PH.D. Profesor emérito del PAD
Es recurrente hablar de crisis, pero lo que no se comenta tanto es cómo reaccionan las personas en esos momentos; y es allí cuando mejor se las conoce. Esto es especialmente importante cuando se trata de personajes públicos, o revestidos de autoridad, o simplemente personas que por sus circunstancias deben ser referentes en el medio. Hay quienes frente a fuertes incertidumbres se paralizan por el miedo o se dejan llevar por el temor, que es mal consejero, y tienen cobardes reacciones: huir, excusarse, enmudecer. Otros tienden al pesimismo o a echar la culpa exclusivamente a terceros. El concepto del “locus de control”, acuñado por J. Rotter, señala la percepción que tiene una persona acerca del origen de los sucesos, si en mí o en los demás.
Es frecuente que, en crisis, se tenga un “locus de control” externo, donde los eventos son resultado de decisiones de otros o del azar, y por eso se suele caer en la llamada indefensión aprendida que menciona el psicólogo M. Seligman: haga lo que haga, no mejorará la situación, por lo que lo mejor es quedarse quieto. La sociedad espera de sus líderes, de los empresarios, de los directivos, una actitud comprometida, valiente, magnánima. Es momento de darse cuenta de quién es cada uno, aferrarse a lo más íntimo, sabiendo lo que se espera de nosotros. No refugiarse en la falsa seguridad del avestruz; la verdadera seguridad es el entorno más íntimo, la propia conciencia, la responsabilidad.
Muchas veces, frente a las crisis se pierde el rumbo; otras, se desconoce dónde está el norte, no se sabe utilizar la brújula… o suelen confundirse medios con fines. Además, esto se agrava porque, como decía Roger Scruton, “en esta edad tecnológica adquirimos un entendimiento cada vez mayor de los medios para nuestros fines y un entendimiento cada vez menor de las razones por las que debemos perseguirlos”. Y así, quienes deberían dar luz solo dan tinieblas, y quienes deberían dar paz y optimismo siembran dudas y escepticismos. Lo peor de las crisis no está en ellas, sino en la ausencia de líderes, o en su mudez o confusión.
El inefable hombre de La Mancha exclamaba: “Don Quijote soy, y mi profesión la de andante caballería. Son mis leyes el deshacer entuertos, prodigar el bien y evitar el mal. Huyo de la vida regalada, de la ambición y la hipocresía, y busco para mi propia gloria la senda más angosta y difícil. ¿Es eso, de tonto y mentecato?”. Ojalá nuestros directivos y líderes tengan esa actitud, con verdadero afán por servir al país y al bien común, y no a sus propios intereses.
La Navidad es un buen momento para reflexionar, e inspirados en “la rica pobreza” del pesebre reafirmar nuestra fortaleza con rectitud, esperanza y siempre buscando la paz. ¡Ahora, más que nunca!.