Profesor de la Universidad del Pacífico
Hace un par de semanas, el ministro de Economía sorprendió a muchos al anunciar que la economía peruana estaba en recesión. Pero aquello que causó sorpresa fue el reconocimiento oficial de la situación por parte del Gobierno, no que no hayamos visto venir la recesión. Esta venía anunciándose desde hace tiempo.
La economía peruana viene ralentizándose desde hace varios trimestres. Y una recesión no es otra cosa que la consecuencia natural de una ralentización prolongada, que ocurre cuando las fuerzas que venían empujando la economía hacia atrás se vuelven más fuertes que aquellas que la jalaban hacia adelante. Y, en mi opinión, la principal fuerza que está empujando la economía hacia atrás es la desconfianza.
Me explico. Al igual que en las empresas, aquello que genera crecimiento en una economía es la inversión. Y la gente solo invierte cuando tiene confianza en el futuro. El hecho de que la inversión ya no crezca como en el pasado revela que la mayor parte de los inversionistas ya no confía en el futuro como lo hacía antes. Las encuestas de expectativas no hacen otra cosa que confirmar lo que ya era palpable.
En mi opinión, gran parte de lo que está ocurriendo es que los peruanos tenemos la sensación de que el país parece un barco a la deriva. Si bien Pedro Castillo fue un capitán tan inepto que por poco hunde el barco, esa crisis ya pasó. Hoy tenemos otro capitán, y necesitamos que haga su trabajo. Que señale la ruta a seguir, y, mucho más importante, que se encargue de que se siga.
Si, pues, la situación política de la presidenta Boluarte es precaria, pero si quiere que los inversionistas empiecen a creer que la situación no se seguirá deteriorando, alguna pelea tiene que dar. Ya sea contra la reforma anti-SUNEDU (la que probablemente más afecte el crecimiento económico de largo plazo), contra la delincuencia (que también lo afecta en gran medida) o contra el sinsentido de que el Congreso tenga iniciativa de gasto (lo que desviará miles de millones de Soles del presupuesto público hacia gastos improductivos) a pesar de que la Constitución lo prohíbe.
Pero, además, hay otras medidas que no se ven afectadas por la precariedad política de la presidenta, y que, sin embargo, el Gobierno no está tomando. En agosto, por ejemplo, escribí una columna en la que señalaba mi preocupación porque estaba aumentando la probabilidad de un evento fuerte del Fenómeno El Niño en 2024 y no se notaba en el Ejecutivo ningún sentido de urgencia. Tres meses después, la probabilidad ha aumentado y el sentido de urgencia sigue sin notarse. ¿Dónde está la presidenta, que no se le ve presionando a sus ministros para que las obras se completen antes de que empiece a llover? ¿Dónde está el capitán de este barco?