Muchas personas, especialmente entre nuestros amigos, perdieron sus casas y podrían no entender que nos casemos hoy”, añade el joven esposo, que conoció a Olesia en el trabajo, en una fábrica de vidrio.
“Aprendimos a conocernos y luego nos mudamos juntos”. Hace seis meses “decidimos que era hora de colocarnos los anillos”, prosigue.
La pareja debía casarse inicialmente el 17 de marzo, pero la invasión rusa trastornó sus planes.
A diferencia de Kiev, donde más de 3,800 uniones se formalizaron desde el inicio de la guerra, las oficinas de matrimonios de los alrededores cerraron tras la llegada de los tanques rusos, que dispersaron a los enamorados por toda Europa.
Olesia se había refugiado lejos de la capital, y recientemente regresó a Ucrania gracias al repliegue ruso hacia el sur y el este. La pareja reanudó entonces sus proyectos matrimoniales.
“La vida continúa. A pesar de la guerra, todos queremos seguir viviendo. ¡Sentimos alegría, pero la escondemos!”, destaca Iván.
Luego de las tinieblas
Por el contrario, Myjailo Dewberri, de 26 años, y su nueva esposa Anastasia, de 20, decidieron hacer pública su felicidad.
Con su largo vestido blanco, la joven posó el sábado pasado junto a su nuevo esposo, en elegante traje azul, delante de las ruinas de un edificio calcinado de Bucha, la ciudad vecina de Irpin.
En este suburbio, que se convirtió en el símbolo de los crímenes de guerra imputados a los soldados rusos tras el descubrimiento de centenares de cadáveres de civiles, algunos automovilistas tocaron bocina para saludar esta confusa sesión fotográfica.
“Muchas tragedias ocurrieron en este lugar y queremos mostrar que también puede haber algo positivo. Que la vida no se detuvo”, explica Myjailo.
Adoptado por una familia evangélica estadounidense, el joven goza de una profunda fe. Conoció a Anastasia hace dos años en un campamento cristiano y le propuso matrimonio en el 2021.
Los preparativos habían comenzado antes de la guerra que, para ellos también, lo trastornó todo.
La pareja huyó de la región de Kiev durante la ocupación rusa. “Cuando regresé a casa lloré. Tanta gente había perdido la vida”, confiesa el joven esposo. “Pero Dios dijo: De las tinieblas resplandecerá la luz”, prosigue.
Para él, la luz se llama Anastasia y, ante unos cuarenta familiares y allegados, la joven dijo Sí en su iglesia pentecostal.