En estos momentos difíciles de crisis política y social, con un tremendo deterioro del país y su marcha hacia el abismo, no podemos quedarnos contemplando cómo caeremos al precipicio; nuestro deber es actuar a conciencia. Y por esto, se alzan voces reclamando la actuación política de los empresarios. La reconocida eficacia y eficiencia de su gestión sería un aporte valioso para detener esta vorágine.
Quien más ha recibido o posee –en lo económico, intelectual, profesional, cultural, y por la relevancia de su ocupación– tiene una mayor responsabilidad. Entonces, es lógico pensar que a los grandes empresarios les corresponde un compromiso mayor. Sin embargo, es preciso recordar que, así como es obligación de toda persona cumplir eficaz y honestamente su trabajo, un empresario debe ser responsable de los productos o servicios que brinda su empresa, de la correcta atención de sus actividades laborales y cargas tributarias, de velar por las posibles y previsibles incidencias en su medio. Y esto lo es tanto para la gran empresa, como para los pequeños o microemprendimientos.
Además, como todo ciudadano, el empresario puede incursionar en la política, siempre recordando que esta no es para todos: ya bastantes aficionados, oportunistas, codiciosos e inútiles vemos a diario en las sillas del poder.
La actuación en política de mujeres y hombres de empresa puede ser beneficiosa para cualquier sociedad. Pero para dedicarse a la política hace falta querer hacerlo, poder hacerlo y saber hacerlo, siendo este último el requisito básico: sin mínimas condiciones, conocimientos o capacidades sería poco fructífera la labor, incluso perniciosa: un torpe con poder es muy dañino… ¡como muestra, basta un botón!
Los empresarios y directivos pueden realizar una tarea relevante canalizando parte de su actividad en aspectos gremiales: el ámbito natural por antonomasia que les permite influir positivamente en la sociedad. Allí podrán servir a las empresas del gremio y, especialmente, crear o consolidar condiciones para alcanzar mejoras sociales. No se trata de lograr prebendas para las empresas asociadas, sino de velar porque estas cumplan con su objeto para aportar al Gobierno soluciones u orientaciones en materias de su campo de acción.
La necesidad de cumplir con responsabilidades sociales es preocupación generalizada. En muchos directorios se ve la asimilación de los criterios ESG (factores ambientales, sociales y de gobierno corporativo) como una manera de manifestar esta obligación. Se trata de aspectos propios de la actuación de las empresas; no son nuevos: siempre han sido parte del compromiso empresarial. La moda está en que, al incluirlos, como señala una encuesta, “el 68% de los empresarios piensa que el ESG los ayudará a ganar participación de mercado y fortalecer la imagen de su empresa”. Mal asunto, ya que es convertir al ESG en un instrumento al servicio de intereses mercantilistas… Me recuerda lo dicho por Peter Drucker: “Si la empresa se derrumba al abandonarla su maravilloso líder carismático, entonces no se trataba de un liderazgo, sino, llana y sencillamente, de un engaño”.
Actuando gremialmente o en otros aspectos de la vida en sociedad, el empresario puede hacer una magnífica labor. No obstante, la confianza en la empresa o en el empresario debe reforzarse, fortaleciéndose al darse tres condiciones: fiabilidad profesional (es decir, saber), benevolencia (buscar el bien para los demás) e integridad de vida (con la verdad por delante). Sobran empresarios con grandes capacidades y buenas intenciones. Ojalá se animen a involucrarse más en temas políticos, en aras del bien común. Es decir, sin perder de vista el objeto de la política que proclamaba Platón: “El bien del alma de los ciudadanos”.