En lo que va del siglo la brutalidad del ataque de Al Qaeda a Estados Unidos (las torres gemelas y el Pentágono) en 2001 o la agresión rusa contra ciudades y blancos civiles en la guerra en Ucrania parecieron establecer el rasero contemporáneo de la barbarie humana.
Pero el salvaje ataque de Hamás a civiles israelíes este 7 de octubre por aire, mar y tierra, su organización bajo las barbas de uno de los más eficientes servicios de inteligencia, su extraordinaria letalidad y su disposición a aceptar el fuerte castigo que sufrirá su punto de origen (Gaza), señala que el terrorismo toca aún escalas mayores que obligan a procurar la eliminación de Hamás.
Especialmente si ésta ha querido celebrar la guerra de Yom Kipur de 1973 e impugnar el establecimiento posterior de relaciones de Israel con Egipto (y luego con otros países árabes) con el propósito de impedir que se formalicen hoy relaciones entre Arabia Saudita e Israel en pro de un nuevo orden en el Medio Oriente.
Ese vínculo fue referido por el primer Ministro Netanyahu en la reciente Asamblea General de la ONU como una manera alternativa de establecer la paz con Palestina: si las negociaciones bilaterales no funcionan, un nuevo contexto regional debería contribuir a lograr el resultado. Pero no cualquier forma, debe añadirse: la fórmula de dos Estados debe persistir.
De momento Hamás ha paralizado, sangrientamente, esa iniciativa. Para ello debe haber tenido cuenta varios factores. Primero, la gran división política que desgarra la sociedad israelí en torno a un cambio de la organización del Estado: el Primer Ministro Netanyahu ha patrocinado la reducción de los poderes de la Corte Suprema con el objeto de impedir que ésta pueda bloquear o modificar decisiones del Parlamento o del Ejecutivo. La fractura política es de tal magnitud que ha llevado a Netanyahu a gobernar, luego de cinco intentos, con la extrema derecha y con ultraortodoxos de muy cuestionable experiencia en asuntos de seguridad.
Segundo, la considerable influencia iraní en las organizaciones terroristas predominantes en el vecindario israelí (Hezbolá dominante en Líbano y presente en Siria, la Yihad Islámica en Gaza y Hamas, que habiéndose distanciado de Irán, ha recibido de él asistencia financiera y logística en la preparación del ataque contra Israel. Como es evidente, Irán, fuertemente coactado por la Unión Europea y Estados Unidos, entiende que la vinculación entre Israel y Arabia Saudita es una amenaza para su influencia y la existencia misma del régimen que lo gobierna.
Tercero, resulta esclarecedor que ni Rusia ni China hayan condenado el ataque a Israel sin cortapisas a pesar de que esas potencias han reprimido fuertemente el terrorismo o el separatismo beligerante en sus países. La omisión es especialmente llamativo en el caso chino, pero ayuda a entender sus prioridades: si China mantiene buenas relaciones con Israel su interés en Irán como potencia media antioccidental, es mayor. En cambio, no llama la atención la neutralidad de Rusia que, atareada por la guerra con su vecino, no se ha esmerado en condenar en el ataque de Hamas al tiempo que reclama un cese del fuego y expresa preocupación por una escalada de la violencia en el área. Como se sabe, Rusia mantiene una relación estratégica con Irán que le provee de armamento ahora indispensable.
A mayor abundamiento, es interesante constatar que Rusia se preocupe por un escalamiento del conflicto en el Medio Oriente cuando el que causa su invasión en Ucrania opera ya en múltiples niveles sin que ello le preocupe mucho.
En efecto, el escalamiento de esa guerra tiene dimensiones globales produciendo, entre otras consecuencias, un clima propicio a la reemergencia de conflictos latentes (p.e. la reciente absorción azerí de Nagorno Karabaj en el Cáucaso y la fricción entre Serbia y Kosovo en los Balcanes que se suman la participación del grupo Wagner en la desestabilización de una parte de África). El ataque terrorista a Israel forma parte de esa nueva atmósfera.
Al margen de que nuestra Cancillería parezca paralizada frente a estas situaciones (apenas condena el ataque y se solidariza diplomáticamente con el pueblo de Israel pero no apoya explícitamente al agredido) y de que los vecinos reaccionen de manera desigual, las ramificaciones del ataque terrorista podrían sentirse en el mercado del petróleo (especialmente si el conflicto se mantiene en el largo plazo e induce a Irán u otros a recurrir al “arma petrolera”) complicando una economía global “renga” (FMI).
De momento, sin embargo, el precio del petróleo apenas subió 5% para luego empezar a descender indicando que los miembros de la OPEP no emplearían, de momento, ese recurso mercantilista como ocurrió en 1973 cuando los precios se duplicaron primero y luego se cuadruplicaron produciendo un incremento extraordinario de la inflación y una gran crisis económica mundial. Los gestores económicos, sin embargo, deben adoptar previsiones y consolidar stocks para afrontar alguna emergencia.