Periodista
A estas alturas resulta obvio que el cambio de gabinete no ha ayudado a mejorar las cifras de aceptación y/o aprobación del Gobierno y del presidente como muchos pensaban o pretendían. Por el contrario, las encuestas empiezan a mostrar que puede irle peor que hace dos semanas.
Es verdad que la situación creada por la presencia de los ministros del Interior y de Educación juega en contra del Gobierno.
En un caso por todo lo que se ha conocido de su trayectoria, por sus actividades profesionales y políticas antes de asumir el cargo, por sus tempranas decisiones después de juramentar, y por sus omisiones en el caso muy concreto de la fuga de gente muy dinámica. En el otro caso, por todo lo que se conoce y se dice de él, y por lo que se comenta que piensa hacer, ya que hasta el momento no ha dicho nada al país.
Pero siendo estas dos presencias un problema, es más delicado todavía que el Gobierno, y concretamente el presidente y la premier, no tomen decisiones claras al respecto. A no ser que la decisión clara sea precisamente no hacer nada al respecto, o hacer todo lo necesario –léase ofrecer versiones sin decir nada- para que los dos ministros permanezcan en el gabinete el mayor tiempo.
Sin embargo, esto no es lo único. Y no hablamos del caso del por ahora frustrado embajador en Venezuela; de la fuga de los dinámicos; o de los comunicados y las broncas del partido de gobierno con el Gobierno, con el gabinete, o con su bancada. Que obviamente ayudan a deteriorar más la imagen del presidente y de su administración.
Hablamos de esa inacción o indefinición del Gobierno frente a lo que varios sectores reclaman. Y no en un solo sentido.
Muchos pensaron que el cambio de primer ministro iba a generar un rumbo y una dinámica diferente. Que ahora sí estábamos ante la posibilidad de mayor orden, iniciativa, decisión, y de un mejor apoyo y colaboración con el presidente. Y la verdad es que no ha sido así.
Han cambiado las formas (algunos dirían que se ha ido de un extremo a otro) pero no el fondo. Seguimos sin decisiones y han abundado las justificaciones y las promesas de evaluaciones. La admisión de la falta de iniciativa ha sido tal que se ha reconocido que no hubo ningún aporte ni objeción en la conformación del gabinete, por ejemplo.
En otros casos, como en el de la definición que se pide sobre la Asamblea Constituyente, tampoco hay claridad y se señala que no es prioridad, pero que no hay que tenerle miedo. Es decir, ni sí, ni no, ni todo lo contrario.
En el sector Trabajo, se ha prometido continuar con la agenda del cuestionado exministro sin retroceder un milímetro, cuando lo que se esperaba es que hubiera una mayor apertura para el diálogo y que la balanza no estuviera inclinada para un solo lado.
Es obvio que una cosa es la Presidencia del Congreso y otra la PCM. En la primera posición la función es coordinadora y básicamente administrativa; en la segunda, en cambio, la función es esencialmente ejecutiva, de liderazgo pleno, de iniciativa y de manejo político. Tal vez cueste trabajo pasar de una orilla a otra. Pero si el aprendizaje demora, el presidente podría empezar a escuchar más a su flamante asesor que a su premier.
El problema para el presidente y la premier es que esa percepción de falta de definición y decisión les va a traer problemas también en el sector radical (sur y centro del país), que le reclama lealtad a las promesas de campaña.
Un rumbo claro es lo más importante. Y eso es lo que ni el presidente ni el Gobierno ofrecen a ninguno de sus auditorios.