
Cada Navidad, The Economist nombra un país del año. No el más feliz: ese casi siempre sería un país escandinavo, lo que daría lugar a un concurso aburrido y predecible. Tampoco se trata del más influyente: siempre sería una superpotencia. Se trata más bien de identificar el país que más ha mejorado, ya sea en el plano económico, político o en cualquier otro aspecto importante.
El año ha sido turbulento, pues el presidente Donald Trump ha perturbado el comercio mundial y horribles conflictos han marcado lugares como Gaza y Sudán. Pero varios países navegaron bien por aguas agitadas. Canadá eligió a un sobrio tecnócrata como primer ministro, en lugar de a un populista, y plantó cara al acoso estadounidense.
Los votantes de Moldavia rechazaron a un partido prorruso a pesar de las amenazas y la desinformación de Moscú. Trump negoció una inestable tregua entre Israel y los palestinos.
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Corea del Sur se recuperó de una grave amenaza a su democracia. Hace un año, el presidente Yoon Suk Yeol intentó imponer la ley marcial y envió tropas para cerrar el parlamento. Pero los legisladores, los manifestantes y las instituciones se mantuvieron firmes, y este año el expresidente caído en desgracia fue juzgado por insurrección.
Otro ejemplo de cómo hacer frente a los intentos violentos de alterar el orden constitucional fue Brasil. En septiembre, un tribunal brasileño impuso una pena de 27 años de cárcel a Jair Bolsonaro, el expresidente que perdió las elecciones en 2022, alegó ser víctima de fraude e intentó dar un golpe de Estado para mantenerse en el poder.
Brasil estuvo plagado de golpes de Estado durante gran parte del siglo XX; es la primera vez que un golpista recibe un castigo adecuado. El gobierno también consiguió en 2025 frenar el ritmo de deforestación de la Amazonia, y así aportó su granito de arena para frenar el cambio climático. Sin embargo, su política exterior de mimos al Kremlin manchó gravemente su historial.

Los dos contendientes más fuertes este año son muy diferentes: Argentina y Siria. La mejora de Argentina ha sido económica. Su presidente, Javier Milei, inició en 2023 profundas reformas de libre mercado, con la esperanza de sacar a su país de más de un siglo de estatismo y estancamiento.
Esas reformas —abolir los controles de precios, frenar el gasto y eliminar las subvenciones distorsionadoras— son excepcionalmente difíciles porque son excepcionalmente dolorosas; muchos reformadores anteriores han fracasado. Sin embargo, Milei se aferró a su motosierra en 2025, y los votantes se mantuvieron a su lado, al igual que Estados Unidos, que ofreció un salvavidas de 20,000 millones de dólares para evitar una crisis financiera.
Los resultados han sido impresionantes. La inflación ha caído del 211 por ciento en 2023 a casi el 30 por ciento en la actualidad. La tasa de pobreza ha bajado 21 puntos porcentuales desde el año pasado. El presupuesto está bajo control. Milei ha avanzado hacia un peso flotante, y ha eliminado la mayoría de los controles de capital.
Argentina aún podría fracasar. Los peronistas que la gobernaron durante generaciones están ansiosos por volver, en caso de que Milei tropiece. El presidente tiene muchos defectos: es intolerante con los críticos y se ve acosado por escándalos de corrupción.
Pero si sus reformas se mantienen, podrían alterar de manera permanente la trayectoria de Argentina y dar esperanzas a los reformistas económicos de todo el mundo. La mejora de Siria, por el contrario, ha sido política. Hace poco más de un año gobernaba Bashar al Asad, un odioso dictador respaldado por Irán y Rusia. Sus cárceles estaban repletas de presos políticos y la disidencia se castigaba con la tortura o la muerte. Trece años de guerra civil habían cobrado más de medio millón de vidas.
Las fuerzas de Asad habían utilizado de manera indiscriminada armas químicas y bombas de barril contra la población civil. Más de seis millones de personas huyeron del país. Luego, a principios de diciembre de 2024, el tirano se vio obligado a huir cuando los rebeldes se hicieron del poder.
Cuando elegimos el país del año de ese año, era demasiado pronto para hacernos una idea de cómo sería la nueva Siria. Su gobernante, Ahmed al-Shara, era yihadista. Muchos temían que impusiera una sombría teocracia islamista o que Siria se hundiera en el caos.
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De hecho, no ha ocurrido ni lo uno ni lo otro. Las mujeres no están obligadas a cubrirse ni a quedarse en casa. El ocio y el alcohol están permitidos. Shara ha dado una serie de sorpresas positivas, ha mantenido unido al país y ha forjando buenas relaciones con Estados Unidos y los países del Golfo.
A medida que se relajan las sanciones occidentales, la economía también empieza a recuperarse. Los problemas siguen siendo enormes. Las milicias llevaron a cabo dos atroces masacres locales de minorías, en las que murieron 2000 personas. Shara gobierna de forma clánica, y en un país tan frágil aún pueden salir muchas cosas mal.
Sin embargo, la Siria de 2025 es mucho más feliz y pacífica que la de 2024. El miedo ya no es universal. La vida no es fácil, pero es más o menos normal para la mayoría de la gente. Alrededor de tres millones de sirios han expresado su aprobación al regresar a sus hogares. Nosotros también estamos a favor de Siria.









