La británica Pamela Cox, de 73 años, nunca había comprado o realizado operaciones bancarias en línea. Hasta que llegó el confinamiento: ahora, como buena parte de su generación, se ha convertido tardíamente a la tecnología para luchar contra el aislamiento.
La semana pasada, con motivo del 75 aniversario de la victoria aliada en Europa sobre la Alemania nazi, el barrio de Cox en Birkenhead, en el norte de Inglaterra, organizó una pequeña fiesta, con cada vecino en la puerta de su casa respetando las distancias, gracias a un grupo de WhatsApp creado durante el confinamiento.
"Hace unos años esto hubiera sido un verdadero desastre, pero la tecnología de hoy en día es fantástica", se entusiasma esta secretaria jubilada, entrevistada por teléfono desde Londres.
“Hemos aprendido mucho en las últimas semanas”, añade, describiendo una apretada agenda de videoconferencias con sus tres nietos, misas en línea, pago de facturas y compras por internet a través de la página Facebook de un pequeño supermercado local.
Lucha contra la exclusión digital
Cox debe su experiencia a los cursos de una empresa consultora, We Are Digital, que trabaja para el Lloyds Bank ayudando a sus clientes más mayores a adaptarse a la banca en línea.
Esta consultora también trabaja con el gobierno para ayudar a personas con bajos ingresos a acceder a ayudas estatales.
"La exclusión digital es un problema más evidente que nunca", dice su director general, Matthew Adam.
"Hay más demanda de nuestros servicios que nunca, desde las grandes empresas hasta las autoridades locales, y el gobierno y el Tesoro se preocupan por las personas vulnerables", añade.
Profesionales de la formación de adultos como We Are Digital prometen desvelar los misterios del mundo digital a las personas mayores que han resistido la ola de teléfonos inteligentes, aplicaciones móviles y servicios en línea.
"El truco está en pasar por lo que les interesa. Teníamos a un caballero, por ejemplo, apasionado por la Historia que quería saber más sobre su tiempo durante la guerra. Le mostramos cómo encontrar este tipo de información", explica Adam.
Pero más que nada, el confinamiento ha acelerado el uso de las comunicaciones digitales, ya que los jóvenes suelen enseñar a sus mayores a usar programas como Zoom o Skype para mantenerse en contacto a pesar de la distancia.
Isabel Alsina-Reynolds, una cineasta de Londres, animó a su abuelo de 83 años a usar su ordenador para algo más que juegos de Scrabble o correo electrónico.
Le instaló Zoom y, después de desinfectarlo, se lo llevó a su residencia de ancianos con instrucciones escritas.
"Logramos hacer una videollamada con él y los miembros de mi familia en todo el mundo, desde Nebraska hasta la India", relata. "Le dio energía para la semana".
Regreso al futuro
Pero la revolución de la videoconferencia es solo parte de un movimiento global hacia los servicios en línea.
Los gobiernos y las empresas llevan mucho tiempo promoviendo sus portales digitales para racionalizar los servicios y ahorrar en mano de obra y salarios.
Pero para grupos demográficos como los ancianos y las personas desfavorecidas, el acceso a estos servicios en línea es a menudo difícil.
La crisis del coronavirus podría cambiar las cosas, considera Adam.
"Es probable que los cínicos digan que los bancos y similares se aprovechan de esto para acelerar el cierre de sus sucursales locales", afirma, "pero esa era ya la dirección en la que se dirigía el mundo antes de la pandemia".
Cox asegura que preferiría poder ir a comprar sus frutas y verduras directamente al mercado y ver a su familia en persona, pero reconoce que el dominio de estas tecnologías ha dado un nuevo impulso a los ancianos y a las comunidades locales.
"Antes no veíamos realmente a nuestros vecinos más allá de un saludo, ahora somos todos mejores amigos", añade, feliz con las conversaciones diarias y los intercambios de consejos en WhatsApp.
La pandemia “es horrible para la gente que está enferma o ha muerto, pero el hecho es que hemos vuelto un poco al pasado” aunque con tecnología del futuro.