
Escribe: María Antonieta Merino, Catedrática en universidades del Pacífico y Lima
“La política debería aprender de este liderazgo empresarial. Un gobierno se elige para resolver problemas, no para justificarlos. La rendición de cuentas se mide en resultados visibles y sostenibles, no en la lista de obstáculos del camino”.
En las historias griegas el destino era una fuerza predeterminada, revelada por los oráculos y controlada por los dioses. Así también parece el destino del país: dependemos de fuerzas mayores para explicar por qué nos va bien o mal. Según el último discurso presidencial, los problemas no resueltos han dependido exclusivamente de desafortunados eventos externos: malas decisiones pasadas de otros gobiernos, fenómenos climatológicos, brotes epidemiológicos, crisis sociales, “ofensivas de grupos minoritarios”, el impacto del alza internacional de alimentos y la salida de capitales. Ninguno de estos, al parecer, obedece a las decisiones tomadas por el Gobierno que inició en el 2021.
Pero incluso los griegos valoraban la importancia de las decisiones individuales. A un año de culminar este Gobierno, ¿qué logros tangibles se pueden rescatar de esta gestión? Más allá de reportar cifras aisladas en algunos sectores, el discurso presidencial por Fiestas Patrias no mostró resultados claros de las políticas públicas ejecutadas y adoptadas, ni de las evaluaciones realizadas a las políticas de gobiernos previos para identificar la necesidad de su permanencia. Cerramos un periodo sin saber cuántos peruanos se beneficiaron, cuánto avanzamos o retrocedimos y, sobre todo, sin una hoja de ruta definida para el siguiente gobierno.
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En el 2019 circuló una frase, atribuida erróneamente a la excanciller alemana Angela Merkel: “ningún presidente ni alcalde hereda problemas; se supone que los conoce y por eso se postula, para corregirlos. Culpar a los predecesores es la salida fácil (…). Si no pueden, no se postulen.”

Ejemplos del sector empresarial demuestran que el liderazgo verdadero se mide por la capacidad de resolver problemas complejos bajo presión. La revista Forbes recopiló diez casos de compañías al borde de la quiebra que lograron transformarse gracias a CEO que entendieron que liderar es resolver problemas, no buscar excusas. Satya Nadella tomó una Microsoft estancada y la llevó a ser una potencia en la nube. Steve Jobs regresó a Apple cuando estaba al filo del colapso y la convirtió en una marca icónica. Anne Mulcahy evitó la desaparición de Xerox apostando por innovación y eficiencia. Alan Mulally salvó a Ford en plena crisis automotriz global sin culpar a administraciones anteriores. Estos líderes tenían algo en común: dejaron de mirar atrás y actuaron con estrategia, datos y visión, enfocándose en soluciones concretas y en resultados medibles. Supieron que culpar a otros no genera confianza ni saca adelante a una organización. Entendieron que, al aceptar el cargo, asumían la responsabilidad total de conducir el barco, sin importar las tormentas heredadas o externas.
La política debería aprender de este liderazgo empresarial. Un gobierno se elige para resolver problemas, no para justificarlos. La rendición de cuentas se mide en resultados visibles y sostenibles, no en la lista de obstáculos del camino. Por eso mi mensaje a los próximos postulantes: si no pueden, no se postulen.








