Escribe: Alejandro Deustua, internacionalista.
Con la economía norteamericana liderando en Occidente y la asiática decreciendo, la perfomance global parece expuesta a riesgos comerciales, geopolíticos y sistémicos incrementales.
Entre los primeros destacan el robustecido mercantilismo transformado en crudo ejercicio del poder que ya practica el Sr. Trump antes de su toma de posesión. Éste no se aplicará sólo a la competencia con China, sino también a los socios más cercanos (Canadá, México) para cambiar políticas (migración, drogas) sin importar acuerdos negociados por ese gobernante.
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El mensaje es claro: nadie estará libre del uso de las normas de protección norteamericanas sea por razones de competencia (autos europeos), daño (subsidios chinos) o razones de seguridad (competencia de terceros usando tecnología norteamericana o el intento BRICS de suplantar el dólar). La guerra comercial está declarada. Para mitigarla, el recurso a la retaliación y la negociación, antes que la aplicación de la ley, serán necesarias. Estancamiento global, mayor fragmentación y beligerancia creciente están a la vista.
En vez de adelantar conversaciones preventivas e implementar acuerdos económicos entre asociaciones democráticas y explotación de minerales críticos con Estados Unidos, el Perú sigue optando por un crecimiento sustentado en exportaciones primarias a China (cuya economía decrecerá a pesar del estímulo estatal) mientras la estancada Unión Europea se ajusta, incrementa su gasto militar debido al creciente riesgo geopolítico y se divide en torno a las maneras de afrontarlo.
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Estos riesgos debieran ser compensados por la disposición del Sr. Trump a poner fin o congelar la guerra entre Ucrania y Rusia y consolidar el alto al fuego entre Israel y Hezbolá. En el primer caso, la precariedad de un conflicto congelado parece la alternativa probable al sustantivo y riesgosísimo escalamiento y a la imposibilidad de triunfo de alguna de las partes que son superiores a sus limitaciones de recursos humanos y costos incrementales. Éste exigiría garantías de seguridad creíbles para el agredido, compromisos plebiscitarios del agresor aceptados por Ucrania y elevadísimos gastos de reconstrucción.
El segundo conflicto tampoco podrá ser definitivo con Gaza ocupada y Medio Oriente alterado por la brutal guerra desatada por Hamás que no desaparece y contagia hoy a Siria. Terminar con el terrorismo y establecer el equilibrio interestatal parece hoy improbable en ese escenario de confrontación milenaria.
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A ello se agrega una nueva carrera armamentista y la proliferación nuclear propias del avance multipolar acompañadas de la dimensión bélica de la inteligencia artificial. El año que termina es ciertamente el más peligroso desde la Guerra Fría. Y quizás no sea el último.
Agreguemos las amenazas del calentamiento global, la erosión de las calidades democráticas en el mundo (visible en el super ciclo electoral de este año) o el embate del crimen organizado trasnacional y tendremos suficientes motivos para gestionar resiliencia en lugar de festejos APEC e imprudentes privilegios chinos.
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