AMNISTÍA. El último lunes, el congresista y expremier castillista Guido Bellido lanzó una nueva propuesta de ley que ha llamado la atención. No porque plantee algo positivo o siquiera relevante; sino, más bien, por el cinismo y la clara desconexión con la realidad que revela el solo hecho de haber planteado la idea.
El proyecto de Bellido es una ley de amnistía que, de aprobarse y como su mismo nombre sugiere, liberaría al expresidente Pedro Castillo de cualquier castigo o responsabilidad que pudiera derivar del proceso penal que hoy se sigue en su contra, por razón del golpe de Estado que dio en diciembre pasado. Es como parte de dicho proceso penal que Castillo hoy viene afrontando una prisión preventiva de 18 meses.
Como es sabido, a diferencia del indulto, que implica perdonar la pena impuesta a una persona condenada por un delito, una amnistía implica perdonar el delito. Incluso si este todavía no hubiese sido determinado en última instancia, como ocurre en el caso de Castillo.
Si bien es claro que se trata de un proyecto con pocas chances de prosperar, como dijimos al inicio lo que más llama la atención de la propuesta es el cinismo que encierra. Castillo no solo nunca ha admitido haber hecho algo mal (ni en relación al golpe, ni durante su Gobierno). Peor aún: lleva meses argumentando que no hizo algo que todo el Perú vio en vivo y que está literalmente colgado en YouTube, al alcance de cualquiera. No ha pedido perdón ni se ha mostrado arrepentido de ninguna de las decisiones que tomó estando en el poder y que ahondaron aún más la crisis política y económica que ya vivía nuestro país, incluyendo su golpe de Estado.
Por el contrario, de parte de la defensa de Castillo solo hemos escuchado hasta ahora excusas bastante absurdas, como que el expresidente estaba en realidad “drogado” o que fue obligado a leer el discurso contra su voluntad con amenazas, cuando en realidad existen varios indicios de que se trató de una decisión premeditada de ese Gobierno. Por ejemplo, las acciones de Betsy Chávez ese día, capturadas por las cámaras de video, o el proyecto de resolución encontrado recientemente en una impresora de Palacio.
Frente a todo esto, que los pocos aliados que le quedan a Castillo pidan que se le perdone por algo que ni siquiera admite haber hecho y de lo que no se arrepiente no es pues otra cosa que un pedido descarado de impunidad. Y por lo mismo, su único destino viable es el archivo.