Internacionalista
Si lo único cierto de la guerra en el este de Europa fuera la identidad del agresor (Rusia) y la del agredido (Ucrania), su solución elemental requeriría que el agresor revierta la invasión, pague reparaciones y el agredido recupere sus territorios y sea asistido en la reconstrucción. Pero aun para esta hipótesis sobresimplificada solo existe convicción militar, sobrecarga geopolítica y nulo horizonte temporal para su solución.
Mientras tanto, a la espera de una aún mayor intensidad bélica, la guerra sigue escalando. En efecto, en el lado ucraniano, el flujo de armas sofisticadas se acelera, la distinción entre defensivas y ofensivas es cada vez más ambigua y el riesgo de que los socios de Ucrania transiten a una confrontación directa es mayor.
En el proceso, el triunfo, que no ha sido definido por ninguna de las partes, no supera la suma 0 mientras la OTAN se expande, socios del Pacífico se suman y se amplía la indispensable asistencia económica a Ucrania (la norteamericana más que duplica a la europea y suma más que el conjunto restante —US$ 76.8 mil millones a enero— dividida en armas, asistencia de seguridad, financiera, humanitaria y préstamos —CFR—).
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En el lado ruso, la “amistad sin límites” de China está en camino de superar sus términos económicos mientras el aprovisionamiento militar incluye a potencias emergentes antioccidentales, los ejercicios militares fuera del teatro de operaciones se expanden, el recurso a la guerra híbrida se intensifica y el presidente Putin suspende el último tratado de limitación de armamento nuclear, luego de definir la amenaza también como “existencial”.
Así, mientras Ucrania ha perdido cerca de 30% de su PBI y la economía rusa continúa desacelerándose (-3.8% en 2022) a la espera de nuevas sanciones, la ONU proyecta una caída del PBI global a 1.9% este año (desde 3% el 2022), con las economías desarrolladas cayendo a 0.4%, la de los países en desarrollo a 3.9% y América Latina sumergiéndose en 1.4% (vs. 3.8% en 2022).
Si los rezagos de la pandemia, la inflación global y el ajuste correspondiente son factores contribuyentes a esta pésima situación, la guerra es un factor determinante. Tanto que luego de un repunte poscovid, la proyección del comercio global para este año cayó -0.4 % en el marco de fuertes tendencias a la desglobalización.
Mientras esa fragmentación estimula otros conflictos y mayor armamentismo en escenarios regionales diversos, dejar que la guerra se resuelva solo mediante la dinámica militar va contra el interés global (incluido el de los beligerantes).
Al respecto se requiere la generación del momentum adecuado para negociaciones serias que se basen en el principio de integridad territorial de los Estados, la neutralización de zonas en las que colisionan fuerzas expansivas de ambos lados y se aseguren la reconstrucción y compensación al agredido. Sobre ello, es esencial atenuar la fricción entre grandes potencias en pleno reacomodo sistémico y consolidar el espacio liberal.