
Desconozco si María Corina Machado, Premio Nobel de la Paz 2025, es amante del vino. Me inclino a pensar que sí, pero prefiero no tener certeza. Eso me concede espacio y libertad de dibujar escenarios donde lo aprecia y lo disfruta; e incluso me la imagino frente a alguna copa como parte de su necesaria compañía en la clandestinidad.
Pero, ¿qué vino tomaría con ella si tuviera la oportunidad?. Esa pregunta me ha visitado repetidamente desde que supe que ganó el galardón a principios de octubre. Y es que María Corina y el vino tienen más de una cosa en común.
Mi mente de periodista y sommelier curiosa y un poco ansiosa me decía: “Si le ofrezco el vino ‘ideal’, quizás podré ser testigo de sus historias; de poder ‘beber’ en cuatro copas una ínfima parte de su experiencia; de lo que ha pasado en todos estos años”. El vino hará su magia y la inspirará a compartir sus anécdotas; las centenas de vivencias que tendrá acumuladas en estos más de veinte años de lucha por la libertad; algo que inició en 2010 cuando fue elegida diputada de la entonces Asamblea Nacional venezolana.
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La respuesta no es sencilla. No se trata de impresionar con una añada rimbombante, una etiqueta exuberante o un precio que hable por sí mismo. Elegir un vino para alguien cuya vida ha estado marcada por la resistencia, la pérdida y la convicción exige otra sensibilidad. Las copas, pienso, deberían ser capaces de convocar algo más profundo, de entonar una conversación que vaya más allá de los matices aromáticos.
La tarea se dificulta cuando se trata de elegir el vino “ideal” para una persona tan especial. Es fácil escoger un vino para alguien que se impresiona con una añada, con una etiqueta o con un precio. Hay muchos vinos que cumplen esos requisitos. Pero para alguien cuya sensibilidad traspasa fronteras; esas cuatro copas deben despertar algo más; deben ser capaces de hablarle al corazón. Porque es una mujer que, si bien ha tenido una vida de privilegios; también entendió bastante temprano y con una claridad innegable, el significado de la humildad; y de poner la libertad de un país por encima de todo; incluso de su propia vida y la de sus hijos.
Y fue ahí cuando descubrí “Il vino della pace”, el vino de la paz. Sí, los italianos presentaron esta iniciativa en los años 80, en un viñedo de apenas dos hectáreas en la zona norte del país, cerca de la frontera con Eslovenia. Aquí cohabitan aún cientos de variedades de uvas blancas (80%) y tintas (20%), de orígenes y terroirs muy diversos, incluyendo variedades del Cáucaso y de Turquía. Desde la Godello española hasta el Chenin Blanc francés o el Zinfandel de California. Esta mezcla da como resultado lo que llaman “el vino más democrático del mundo”. La añada más reciente registrada fue en 2017. Sus etiquetas han sido firmadas por diversos artistas incluyendo a Fernando Botero y Yoko Ono y ha llegado a unos 200 jefes de Estado. Una botella así tendría que formar parte de ese “pack de la paz”.

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Por supuesto, no dejaría de obsequiarle varias botellas del único viñedo venezolano que existe desde los años 80; el espumante Brut Rosé de Bodegas Pomar, ganador de una medalla de oro en el importante concurso alemán Berliner Wine Trophy. A base de las variedades Macabeo, Syrah, Chenin Blanc y Malvasía, está elaborado bajo el método tradicional o Champenoise; tal como lo hacen en Champagne. Esto es una proeza, ya que, en ese lado del mundo, casi ninguna bodega produce así los espumantes. Las burbujas siempre despiertan la conversación; son ágiles, divertidas e ideales para empezar —y terminar— una velada.
De vuelta a Italia, viajaría al sur, a la zona volcánica del Etna, en Sicilia. Son suelos oscuros, casi negros, que albergan toda la energía del volcán que regala a los vinos una fuerza y características únicas. Así como ella, que es casi una fuerza de la naturaleza; que ha tenido el carácter y el temple para forjar un camino que la ha llevado a ser reconocida con el nobel de la paz; aunque su libertad esté aún en riesgo. El Etna Rosso San Lorenzo, de Tenuta Terre Nere; elegido por el crítico James Suckling como el mejor vino de su ranking 2025. De la variedad Nerello Mascalese, una cepa autóctona, de viñas plantadas a 750 metros sobre el nivel del mar. El terreno es arena volcánica que se formó entre 15 mil y 60 mil años atrás en el período Ellittico; el estrato superficial más antiguo donde se puede plantar. Lugares inesperados, circunstancias duras; resultados inolvidables. Así dialogan los grandes vinos con las grandes personalidades.

Y en medio de esas reflexiones, mientras seguía buscando vinos posibles, me detuve y concluí que, tal vez María Corina Machado no es para un vino; que no hay un vino perfecto para ella; porque ella es el vino. Fuerte, intensa, apasionada, segura, generosa, entregada. María Corina es como el vid, la planta más resiliente que existe; que se adapta a diversos climas, suelos y latitudes. Según la región donde se cultive, necesita poca o nada de agua para crecer; se regenera luego de cada invierno; y da sus mejores frutos en las circunstancias más extremas e inesperadas. María Corina es como un vino todo terreno. Se hace más fuerte con la adversidad; ha dado sus mejores frutos y sus mejores añadas en los momentos más duros - en la clandestinidad, bajo amenazas constantes – y esto solo la ha hecho más fuerte. Es una guerrera de pura cepa; que se reinventa luego de cada golpe, y a más dificultades, mejores resultados.
El nobel de la paz es el mejor ejemplo de lo que es capaz; y aún faltan sus mejores añadas; como las parras sabias que se adaptan al lugar de donde vienen, y sus raíces van cada vez más profundo en una constante búsqueda. No de perfección, sino de autenticidad, y claro, de libertad. ¡Salud!
*Artículo escrito por Melina Bertocchi, periodista especializada en gastronomía y vinos.








