A golpe de innovación, como abrazar el prêt-à-porter o impregnar sus diseños de espirales futuristas, Pierre Cardin irrumpió en el olimpo de la moda parisina en los años 50 para levantar un emporio del lujo que le llevó a asimilar alta costura al universo academicista de las bellas artes.
“He tenido la suerte de hacer lo que he querido sin haber necesitado banqueros o autoridad. He sido un hombre libre desde los 20 años”, decía de sí mismo el modisto, fallecido el 29 de diciembre a los 98 años de edad en las afueras de París.
Cardin nació en 1922 en la localidad italiana de Sant’Andrea di Barbarana, en el seno de una familia de agricultores que emigró a Francia huyendo del fascismo, y llegó a convertirse en uno de los “franceses” más influyentes del mundo en los años ochenta.
Aprendió junto a grandes creadores parisinos, se emancipó para lanzar en 1950 su marca de visión futurista y con ese exitoso emporio revolucionó la moda con siluetas abstractas de formas esculturales.
Impulsor del prêt-à-porter
“Mi gran rasgo de genialidad fue el prêt-à-porter cuando no había más que alta costura, que siempre hace perder dinero. Me dijeron que no duraría dos años, pero creí en mi idea. Me han criticado y me han imitado”, recordaba el también propietario del célebre restaurante parisino Maxim’s, siempre orgulloso de presentarse como un hombre hecho a sí mismo.
Todavía con 90 años, y en perfecta forma mental, presumía de poseer una veintena de perfumes, editoriales, teatros, un hotel, decoración, pintalabios, bolígrafos, gafas, mecheros, restaurantes, edificios... y un solo arrepentimiento: no haberse percatado del tirón de los pantalones vaqueros, las zapatillas deportivas y los relojes fantasiosos.
Para recuperar los primeros pasos del modisto franco-italiano hay que trasladarse al París liberado tras la Segunda Guerra Mundial, donde llegó con 23 años con el sueño de convertirse en actor o bailarín, pero se decantó por las agujas y trabajó para costureros como Jeanne Paquin y Elsa Schiaparelli.
Gracias a la atención que le dedicaba al corte y a la forma de sus creaciones, pronto destacó como una de las promesas con más talento y entró en el estudio de Christian Dior, cuando esa casa de moda relanzó la imagen de París como templo mundial de la moda a través del New Look, allá por 1947.
En los cincuenta se distinguió como uno de los modistos más jóvenes de Francia e intentó fichar por Balenciaga, pero fue rechazado y montó su propia firma de alta costura. Con ella desarrolló el concepto de prêt-à-porter: la moda ya no eran solo creaciones a medida, sino la democratización industrial de tallas estándar.
Su descaro no sentó bien y fue expulsado del círculo de la alta costura, aunque después fue readmitido.
En 1965 apareció su colección “Cosmos”, que se inspiraba en la carrera espacial y proponía modelos unisex en años en los que Cardin bebía de los esquemas cromáticos de Mondrian, de los diseños tipo Mao y de la fascinación que generaban los astro-nautas.
Visión empresarial
Su emporio siguió creciendo en los años setenta y ochenta, siempre hasta que en 1991 Cardin introdujo la alta costura en la Academia de Bellas Artes de Francia. A causa de sus desencuentros con los grandes modistos, solo Paco Rabanne le acompañó en la ceremonia.
Parte del secreto del éxito de su grupo empresarial, más allá de su sólida implantación en China y de su visión de futuro, pasaba por controlar desde París todas las licencias que llevan su nombre y que le reportaban ingresos millonarios.
“No bebe, no fuma. Si nota dolor, rechaza escuchar su cuerpo. Maestro de la elipse y la espiral, Pierre Cardin sigue diciendo alto y fuerte que siempre ha existido por su trabajo y por sí mismo. Es un multimillonario que se contenta con un tazón de sopa”, decía de él Laurence Benaïm en su libro “Le plus bel âge” (“La mejor edad”).
A los 92 años, el veterano costurero y reconocido mecenas del arte culminó uno de sus últimos desafíos: trasladar de las afueras de la capital al sofisticado barrio del Marais su propio museo de la moda, en 1,000 metros cuadrados repartidos en tres niveles en el centro de París.
Hasta el final de sus días mantuvo además su carácter empresarial y su amor por la moda, con un estilo tachado ahora por algunos de pasado y por sus fieles de atemporal. “Tengo un estilo reconocible. No se puede decir lo mismo de otros diseñadores”, resumía él mismo.