1. En las últimas tres décadas, los economistas hemos priorizado el crecimiento y la reducción de la pobreza sobre la reducción de la desigualdad. Desde nuestro punto de vista, para crecer y reducir la pobreza resulta indispensable atraer inversión privada y generar puestos de trabajo productivos, lo que conduce a incrementar los salarios. A más puestos de trabajo y mejores salarios, menos pobreza.
2. El modelo de economía de mercado implementado en Perú y Chile permitió sostener el crecimiento y reducir la pobreza de manera significativa: en el Perú más de 10 millones de personas dejaron de ser pobres y, en Chile, la pobreza se redujo al 4% de la población. Sin embargo, Perú terminó con Castillo y Chile con Boric.
3. En este contexto, puede resultar importante prestar atención a la desigualdad. Algunos economistas han señalado que la aceleración del crecimiento puede, temporalmente, traer mayor desigualdad, pero que esta brecha tiende a corregirse en el tiempo. Otros indican que no existe una relación determinística entre crecimiento y desigualdad, que esta depende de una serie de otros factores, como las políticas públicas y el marco institucional del país en cuestión.
4. Creo que no hay duda que a los seres humanos la desigualdad nos importa. La historia universal así lo demuestra (en caso de duda, pregúntenle a María Antonieta) y los economistas parece que finalmente estamos internalizando este hecho con la ayuda de la economía del comportamiento. Probablemente, estemos transitando hacia un cambio de paradigma en la profesión, donde en el futuro los temas de equidad reciban más atención que en el pasado.
5. Muchos coinciden en que algún grado de desigualdad es positivo, sobre todo cuando este refleja diferencias en las capacidades y en los esfuerzos de las personas. Sin embargo, el grado de desigualdad existente en América Latina es muy grande: pertenecemos a una de las regiones más inequitativas del mundo. En el Perú, los ingresos del percentil más alto de la población en la distribución del ingreso son 69 veces los del percentil más bajo. En Chile, este coeficiente es 96, en Colombia llega a 270 y en Brasil casi a 300. Y aunque en los 20 años que precedieron a la pandemia la desigualdad registró una leve disminución, las diferencias siguen siendo abismales.
6. La reducción en la pobreza y en la desigualdad observada en Chile y Perú durante las primeras dos décadas de este siglo llevó a que algunos economistas se refieran a este periodo como uno de crecimiento “pro-pobre”. Sin embargo, si se les preguntase a los pobres si creen que el crecimiento registrado durante estos años los benefició más a ellos que a los ricos de sus países, probablemente la respuesta sería un rotundo: ¡NO!
7. Aquí, los economistas podemos estar sufriendo un problema de entendimiento. En la profesión estamos acostumbrados a comparar tasas de crecimiento. Centramos nuestra atención en diferencias relativas a lo largo del tiempo y no en las diferencias absolutas en un momento determinado. Así, algunos creen que, si los ingresos de los más pobres crecen más que los de los más ricos (en términos porcentuales), la desigualdad se está reduciendo y que el modelo económico es “pro pobre” en caso de que la tasa de pobreza también disminuya. De hecho, esto es lo que señalaron diversos documentos oficiales del MEF en los últimos 15 años.
8. Sin embargo, es probable que los ciudadanos en situación de pobreza cuyos ingresos crecieron en los últimos 20 años, consideren que ese progreso fue producto de su esfuerzo. Es más, probablemente no creen que hayan progresado mucho, pues siguen ganando muy poco (aunque en términos porcentuales ganen mucho más que hace 20 años). Y también es probable que esos mismos ciudadanos consideren que el sistema es injusto, pues les es muy fácil observar las enormes diferencias que hoy los separan de los más ricos (diferencias que en términos absolutos se han incrementado).
9. Y esta sensación de injusticia, agravada por la corrupción y la ineficacia del Estado en proveer servicios públicos básicos, puede fomentar saltos al vacío como el que estamos dando hoy en el Perú; en que en un periodo de tiempo muy corto se está tirando por la borda el esfuerzo de muchas décadas y de millones de peruanos.
10. Necesitamos colocar a la lucha contra la desigualdad en un lugar prioritario de la agenda de políticas públicas, en la mente de los economistas, en el discurso de todos los que creen en la economía de mercado. Contrariamente a lo que algunos piensan, prestarle más atención a este problema no está reñido con el crecimiento, más bien, no hacerlo lo socava. Según la Enade 2022, “el 72% de los peruanos considera que la desigualdad entre ricos y pobres es muy grave”. Desgraciadamente, hemos dejado la solución ficticia de este problema a los populistas radicales, mientras que los que defendemos la economía de mercado no hemos tenido la creatividad para presentar propuestas innovativas y realistas en este campo. Es hora de cambiar y liderar.