¿Recuerda el despertador a las 7 a.m.? ¿El “chau” apresurado a la familia y la nerviosa revisión de bolsillos para cerciorarse de que llaves, fotocheck y teléfono están ahí? ¿Y los atascos del tráfico o el bus repleto?
Durante los últimos cuatro meses, la mayoría de oficinistas ha escapado a estas rutinas. Pero las oficinas están siendo reabiertas, gradualmente, y los gobiernos están incentivando a los trabajadores a regresar a las ciudades, para que gasten su dinero allí y puedan ayudar a reavivar maltrechas economías.
Un grupo de académicos liderado por Ethan Bernstein, de la Escuela de Negocios de Harvard, sondeó a trabajadores estadounidenses durante la crisis. El estudio fue publicado en junio en la revista de esa casa de estudios, Harvard Business Review. La investigación halló que muchos empleados sentían que podían ser igual de productivos en casa de lo que habían sido en la oficina.
En términos de satisfacción laboral, un pequeño tambaleo en las primeras semanas de la cuarentena se mitigó a medida que los empleados se adaptaban a las nuevas rutinas, y cuando esa adaptación se completó, la satisfacción aumentó. Los niveles de estrés cayeron más de 10%, a pesar de que laboran más tiempo: un análisis en una firma tecnológica mostró que las horas trabajadas se incrementaron entre 10% y 20% durante la pandemia.
Esto contrasta con resultados menos positivos de estudios previos sobre teletrabajo. Bernstein y sus colegas plantean que la principal diferencia es que en esta ocasión, todos los empleados han sido obligados a hacerlo, mientras que en el pasado, quienes trabajaban desde casa eran una minoría y solían sentirse excluidos del grupo y, por ende, era menos probable que se identifiquen con la empresa.
Si los investigadores están en lo correcto, este problema podría restablecerse cuando se reanude el trabajo en oficina. En estos momentos, quienes han regresado son una minoría e incluyen a aquellos que encuentran más difícil trabajar en casa. No obstante, ese balance podría cambiar con el paso del tiempo, tal vez debido a que las personas comenzarán a tranquilizarse con respecto al virus o a echar de menos el compañerismo de sus colegas. Cuando eso ocurra, los que sigan haciendo teletrabajo podrían sentirse aislados.
La mayor probabilidad de actuar como impulsor para que los trabajadores regresen a la oficina la tiene la paranoia. La pandemia podría haber ocasionado que los gerentes determinen quién es indispensable y quién no.
Por ejemplo, este columnista sabe que es totalmente prescindible: es un bocadito entre el contenido más interesante sobre reformas estructurales y vacunas. Si no consigue entretener a demasiadas bocas, será arrastrado a la jubilación. Muchos podrían razonar de la misma manera, de modo que cuando el número de retornantes a la oficina alcance una masa crítica, el resto podría sentirse obligado a seguirlos.
La disyuntiva para los empleadores es muy distinta. La mayoría de empresas pensará sobre si es necesario, o no, todo ese costoso espacio para oficinas. Si quieren a sus empleados de regreso, tendrían que gastar en adaptarlas con tecnología de bioseguridad y distanciamiento social, como puertas que se abran automáticamente.
Algunas empresas podrían estar preocupadas por otros temas de seguridad. El 27 de julio, una entidad británica que establece estándares emitió una guía para firmas financieras sobre los riesgos de seguridad para traders de renta fija y divisas que trabajan en casa. Otras podrían preocuparse por el impacto a largo plazo del teletrabajo sobre la productividad.
Un elemento que se perdería sería la interacción casual entre empleados fuera de las reuniones formales -charlas que pueden producir ideas o sugerir nuevas formas de cooperación-. Sin reunirse en persona con sus colegas, los empleados podrían hallar más complicado construir relaciones en la empresa. Esto será particularmente difícil para los nuevos. No siempre es sencillo, ni siquiera para los antiguos, realizar en casa las mismas tareas de la oficina.
Y los recién llegados tienen que adaptarse a la cultura de la empresa, lo que usualmente ocurre al captar conductas de quienes les rodean. Quizás las empresas los bombardeen con programas de capacitación y videochats -“onboarding” en la jerga de recursos humanos-, pero todo eso no sería más práctico que leer un manual como única preparación para montar el caballo ganador del Derby de Kentucky.
Considerando la situación de la economía global, pasará algún tiempo para que la mayoría de empresas contrate más personal o reduzca la importancia de la interacción entre empleados en el desempeño corporativo. Con tantos de ellos felices de trabajar desde casa, no habría apuro para repoblar la oficina. Tal vez no se tenga que reasumir la rutina matinal hasta el 2021.
Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez
© The Economist Newspaper Ltd, London, 2020.