Por Carlos Anderson
La pandemia del coronavirus ha acelerado el futuro. De la noche a la mañana nos hemos visto forzados a ingresar al mundo Matrix, donde lo virtual o digital determina los contornos de la realidad física.
En ninguna área es esto más cierto que en el mundo del trabajo. Y es que mientras no se encuentre y distribuya una vacuna o se tenga un tratamiento efectivo contra el covid-19, seguiremos inmersos en una economía de mínimo contacto y, por ende, en una economía donde predominen la automatización y los robots, estos últimos inmunes al covid-19 y a cualquier otra pandemia.
Para quienes —como este columnista— viven permanentemente preocupados por el porvenir, la tensión entre empleo y automatización no nos cae de sorpresa.
Hace tiempo que se discute: i) el papel de la automatización en trabajos donde predomina la repetición; ii) la robotización de las plantas industriales de alta precisión (como, por ejemplo, la fabricación de automóviles), y iii) el altísimo potencial de reemplazar un gran número de actividades humanas, con novedades tecnológicas como la inteligencia artificial, los algoritmos, el machine-learning y los robots industriales.
De hecho, a fines de noviembre del 2017 la consultora McKinsey publicó un informe que nos dejó con los “pelos de punta”. El informe “Empleos ganados, empleos perdidos: lo que el futuro del trabajo significa para los empleos, las habilidades y los salarios”.
Según el estudio, en el caso del Perú, nada menos que el 53% de los empleos, esto es casi siete millones, son susceptibles de ser reemplazados hacia el 2030. Pero como con tantas otras cosas, el covid-19 ha venido para acelerar las cosas, encontrándonos supremamente poco preparados.
En efecto, los últimos cuatro meses han asestado un durísimo golpe al mundo del empleo—no solo en el Perú, sino en el mundo entero.
Millones de empleos formales e informales han pasado a mejor vida. Y los trabajadores que conservan sus empleos —ya sea porque trabajan para el grupo privilegiado de empresas formales que han recibido algo de ayuda, o porque se encuentran en situación de “suspensión perfecta”— temen perderlos en los próximos meses, en la medida en que las empresas comiencen a quebrar producto de la falta de liquidez en el marco de una economía donde la demanda se ve afectada por el empobrecimiento masivo de la población y sus temores de quedarse desempleada.
Urge, por ello, impulsar la creación de empleo y revertir el ciclo vicioso de menor demanda, menor inversión, menor producción que nos conduce directos a la Gran Depresión del siglo XXI.
Para atenuar los terribles efectos del covid-19 sobre el empleo, el gobierno del presidente Vizcarra ha optado por lanzar un programa (Arranca Perú) de empleos temporales con jornales de 40 soles diarios en tres sectores: transporte y comunicaciones, vivienda y agricultura, sin que esté claro en qué medida se trata de trabajo realmente productivo o con visión de futuro.
Tal vez sería preferible usar los ingentes recursos destinados a Arranca Perú (6,436 millones de soles equivalentes al 1 por ciento del PBI) para impulsar tres aspectos claves de la economía pospandemia: i) la necesidad de construir un sector salud de excelencia, con infraestructura física y humana de calidad, acorde con nuestro estatus de país de ingresos medianos-altos; ii) la necesidad de mejorar sustantivamente las habilidades de nuestra fuerza laboral para que puedan desenvolverse con acierto en una economía digital. Esto implica, entre otras cosas, la importancia de reentrenar a los trabajadores (reskilling) y/o mejorar sus actuales capacidades (upskilling); y iii) la construcción de una supercarretera digital (band ancha) que permita el teletrabajo, la telesalud y el gobierno digital.
Se trata de un sutil cambio de estrategia, pero uno que bien orientado puede tener un impacto que vaya más allá de simplemente “cavar hoyos para volver a llenarlos”.