Escribe: Alberto Mario Rincón, director general L´Oréal Groupe Centro América y Región Andina
El 25N, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, es una fecha que nos invita a reflexionar, aún más, sobre la persistencia de la violencia en la sociedad y cómo podemos tomar acción para erradicarla.
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La violencia de género tiene problemática más silenciosa y, lamentablemente más normalizada, que afecta a millones de mujeres a diario y que no podemos ignorar: el acoso callejero en espacios públicos. Desde un “aparentemente inofensivo piropo” o un comentario “supuestamente halagador”, hasta gestos obscenos y tocamientos no consensuados; todos estos son formas de acoso que significan una intrusión en el espacio personal, que genera miedo, incomodidad, inseguridad y, en ocasiones, puede llevar al trauma.
Según un informe de Ipsos (international survey on sexual harassment in public spaces), el acoso callejero es la problemática número 1 de las mujeres en Latinoamérica: 80% de las mujeres han sido víctimas de acoso callejero, solo el 25% de las víctimas han recibido ayuda, y el 86% de los testigos no han sabido qué hacer frente a esta situación. Cifras alarmantes que evidencian que el espacio público no es seguro para muchas mujeres.
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No podemos seguir normalizando este comportamiento. El acoso callejero no es justificable como un comentario o una broma inofensiva. Tenemos que llamarlo por lo que es: una forma de violencia que subestima y deshumaniza a las mujeres, atentando contra su derecho a la libertad y a la integridad personal. Es momento de romper con este ciclo, y de tomar responsabilidad individual y colectiva en la construcción de una cultura de respeto, igualdad y empatía.
Hay metodologías que son útiles en la lucha contra el acoso callejero. La de las 5D es una de ellas. Esta, que incluye las acciones distraer, delegar, documentar, dirigirse al acosador y esahogar, busca construir espacios más seguros e inclusivos para todas las personas.
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La conciencia sobre el acoso callejero se traduce en acciones concretas para prevenirlo y combatirlo. Es nuestro deber comprender que el respeto y la igualdad son valores fundamentales que deben guiar nuestras interacciones con otras personas, independientemente del espacio. Solo cuando reconozcamos la gravedad de este problema y nos comprometamos a actuar, podremos construir una sociedad donde todas las personas, independientemente de su género, puedan vivir libres de violencia, sin miedo ni intimidación.
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