Periodista
Cada vez queda más claro que un gran “aliado” del Gobierno es el Congreso. Ha perdido la brújula, y no solo por el comportamiento, actuación, actitud y declaraciones de su presidenta y de muchos de los congresistas; sino por muchas de sus acciones que le restan autoridad para criticar al Ejecutivo, para asumir un liderazgo como oposición o para lograr algo de apoyo de parte de la población en su papel fiscalizador o de control político.
Por estos días se ha planteado interpelar al primer ministro. Pero sucede que el premier ya fue interpelado hace apenas tres semanas. Claro, se dirá que en aquella oportunidad se le interpeló por otros temas (paro de transportistas y 5 de abril), y que ahora se trata de que explique la prórroga del estado de emergencia por 30 días más, y por el fallido anuncio del adelanto de elecciones.
Pero lo cierto es que a pesar de que muchas bancadas dicen querer ver al primer ministro fuera del Gobierno, ninguna quiso presentar una moción de censura, por el temor a que se considere como la primera negativa de confianza, y con ello se dispare la primera bala de plata.
Si se aprueba esta nueva interpelación, ¿tendrán el valor de presentar y aprobar, ahora sí, una censura?. Hasta ahora, lo que hay son muchas declaraciones, muchas críticas, pero ninguna acción concreta.
Las interpelaciones y las mociones de censura empiezan a perder impacto -como sucedió con las mociones de vacancia del presidente- porque se habla todas las semanas de presentarlas y se busca censurar a una gran cantidad de ministros, pero a la hora de la verdad eso no sucede. Durante estos diez meses, solo se ha censurado a tres ministros. Por otro lado, varios congresistas han criticado –y con toda razón- al presidente y al Gobierno por la relación y el trato con la prensa. Muchos de ellos señalan que esa relación es típica de gobiernos como los de Venezuela y Cuba; que debe haber un irrestricto respeto a la libertad de información, y que el Ejecutivo debe transparentar todos sus actos y decisiones.
Es más, se critica diariamente al Ejecutivo por armar esos remedos de Consejos de Ministros descentralizados, y de digitar y controlar la asistencia a cada uno de esos eventos que más parecen actos proselitistas.
Sin embargo, ¿y por casa como andamos? El Congreso recorre los mismos pasos que el Ejecutivo. Se niega a ser transparente, a garantizar la libertad de información, a tener una buena relación con la prensa, y se comporta –en este tema, y en buena parte- tal como lo hace el Gobierno.
¿Cómo mirar la paja en el ojo ajeno, con una viga en el propio?, ¿con qué autoridad hablar de transparencia, de buena relación con la prensa, de garantizar la libertad de información?
Además, el comportamiento de las bancadas, o de lo que va quedando de ellas, y de muchos congresistas, sigue siendo errático, confuso y hasta sospechoso. Y no hablamos de las permanentes contradicciones entre lo que los parlamentarios dicen y hacen. Nos referimos a lo que aprueban, y a las “coincidencias” que en determinado momento los unen.
Y hay más, pero lo que no hay es espacio.
Por todo esto creemos que la población ve al Congreso como parte del problema, y será muy difícil que lo vea como la solución o la cabeza de la oposición. Por eso, seguirá convocando a “la calle” como lo hace para mañana.