PAD Universidad de Piura
Quienes me conocen, saben que soy, en esencia, optimista, positivo; busco la colaboración y no la confrontación. Pero hoy las circunstancias me animan a hacer un fuerte llamado: ¡esto no da para más!
La semana pasada ha sido rica en acontecimientos: rica por la variedad de situaciones, pero tremendamente penosa por la naturaleza de estas y por lo que les ha dado origen. Una multitud marchó pacíficamente (hasta que los conocidos infiltrados generaron enfrentamientos), desafiando un injusto, desproporcionado y nefasto toque de queda (el eufemismo de “inmovilización social” es una tomadura de pelo). Marchaban ciudadanos de todo estrato social, exigiendo la renuncia del presidente, cansados de tanto desgobierno, corrupción y mentiras. Nadie puede negar ese clamor popular. Esos tres aspectos, lamentablemente, son recurrentes en el actual gobierno. Ni que hablar de los desastres económicos a los que nos han llevado, y que pretenden endilgar a la guerra Rusia-Ucrania, a la pandemia y a otros fantasmas; desde luego, son factores influyentes, pero es la pésima gestión lo que ha tirado por la borda nuestras reservas, ahuyentado la inversión, desalentado cualquier emprendimiento.
Para gobernar hay que tener un mínimo de conocimientos; aquí no los hay: a confesión de parte, relevo de pruebas, dice un aforismo jurídico. Pero si no hay conocimientos, ha de haber prudencia y sensatez. Es lógico que un gobernante prefiera tener cerca a gente de su círculo de confianza, pero estos deben ser idóneos al menos para lo que se les encomienda; conocedores de las tareas a las que son convocados, con expedientes limpios, con ánimo de servir y no de medrar. Y son bastantes los casos en que ha sido lo contrario. Si uno de los lemas como gobierno es luchar contra la corrupción, la primera lucha es en el interior y enfocada en los colaboradores cercanos: si no hay una actitud diligente y exigente, se convierte en cómplice. La lucha contra la corrupción no es palabra para predicarla en plazas, sino para practicarla en el entorno inmediato en primerísimo lugar.
Qué desaliento para los demás funcionarios, buenos y esforzados, comprobar que las cabezas no están bien. Por eso, la corrupción en los altos niveles de gobierno es doblemente reprobable.
Observamos incapacidad, fomento de la división, enfrentamiento en el lenguaje y en los hechos e, incluso, divagaciones tan fuera de lugar como dolorosas para cualquiera que tenga un gramo de humanidad.
Presenciamos una amplia vigencia del Principio de Peter, de los que llegan a su nivel de incompetencia –o la multiplican, si es que ya la tenían–. Como sea, este desgobierno es el caldo de cultivo ideal para las medias verdades, el engaño y la mentira de los que el pueblo peruano está harto.
Este es el momento para decir con sencillez: “Yo no puedo con esto, no sé, me sobrepasa, y no tengo capacidad para convocar… Lo dejo”. Sería el paso al costado que opacaría las presunciones, los desatinos y la hecatombe de estos ocho meses para ser recordado como “el que no pudo y, al menos, se fue a tiempo”, antes de que le endosen más muertes y chanchullos de toda clase. Pretender aferrarse a los cinco años es aumentar el daño con irreparables consecuencias. Ahora es cuándo. Los aduladores querrán atornillarlo, para también atornillarse, pero es el momento de imponerse. Lo pide casi el 80% del país; lo exige nada más y nada menos que el bien de la Nación.
Esta Semana Santa es una gran ocasión para reflexionar y mejorar nuestra conducta, para tomar el camino correcto y sacrificar el beneficio propio en aras del bien, la esperanza y la paz de todos.