Varias veces me han preguntado qué características debería tener un buen empresario o un comerciante; qué distingue a un emprendedor de un negociante. Aunque con frecuencia se utilizan como sinónimos, no son lo mismo y, por lo tanto, cada uno tiene sus peculiaridades, y los encontramos como si fuera un desfile, mostrando cada uno sus propios diseños.
Comencemos por el emprendedor. Su nombre ya indica claramente su propósito: emprender, acometer, comenzar una obra, un negocio. Es una persona que tiene la capacidad de descubrir e identificar algún tipo de oportunidad de negocio; a veces, una idea que le ronda por un buen tiempo y la va concretando.
Es creativo y versátil, capaz de asumir riesgos —incluso comprometiendo su patrimonio— para llevar a cabo lo que se propone. Es perseverante, porque no se rinde si algo no sale como lo preveía; por lo mismo, tiene la valentía para emprender una aventura que puede salir bien, pero que también puede ir mal. Pero entre sus errores podemos mencionar que, a menudo, puede ser poco realista creerse un “superhombre” que a todo vencerá, no ver la competencia o minusvalorarla, no tener un plan definido.
El comerciante, por el contrario, tiene una actividad de manera habitual, periódica, dedicado a la intermediación, al intercambio de bienes o servicios, a la compraventa. Suele ser una persona metódica.
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Posee una innata habilidad para ver las necesidades e intereses de los demás, o hacérselos ver. Sus equivocaciones suelen estar en perseguir en demasía a su cliente o en forzar a sus proveedores para ampliar su margen; otras veces, acumula mucho más inventario del que sería razonable tener. Debe de ser ordenado para llevar las cuentas de su actividad.
Por su parte, el negociante –nombre un poco peyorativo del negociador– es una persona con indudables capacidades de cerrar un acuerdo, ordinariamente en pro de su idea o planteamiento. Es observador, buen comunicador, capaz de establecer una relación abierta, inquisitivo, domina la persuasión. Sabe ver oportunidades extremas, no cede sin recibir algo a cambio. Escucha y se muestra optimista y abierto; generalmente es simpático, a veces con una intromisión que puede generar rechazo. Como errores clásicos podemos destacar el no reconocer sus fallos e ir exclusivamente a lo suyo.
El especulador sería, como en el caso anterior, una forma burlona del inversor o inversionista. Se dedica a la compraventa de títulos valores, calculando el momento de mayor ganancia, cosa que no siempre obtiene. Apunta a conseguir utilidades en el corto plazo, asumiendo un alto nivel de riesgo, pero sin involucrarse como socio de las empresas de las que adquiere acciones.
Es audaz, pero eso lo lleva, con frecuencia, a pasar de la euforia a la abulia en función de buenas operaciones o de rotundos fracasos. Su principal error es no juzgar con prudencia; es cortoplacista.
Si bien los modelos de este singular desfile son muy definidos y extremos, la realidad es muy rica en matices, no hay caracteres puros. Por eso, cada uno puede tener un poco de otro. Y resulta banal pretender identificar qué o quién es mejor: como en un equipo de fútbol, no es mejor el delantero que el arquero o el zaguero… Todos tienen su puesto y su rol en la vida económica. Lo importante es procurar lo bueno de cada uno y desechar lo negativo.
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