El Gobierno de Israel, liderado por el primer ministro Benjamín Netanyahu, bajó la guardia. Y Hamás, el grupo paramilitar que controla la Franja de Gaza, fue capaz de orquestar un ataque relámpago el sábado que se cobró la vida de más de 700 israelíes, entre ellos 260 asistentes a un festival de música, la gran mayoría jóvenes. Los militantes de Hamás, calificado como terrorista por la Organización de Estados Americanos (OEA) –de la que el Perú es miembro–, se comportaron como tales pues además de asesinar a sangre fría a civiles indefensos, tomaron más de 100 rehenes, entre ellos bebes y ancianos.
Decimos que Israel bajó la guardia pues sus servicios de inteligencia no detectaron que se preparaba un ataque de tal magnitud y subestimaron la capacidad de coordinación de Hamás. Encima, sus Fuerzas Armadas y policiales tardaron en reaccionar. Ha trascendido que el servicio de inteligencia de Egipto, que junto a Israel ejerce un duro bloqueo sobre Gaza desde hace 16 años, alertó a sus contrapartes israelíes de que Hamás preparaba “algo importante”, pero no se habría hecho nada al respecto. El paralelismo con los atentados del 11S es inquietante.
¿En qué estaba concentrado el Gobierno de Netanyahu? Pues en “reformar” el sistema judicial, a fin de restarle autonomía, lo que ha provocado masivas protestas. Además, su actitud hacia Palestina es abiertamente hostil –incluye asentamientos ilegales israelíes en Cisjordania–, lo que ha creado descontento en sectores de su país que buscan una solución al conflicto. Eso habría mermado la disposición de muchos israelíes a trabajar en el Gobierno, incluidas áreas claves como inteligencia y defensa. Netanyahu pertenece a Likud, un partido de derecha, pero tuvo que aliarse con partidos radicales –que, por ejemplo, niegan el derecho a existir de Palestina–, para volver a ocupar el cargo, en diciembre.
Y Netanyahu, fiel a su estilo, ha respondido al ataque con un cerco y lanzamiento de misiles contra Gaza. Pero si de intransigencia y fundamentalismo se trata, es improbable que Hamás se aparte del poder de facto que ejerce sobre Gaza, y seguirá usando como escudo humano a la población civil. Con todos sus defectos, Israel es una democracia y, si quisiera, podría liberarse de Netanyahu si votase correctamente. En cambio, Palestina necesita liberarse de la tiranía de Hamás. Más allá de la caída de las bolsas o el alza del precio del petróleo, habrá enormes costos a largo plazo si no se actúa con serenidad, lo que, por ahora, lamentablemente, no parece posible en ninguno de los dos bandos.