Por David Fickling
Casi todos en estos días llevan un dispositivo que rastrea sus movimientos y comparte esa información con una serie de empresas. Pueden usarla para ofrecer de todo, desde entregas de alimentos y viajes en automóvil hasta cacerías de monstruos virtuales.
Es irónico, entonces, que seamos tan reacios a usar las mismas funciones para combatir una pandemia que podría matar a millones de personas.
Gracias a los datos personales y de ubicación que compartimos con Facebook Inc. y Alphabet Inc. mediante nuestros teléfonos móviles, la población mundial se encuentra actualmente bajo vigilancia de rutina de una manera que habría hecho palidecer a George Orwell.
Esta es una fuente de inquietud justificada en el mejor de los casos. A medida que el Covid-19 comenzaba a propagarse silenciosamente por la población de Wuhan en diciembre y enero, una serie de artículos del New York Times describieron la asombrosa cantidad de datos que hemos entregado a las empresas de tecnología. A pesar de todo lo que se habla de que la información se vuelve anónima, es ridículamente fácil descifrar la identidad de alguien con simples trucos como verificar dónde duermen cada noche y trabajan durante el día.
En la crisis actual, vale la pena considerar si eso es más bien una oportunidad que un peligro. Con justa razón nos preocupa la vigilancia cuando la realiza un negocio o un gobierno con intenciones nefastas. Sin embargo, la palabra “vigilancia” también describe una práctica médica que es crucial para suprimir las epidemias.
Identificar a quienes han sido infectados, rastrear sus contactos y restringir o controlar los movimientos de quien haya estado expuesto ha sido un paso vital para reducir la propagación de enfermedades durante más de un siglo. La disciplina de la epidemiología se remonta a John Snow, un médico londinense que logró dominar un brote de cólera en 1854 al rastrear quién había tenido acceso directo e indirecto a una bomba de agua contaminada.
Junto con restricciones más amplias y disruptivas, como el cierre de fronteras, escuelas y negocios, la vigilancia de enfermedades sigue siendo una de las pocas herramientas que tenemos para combatir el Covid-19 hasta que estén disponibles vacunas viables, algo que pasar dentro de 18 meses.
En este contexto, es extraordinario que aún no veamos un uso más amplio de la tecnología de vigilancia de clase mundial al alcance de todas las compañías telefónicas del mundo. En cambio, la sola idea de tales medidas hace que muchos se sientan inquietos.
China introdujo el escaneo de códigos QR para que solo los residentes y empleados puedan ingresar a complejos de apartamentos y oficinas, así como asignar a los ciudadanos niveles de “semáforo” de riesgo de infección en función de su historial de traslados. En un país donde la vigilancia ya se ha utilizado para restringir las libertades civiles, existen temores razonables de que esas tecnologías puedan convertirse en aspectos permanentes de la vida. No obstante, en las naciones gobernadas por la democracia y el estado de derecho no debemos permitir que la incomodidad instintiva nos haga rechazar medidas que podrían salvar vidas en una crisis.
En la actualidad, gran parte de la discusión se realiza a puertas cerradas. Las empresas cuyo seguimiento de datos personales ha alarmado a los activistas de las libertades civiles, incluidas Palantir Technologies Inc. y Clearview AI Inc., han estado en conversaciones con agencias federales y estatales de Estados Unidos sobre el uso de sus herramientas para rastrear la pandemia, informó el Wall Street Journal esta semana, citando fuentes que no identificó. Representantes del gobierno no respondieron a las solicitudes de comentarios del periódico respecto a las conversaciones.
Ese es el enfoque equivocado. Como se vio a raíz de las cuarentenas impuestas en Canadá durante la epidemia de síndrome respiratorio agudo severo de 2003, las personas generalmente aceptan restricciones temporales a las libertades civiles en una crisis de este tipo. Sin embargo, para ganar esa confianza, es crucial que los gobiernos sean abiertos respecto a lo que están haciendo.
Una aplicación sensata de estas herramientas podría permitir a las agencias de salud recordar a las personas que permanezcan en casa en momentos en que el riesgo de infección es alto, o simplemente lavarse las manos apenas sus datos de ubicación coincidan con el hogar nuevamente.
En lugar de utilizar los recursos de los servicios de emergencia para restringir físicamente los movimientos de las personas infectadas, como en el caso de un hombre en Kentucky que tenía a la policía estacionada fuera de su casa porque se negó a aislarse después de dar positivo por el virus, las mismas herramientas podrían permitir que los médicos llamen por teléfono a las personas apenas rompan la cuarentena y les adviertan sobre los riesgos, o alerten a otros cuando haya alguien que interrumpa la cuarentena cerca.
Nadie quiere convertir nuestros teléfonos móviles en una versión digital de la campanilla de los leprosos de la Edad Media. Sin embargo, debería ser posible diseñar tecnologías y políticas que puedan proporcionar un acceso limitado a los datos a las autoridades de salud cuando se haya declarado una pandemia, antes de volver a la normalidad una vez que el riesgo de infección haya disminuido.
La oposición generalizada a todo uso del gobierno de nuestros datos personales nos dejará luchar contra la propagación de la pandemia con una mano atada a la espalda. Integrar los datos al conjunto de herramientas que los servicios de salud tienen para abordar el coronavirus podría ser literalmente una cuestión de vida o muerte.
Esta columna no refleja necesariamente la opinión de la junta editorial o de Bloomberg LP y sus dueños.