Escribe: Omar Mariluz Laguna, director periodístico de Gestión.
Sobrevivir se volvió una palabra clave en los últimos años, en especial con la llegada de la pandemia del covid-19. Es duro, pero es una realidad. Todos buscamos sobrevivir, permanecer, evitar desaparecer. En el mundo de los negocios el principio es el mismo: qué acciones debo realizar para no ser arrasado por la ola.
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En el país, tenemos el mantra que el peruano es emprendedor y, es verdad, pero la pregunta es cuánto duran nuestros emprendimientos. Un entorno hostil para hacer negocios, la poca información y dificultades para acceder a financiamiento suelen ser el cóctel perfecto para aniquilar a miles de emprendedores. La principal preocupación de cualquier empresa debería enfocarse en cómo ser sostenible, cómo permanecer, seguir existiendo.
En ese contexto es fundamental hablar de sostenibilidad. De cómo un emprendedor, una empresa mediana o una gran empresa introducen en su día a día acciones para tener un buen gobierno corporativo, de cómo se relacionan con su entorno social o ambiental. Esto, que podría verse como una moda, es en realidad la clave de la permanencia.
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Ha pasado un año desde que Gestión inició la “Comunidad ESG”, su apuesta por resaltar tres indicadores que son -o deberían ser- clave para las empresas: ambientales, sociales y de gobernanza (ASG, en español). Un año buscando hacer zoom sobre acciones que van más allá del corto plazo y más bien tienen repercusiones concretas en el mediano y largo plazo.
La comunidad albergó a lo largo de este periodo a empresas de diferentes sectores: educación, banca, seguros, hidrocarburos, transporte aéreo, alimentos y bebidas, entre otros. Pero ¿por qué este diario tomó estos criterios como parte de su estandarte?
El lenguaje de las empresas incorpora cada vez más estas siglas, en parte, porque hay un jugador que presiona: el inversionista. En el pasado, los inversionistas ponían el foco en diferentes características para evaluar a una compañía. Si bien el gobierno corporativo, por ejemplo, era una de ellas, la sostenibilidad en su conjunto no necesariamente estaba en la mira. Hoy el panorama es distinto y, en cierta medida, hay casi una obligación de ser sostenible.
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En el lapso de unos pocos años, el panorama ESG ha cambiado drásticamente, tanto desde la perspectiva de los inversores como de los emisores. Tal es así que la supervisión y la gestión de estos son puntos en juego. Georgeson, hace unos años hablaba de cinco tendencias, siendo algunas de ellas que las expectativas ESG de los inversores pasan de los informes a la acción; la evaluación de los inversores sobre las prácticas ESG está evolucionando; el cambio climático y la diversidad, la equidad y la inclusión siguen siendo las principales prioridades; entre otras.
Sin embargo, la obligatoriedad y las inversiones en juego no son las únicas razones por las que las empresas se embarcan en estos criterios. La contribución con los trabajadores, con las comunidades y con el ambiente son una necesidad. La reputación también se pone en jaque cuando no hay una buen gobierno corporativo y acciones potentes en favor del ambiente y la sociedad.
Tras un año de la “Comunidad ESG” la conclusión es clara, es necesario continuar.