Huir a Uganda brindó a Emmanuel Tuyisenge algo que nunca hubiese podido obtener en el este de su natal República Democrática del Congo (RDC), un territorio sacudido por más de cien grupos rebeldes: poder imaginar un futuro distinto.
“En el Congo hay una guerra. Allí ves a otras personas muriendo a tu alrededor. Y cuando ves eso, no puedes pensar en otra cosa más que tú también puedes morir. Por eso decidimos marcharnos”, dice Tuyisenge.
En ese escenario, no tenía sentido hacer planes. La situación empeoró en 2022, cuando los combates del grupo rebelde Movimiento 23 de Marzo (M23) se intensificaron.
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Entonces, todo se desmoronó. Era imposible cultivar porque tanto el Ejército como los insurgentes convirtieron los huertos en campos de combates. Los niños no podían estudiar porque era peligroso, los secuestraban para obligarles a luchar.
Para Tuyisenge, escapar era la única opción. Este hombre de 49 años, su mujer y sus siete hijos empezaron a correr en la dirección opuesta de los disparos. Se separaron. Pero volvieron a encontrarse en Uganda, donde viven desde hace alrededor de un año.
Residen en el asentamiento de refugiados de Nakivale, uno de los más poblados de África.+
“Cuando llegamos, no teníamos nada -asegura Tuyisenge-. Pero poco a poco hemos empezado a asentarnos. Ahora tenemos huertos. Cuando cosechamos, podemos comer nuestra propia comida. Y lo más importante: tenemos paz”.
Esta familia también tiene una casa sencilla, con dos habitaciones, en un rincón tranquilo de Nakivale.
Aves pequeñas revolotean de una rama a otra en unos árboles cercanos, mientras decenas de niños juegan entre campos de maíz exuberantes, que ahora superan con creces su tamaño.
Tuyisenge observa todo esto y sonríe. Tiene un plan: abrir una peluquería.
Para desarrollar su proyecto recibe dinero en efectivo de la Federación Internacional de Sociedades de la Cruz Roja y de la Medialuna Roja (IFRC, por sus siglas en inglés), que tiene un programa para respaldar económicamente a refugiados como él.
Enseña orgulloso algunos objetos que ha comprado para su peluquería: una placa solar, tijeras, una maquinilla de afeitar. A Tuyisenge le encantaría usar los beneficios de ese negocio para pagar los estudios de sus hijos en Uganda.
“Bueno, si observamos la historia... Nunca he visto la paz en el Congo -lamenta-. Y creo que mis hijos tampoco la van a conocer”.
Una Uganda generosa con los refugiados
Uganda es el hogar adoptivo de más de 1,6 millones de refugiados, según la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).
Proceden de Sudán del Sur, RDC o Burundi, entre otros países, y han encontrado lo que esa organización ha descrito como una de las políticas de acogida más generosas del mundo.
Entre otras ventajas, los refugiados reciben alimentos todos los meses, aunque las raciones apenas llegan para alimentar a una familia.
También se les da una parcela pequeña para cultivar, mantas, esterillas y mosquiteras. Y pueden elegir marcharse de sus asentamientos, como Nakivale, para buscar un trabajo o empezar un negocio en cualquier otro sitio.
Sólo en Nakivale viven 185,990 personas. Es el asentamiento de refugiados más antiguo de África, reconocido como tal desde 1960.
Está en una zona rural y fértil del suroeste de Uganda. Se ha convertido en una ciudad pequeña, con un centro vibrante en el que camiones cargados de cosechas agrícolas se mezclan con mototaxis corriendo de un sitio a otro, negocios que anuncian sus productos con música a todo volumen, y buscavidas que venden comida callejera.
Los carteles de las tiendas están en varios idiomas: kinyarwanda, suajili, tigriña, francés, inglés…
La congoleña Ariane Umuhoza, de 31 años, huyó a este asentamiento después de que unos rebeldes matasen al marido de su hermana.
“La vida es un poco dura en Nakivale, pero intentamos salir adelante. Ahora, con el apoyo de IFRC podemos pagar las tasas escolares de nuestros hijos y comprar más comida”, comenta. Además, ha abierto un colmado pequeño que regenta con su marido.
Umuhoza asegura que le gustaba su vida en la RDC antes de que los rebeldes la destrozasen. Los niños podían estudiar. Sus huertos producían comida suficiente. Pero no puede volver, tiene miedo.
“Lo que me tenga que pasar, me tiene que pasar en Uganda. No puedo volver al Congo”, dice, mientras intenta construir una nueva vida para ella y sus cuatro hijos aquí, lejos del horror de la guerra.
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