Profesor de la Facultad de Gestión y Alta Dirección de la PUCP
El populismo ha comenzado a extenderse con más fuerza no solo en Latinoamérica, sino también en el hemisferio norte y parte de Europa. Y claro, como era previsible, el COVID-19 contribuyó a exacerbarlo.
Hemos sido testigos de cómo distintos jefes de Estado utilizaron la pandemia para implementar una serie de medidas populistas en exceso, cuyo fin, más allá de colocar en el centro a sus ciudadanos, se enfocaron en mejorar sus alicaídos niveles de aprobación a través de cuestionables iniciativas que no van más allá del recurso asistencialista – clientelista.
Lo lamentable, es que nos acostumbramos a convivir con ello. Dicho de manera amable, asumismo el populismo como parte de la cotidianidad, no prestando la importancia que amerita.
Pero la puesta predilecta de esta tendencia social demagógica llamada populismo, ha sido la impronta intervencionista sin mayores argumentos, sumado a la retórica y ligeros discursos políticos en época electoral, en donde un frágil, crédulo y poco informado mercado de electores se rinde frente a un candidato con un discurso ortodoxo, excluyente y en algunos casos intervencionista que golpea sin reparo a los sectores estratégicos productivos de una nación, utilizando sofismas en calidad de recursos argumentativos.
Una forma de combatir el populismo es la educación de nuestra gente, el informarse, el mejorar la calidad educativa y por qué no, el incorporar una reforma educacional transversal en los países que se requiera.
Mucho cuidado con confundir ser patriota con ser patriotero, o ser popular con populista.
La demanda y el reclamo social hoy son la constante, el hartazgo por la clase política convencional y tradicional se ha hecho escuchar con fuerza. Es el momento de comenzar a apostar por cuadros políticos técnicos, con ganas de servir, enfocados en restituir la confianza, donde no necesariamente sea factor de análisis si te conocen o no, o si milita en algún partido político.
La actual contingencia que embarga a la humanidad nos ha obligado a través del confinamiento obligatorio por el que hemos o seguimos transitando, a que desarrollemos y nos tomemos en serio lo que significa la responsabilidad, aporte y contribución social. En esta línea, la labor política no debe ser comprendida como una forma de subsistencia, corresponde entender que el sistema cambió, que llegó la hora de hacerse a un lado para dar paso a nuevas generaciones. En esta normalidad distinta no hay espacios para reelecciones, ni tampoco para los mismos de siempre.
La tarea, más técnicos en vez de sofistas, mayor línea de carrera, más foco en educación, fomentemos espacios de diálogo, discusión e importancia por el respeto a la normativa y lo que siginifica el hacernos responsables.
Hemos sido testigos el último fin de semana de las consecuencias fatales que deja no respetar la normativa básica. Finalmente, apostemos por generar certidumbre política, económica y jurídica real, menos retórica y más acciones concretas.