Escribe: Andrés Ortega, gerente general de Softys Perú
La sostenibilidad es una obligación ética para las compañías, cada vez más valorada por empleados, clientes, consumidores y accionistas, dada su gran relevancia para generar prosperidad a largo plazo. De acuerdo con un estudio de Ipsos Perú (2024), aplicado a líderes corporativos en esta materia, el 84% indica laborar en compañías con una estrategia formal de sostenibilidad. Además de generar rentabilidad, este enfoque integrador en las empresas propicia la adhesión a prácticas que aseguren un impacto medible y significativo en la sociedad y medio ambiente, en respuesta a las necesidades del entorno. Una importante manera de definir estos compromisos y vincularlos al ADN del negocio, son los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) al 2030, definidos por las Naciones Unidas, para cuyo cumplimiento, la participación de las nuevas generaciones es fundamental.
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El voluntariado corporativo es una de las formas para promover la sostenibilidad entre las generaciones más jóvenes, que se movilizan mucho más por propósitos y causas. Al fomentarlo desde la alta dirección, y en línea con un informe de Naciones Unidas (2020), esta herramienta favorece la inclusión social y el compromiso cívico de los participantes. Según Common Impact (2023), a nivel cultural, el voluntariado corporativo fomenta el sentido de pertenencia en los colaboradores y contribuye a la marca empleadora, orientada a atraer a potenciales agentes de cambio. Las nuevas generaciones, de entre 18 y 23 años, de acuerdo con el Informe del Estado del Voluntariado Corporativo en el Perú (2017), han sido el segundo grupo etario con mayor participación en estos espacios, y son en quienes recaerá la responsabilidad de continuar sumando esfuerzos por el desarrollo sostenible desde un liderazgo consciente.
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El efecto transformador del voluntariado impacta de forma positiva tanto en las condiciones de vida de los beneficiados, como en la reputación corporativa. Este círculo virtuoso de bienestar, traducido en oportunidades de desarrollo y nuevos conocimientos para las comunidades y la empresa, se conoce como valor compartido. En la experiencia internacional, podemos ver al voluntariado corporativo aplicarse tomando como insumo la expertise profesional de los participantes, el trabajo manual en equipo y la mentoría. En Perú, estas iniciativas cobran cada vez mayor fuerza, en la búsqueda por aportar a nuestra realidad nacional, y se concretan desde la atención a derechos fundamentales, con campañas de instalación de soluciones de almacenamiento de agua, educación en higiene y su impacto en la salud, programas de prevención contra la anemia y desnutrición infantil, y promoción de la lectura; así como la atención oportuna a desastres naturales.
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Para generar un impacto sostenido, es importante que las empresas trabajen junto a organizaciones, instituciones educativas y/o autoridades especializadas, que aseguren una formación adecuada en los voluntarios y beneficiarios respecto al programa a ejecutar. Como sugiere la investigación del Programa de Voluntarios de las Naciones Unidas (2023), y en línea con el ODS N°17, el poder de las alianzas asegura que los jóvenes estén listos para los retos técnicos y constructivos que se presenten durante sus intervenciones. Esta preparación desarrolla también habilidades blandas, transferibles a la vida personal y laboral del voluntario, como la empatía, el liderazgo, el trabajo en equipo y la comunicación asertiva.
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He sido testigo de la gran repercusión que tienen las extensas jornadas de construcción de soluciones para comunidades con carencias de acceso a servicios básicos, que cambian la vida de todas las partes involucradas en su despliegue, y las colma de gratitud, esperanza y dignidad. Un entorno saludable para la sociedad es el único camino para el desarrollo, y se potencia con la presencia de más profesionales preparados para aplicar buenas prácticas ambientales, sociales y de gobernanza dentro y fuera de la cadena de valor.
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