Analista económico
Yuval Noah Harari, en su libro “Homo Deus”, sustenta que la humanidad desde el inicio de su evolución y hasta hace unas décadas atrás, tenía una agenda prioritaria de tres temas: el hambre, las enfermedades y las guerras. Que, pese a que aún queda una fracción de esos problemas, ellos han sido controlados y casi superados.
La humanidad, dice Harari, hoy se plantea una nueva agenda: la inmortalidad, la felicidad y la divinidad. Esos nuevos retos son tratados con el avance de la ciencia y la tecnología, fundamentalmente por los países desarrollados y las trasnacionales gigantes.
Cuando uno observa al Perú, nuestro país está aún sumido en la antigua agenda. Aunque se ha avanzado bastante en el último cuarto de siglo, el hambre sigue presente en un número significativo de familias en pobreza extrema.
La enorme cantidad de muertos e infectados que nos pone, vergonzosamente, en el primer lugar en el mundo por millón de habitantes en el tratamiento del COVID-19, muestra el mal estado de nuestro sistema de salud.
En cuanto a la guerra, hemos padecido el cruel terrorismo de Sendero Luminoso y el MRTA en décadas cercanas, y todavía sus rezagos, unidos al narcotráfico y al gobierno actual, nos tiene obstaculizados política, social y económicamente.
Que lejos estamos de los adelantos que se destacan en otros países. Allí están la robótica, inteligencia artificial, vehículos autónomos, biotecnología y modificación genética, energía no convencional barata, investigación y turismo aeroespacial, nuevos medicamentos, computación cuántica, el Internet de las cosas y mejora importante de la productividad en todos los sectores.
Tales progresos y sus aplicaciones nos van distanciando y nos castiga a seguir siendo un país subdesarrollado y marginal, meros importadores de bienes y servicios modernos.
Hace cinco días, mediante un decreto supremo, se aprobó “La Política General de Gobierno para el Periodo 2021-2026″, presentando diez lineamientos prioritarios con muchas generalidades, en que cabe todo. Eso sí, introduce varios acápites de corte estatista, poniendo un pie en lo que sería la nueva Constitución.
El régimen de Castillo, acorde a los hechos, a las omisiones y al nombramiento de personal incompetente y forajido en puestos claves del gobierno, dichos lineamientos no servirán.
El problema empieza con el propio Castillo, una persona improvisada, medroso y de pocas luces. El punto crucial es que siempre ha sido el reclamante, el crítico, ahora él es el demandado y no logra procesar ese cambio. Así, la economía peruana resulta una víctima.
El presidente Castillo se enreda diariamente, al intentar contentar o contener a aquellos a quienes debe su cargo, o a quienes se oponen a su ideología. Al no contar con cuadros idóneos, profundiza su impericia con decisiones contradictorias, absurdas o fantasiosas. Resulta increíble haber llegado a este escenario insólito que pagaremos caro con la tuya y con la mía.