En 2023, la política exterior exhibió dos éxitos procesales: el inicio de la incorporación formal a la OCDE (la expresión de interés se presentó en 2012) y la oficialización de la presidencia peruana de la APEC que permitirá la organización, por tercera vez, de la cumbre correspondiente (tramitada desde 2022).
Para avanzar en lo primero se requieren reformas estructurales convergentes con las normas y prácticas internacionales de la OCDE. El actual desorden institucional del Estado no contribuye a ese proceso.
La organización de la cumbre APEC será, obviamente, más fácil de lograr. A ello contribuirán los beneficios inmediatos correspondientes a la sede de la APEC (fuerte cooperación internacional) y los de largo aliento (el fortalecimiento de la presencia geopolítica e inserción peruanas en el tejido normativo de la cuenca del Pacífico).
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Estas dos tareas deberán ser acompañadas por el objetivo de procurar mayor convergencia en nuestro ámbito de acción esencial: Sudamérica. Esa tarea será extremadamente compleja debido a la fuerte fragmentación política en el área, la erosión momentánea del potencial cohesionador de uno de los dos países grandes de la región (Argentina) y por los efectos en la integración de la hostilidad hacia el gobierno de la Sra. Boluarte mostrada por algunos socios.
En efecto, la parálisis política de la Alianza del Pacífico fue atizada por la renuencia de López Obrador a mantener una buena relación con el Perú aún a costa de puntales de la política exterior mexicana (la aproximación compensatoria hacia Sudamérica) y de doctrinas nacionales distintivas (la Doctrina Estrada que cuestiona el reconocimiento de Estados y gobiernos). El bloqueo formal por México de la presidencia peruana de la Alianza fue rocambolescamente solucionado mediante un proceso de triangulación con Chile.
El gobierno del Sr. Petro fue otro de estos grandes obstáculos de efectos perversos en la Alianza del Pacífico y en la Comunidad Andina.
Éstos se incrementaron cuando, en el ámbito de contracción del comercio internacional (un decrecimiento de -5% estimulado por guerras, fragmentación, proteccionismo, políticas industriales y altos intereses) y de concentración regional de los flujos de inversión extranjera (México, Brasil, Chile), se renovó la atención a los procesos de integración regional.
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Lamentablemente el deterioro de esos procesos no alienta beneficios de mediano plazo: las exportaciones intrazona andinas y de la Alianza apenas bordean el 6% y 3%, respectivamente (BID) mientras una mayor conectividad no alcanza aún velocidad suficiente.
A pesar de ello, al Perú le corresponde realizar los esfuerzos necesarios para renovar el valor económico y geopolítico de Sudamérica. Mientras tanto, es preciso atender con mayor eficacia la relación con potencias y agrupaciones extraregionales sin deteriorar arraigos occidentales, teniendo en cuenta la desaceleración global del momento y mejorando el posicionamiento en torno a la problemática de esos escenarios hoy ahogado en retórica.
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