Ecólogo y director sénior de Programas del Fondo Andes Amazonía
Se puede decir con certeza que somos producto de los cambios en el clima. Varios de los eventos históricos no solo han coincidido con ellos, sino que han sido sus principales determinantes. Sin ir muy lejos, se sabe que la debacle de algunas culturas prehispánicas como la Moche o la Maya, más que a razones políticas se debió a cambios drásticos en el clima. Y los ejemplos sobran.
Entonces salta la pregunta, ¿los extremos de temperatura y la brusca intensidad de los eventos climáticos de hoy son algo raro y nuevo? La verdad es que no. Ha habido periodos más calientes y fríos en la historia del planeta. Lo que sí extraña es que el aumento de la temperatura mundial y de los eventos climáticos extremos actuales están estrechamente ligados a la emisión y acumulación de los llamados gases de efecto invernadero. Y esto está sucediendo desde la Revolución Industrial, es decir, de origen antrópico y en tiempos históricos. Eso es lo que coloquialmente llamamos “el cambio climático”. A estas alturas y con la ciencia sólida detrás, dudar de la causa-efecto es como negar la ley de la gravedad o la teoría de la evolución.
También es importante darse cuenta de que el cambio que estamos viviendo no lo vamos a parar. Lo que sí podemos hacer es disminuir su intensidad y rapidez, dándonos tiempo para adaptarnos. ¿Que hacer? Existe abundante literatura con ideas y propuestas para enfrentarlo. Algunos, como Bill Gates (en su libro “Cómo evitar un desastre climático”), se esperanzan en los avances tecnológicos. Otros, se apoyan en los acuerdos climáticos que no hacen más que decepcionarnos. Pero no nos queda otra. Debemos usar todas las herramientas a la mano para disminuir emisiones y adaptarnos al inexorable cambio. Mientras tanto, hay que proteger los ambientes naturales -terrestres y marinos, nuestros mejores aliados para combatirlo.
Los problemas de este siglo, como las epidemias, y la escasez alimentaria, son una expresión de la crisis climática. Y también en lo político, los flujos de migración de refugiados climáticos”, ya cuenta en millones. Y ahora, a puertas de una hambruna mundial, es importante darse cuenta de que esta está incluso más ligada a cambios en el clima que los impactos coyunturales como la invasión rusa en Ucrania. Y, a pesar de que esta crisis pueda ser aliviada por la implementación de tecnologías, adaptaciones agrícolas, o la cooperación internacional, debemos tener en claro que el cambio climático es la madre del cordero.
Cuando los impactos del cambio climático los sentimos todos los peruanos, en el campo, en el mercado y en el bolsillo, este pasa de ser un problema global a un problema nacional, local e individual. Necesitamos de liderazgo, a nivel internacional para atraer inversiones y tecnología, y en lo nacional, para tener propuestas e implementar programas de mitigación y adaptación coherentes, que comiencen -por ejemplo, en frenar la deforestación. A puertas del mayor desafío de la humanidad, para el Perú construir una sociedad resiliente es el desafío del bicentenario.