Muchos cóndores que han sido reintroducidos en Colombia no contaron con un monitoreo frecuente a lo largo de los años. Foto: Fundación Neotropical
Muchos cóndores que han sido reintroducidos en Colombia no contaron con un monitoreo frecuente a lo largo de los años. Foto: Fundación Neotropical

Calima y Pipintá son dos de 30 años que viven en los Andes Occidentales colombianos, en el departamento de Caldas (centro), a 2.260 metros de altura. Ella se crio eny él en , y fueron puestos en libertad juntos en la naturaleza andina cuando eran unos polluelos; ahora su especie corre peligro.

Vuelan casi a la par y es raro ver volar a uno sin el otro. Vuelan a escasos metros y siempre se detienen en el mismo lugar y a pocos segundos. Calima y Pipintá son particulares porque en Colombia no hay muchas parejas de cóndores.

El cóndor andino es uno de los símbolos patrios de , el protagonista de su escudo y un emblema nacional. Con tres metros de envergadura, hasta un metro y 30 centímetros de altura y 15 kilos de peso, el cóndor es el ave voladora más grande del mundo y, aunque al verlo volar parezca pequeño, su tamaño se aprecia cuando adelantan a otra de las aves rapaces con las que conviven.

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Esta ave es monógama, una de las pocas especies que, cuando encuentran pareja, permanece junto a ella hasta que uno de ellos fallece, momento en el que, según leyendas de la cultura indígena, el otro se precipita desde lo alto de una montaña para acabar con su vida.

En el Nido del Cóndor, un enclave turístico remoto en el departamento de Caldas, la conservación de esta importante ave en peligro de extinción es el eje alrededor del turismo sostenible, donde Calima y Pipintá se han convertido en los protagonistas indiscutibles.

Los vecinos

Al llegar a casa de Pedro, una pequeña cabaña en pie desde hace más de 100 años, de apenas tres habitaciones, pero a unos metros del nido de los cóndores, su suegra, Edilma, ofrece feijoas de su propio cultivo y café mientras un apetitoso sancocho hierve sobre los fogones de la cocina económica y las sábanas recién lavadas ondean al viento del valle.

Edilma tiene 93 años, pero aún pasea con desparpajo por las laderas de la montaña y hace ‘crochet’ “sin gafas”, como ella misma explica entre risas.

La familia está acostumbrada a ver volar a sus vecinos los cóndores, que en ocasiones se han acercado a su finca llegando a estar a un metro de distancia. “Casi que podías tocarlo”, recuerda Pedro.

La primera vez que el campesino vio a la pareja de cóndores fue hace 26 años, explica, pero a día de hoy sigue emocionándose cada vez que los ve volar.

Calima y Pipintá

Sus nombres se los dieron los campesinos del área y provienen de caciques de la cultura indígena local, según explica a EFE Pedro, que cuenta con orgullo y tristeza cómo cuidó de un polluelo de estos cóndores durante dos días, hasta que lo liberó cuando ya estuvo fuerte y sano, pero en uno de sus primeros vuelos juntos a sus padres no logró sobrevivir.

“Desde entonces no han vuelto a reproducirse”, lamenta Pedro, “les quedó un trauma porque estaban volando los tres y de repente no lo volvieron a ver”.

Los cóndores andinos se reproducen cada dos años como mucho, lo que no ayuda al peligro de extinción al que se enfrenta la especie. Además, no hay muchas parejas de cóndores registradas y gran parte de los polluelos no logran sobrevivir.

“Es un caso excepcional (el de esta pareja de cóndores), hay más ejemplares registrados en la región, pero la mayoría son machos y no viven en pareja”, añade Pedro, que no pierde de vista el nido mientras habla.

El hogar de estas aves consiste en agujeros en los riscos de las montañas, paredes rocosas con salientes que a los cóndores les sirve como pista de despegue y aterrizaje cuando salen del nido.

En peligro

El cóndor siempre ha estado amenazado, explica a EFE Luis David, biólogo y guía de montaña: “Desde que llegaron los españoles y vieron la importancia que tenía esta ave en la cultura indígena comenzaron a matarlos”.

Además, los propios campesinos locales culpaban al animal de matar y comerse a su ganado, al verlos junto a los cadáveres de vacas o caballos, cuando en realidad estas aves tienen “patas como de gallina” y es “imposible” que asesinen otros animales.

En la actualidad, como aves carroñeras, escasea su alimento porque se suele enterrar a los animales que mueren y algunos de esos cadáveres a los que sí tienen acceso están cargados de componentes químicos provenientes de su alimentación o medicamentos nocivos para el cóndor.

El pasado 8 de agosto, el presidente, Gustavo Petro, propuso cambiar el escudo de Colombia, protagonizado por el cóndor andino, lo que acabaría con el simbolismo nacional de esta ave, algo que Pedro lamenta: “Si deja de existir en el escudo nacional, dejará de existir”.

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