La invasión rusa de Ucrania, iniciada el 24 de febrero de 2022, trastornó la vida de millones de personas. Tres ucranianos recuerdan cómo vivieron el inicio de la guerra y qué ha cambiado para ellos desde entonces.
Serguii Osachuk, de gobernador a soldado
La noche de la invasión rusa de Ucrania, Serguii Osachuk, por entonces gobernador de la región de Chernivtsi (oeste), la pasó con el sueño entrecortado: el día anterior había recibido un informe de la inminencia de una ofensiva de Moscú.
“Me despertaron las explosiones y los mensajes en mi teléfono indicando que la invasión masiva de Ucrania por parte de Rusia había comenzado”, explica.
Un año después, su vida ha cambiado radicalmente: Osachuk, de 50 años, guardó su traje en el armario para lucir un uniforme militar.
Convertido en teniente coronel en el cuerpo de los guardias fronterizos, se encuentra ahora en el corazón de los enfrentamientos en el este de Ucrania, epicentro de la guerra.
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“Estoy más feliz aquí que si me hubiera quedado de gobernador” en el oeste del país, que ha quedado más al margen de la violencia, dice. “Es una gran responsabilidad”.
Osachuk está a cargo de coordinar las acciones de su unidad con las de otras secciones del ejército. El exgobernador era reservista cuando la guerra estalló pero no pudo unirse a las tropas inmediatamente.
“Durante los seis primeros meses del año (2022), organicé la movilización (...) en Chernivtsi. Todos los días animaba a la gente a unirse a las fuerzas armadas”, explica.
“Cuando mi mandato terminó el 14 de julio, me uní de inmediato” al ejército, agrega.
Con el fusil automático encajado entre sus piernas mientras su vehículo avanza hacia Bajmut, escenario de violentos combates, Osachuk dice que seguirá con el uniforme puesto el tiempo que haga falta.
“Es aquí donde se decide el futuro de Ucrania y de las naciones libres del mundo”, afirma.
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Katerina Musienko y la lengua muerta
Antes de la guerra, Katerina Musienko, de la cosmopolita ciudad portuaria de Odesa (sur), hablaba únicamente ruso e incluso despreciaba a aquellos que preferían el ucraniano o el “surzhyk”, una mezcla de ambos idiomas.
Pero “todo cambió” para esta joven de 24 años cuando estalló el conflicto.
Aunque las explosiones ya sacudían Kiev, ella creía que las informaciones de ataques en Odesa eran “noticias falsas”.
No fue hasta que el presidente Volodimir Zelenski apareció en televisión para declarar la ley marcial que entendió que “todo eso era serio”.
Después, en marzo, su abuelo murió en un nuevo ataque ruso sobre Odesa.
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“Estaba tan sobrepasada, no sentía tristeza (...), solo asco y odio por todo lo que estuviera vinculado a Rusia”, confía.
“Del mismo modo que era una rusófona radical, me convertí en una defensora radical de la lengua ucraniana. Sin concesiones, de forma irrevocable”, insiste.
Sus padres y su novio la siguieron en esta transición lingüística.
Todavía fue un paso más allá al publicar en redes sociales un mensaje que pedía desmantelar las estatuas en homenaje a Aleksander Pushkin, emblema de la literatura rusa.
Después de esta publicación hecha viral, Musienko lanzó una oenegé para proteger el ucraniano.
Los idiomas “se desarrollan solo mientras están presentes en la vida cotidiana”, dice. “Si nuestros niños no hablan ucraniano, la lengua morirá”.
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Andrii Yeriomenko, “héroe del ferrocarril”
La guerra dejó huella en Andrii Yeriomenko: “Mi barba es más gris”, se queja este barrigudo conductor de tren, sentado en uno de los vagones vestido con su uniforme azul.
Descendiente de una larga estirpe de maquinistas ucranianos, Yeriomenko recuerda los primeros días de la invasión, cuando su equipo de una veintena de personas evacuó a miles de habitantes de Kiev.
Apretujada en los andenes de la estación, “la gente tenía miedo, estaba conmocionada: los niños, los perros, los gatos, los adultos, los ancianos”, explica.
“Rescatábamos a todo el mundo que podíamos. Podía haber diez, doce personas en compartimientos pensados para cuatro”, recuerda.
Con el tren repleto, empezaba una travesía de varias horas por todo el país, a veces con las luces apagadas para no ser avistados y atacados por los rusos.
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Lo peor eran “los niños y los animales asustados”, dice Yeriomenko, que trabaja en los ferrocarriles desde hace 34 años.
“Una vez, algo chasqueó en un vagón y una niña de cinco o seis años se lanzó al suelo, con las manos sobre la cabeza, gritando ‘bombardeo’”, cuenta.
Muy criticada antes de la guerra, la gestora ferroviaria Ukrzaliznytsia continuó funcionando bajo las bombas y permitió evacuar a millones de personas.
Ahora, muchos compatriotas consideran a los maquinistas los “héroes del ferrocarril”.
Pero Yeriomenko, con dos hijos en el frente, rechaza este calificativo.
“Simplemente hemos cumplido nuestro trabajo”, dice. “Ninguno de nosotros ha incendiado jamás un tanque, abatido un avión o matado a un ruso”.
Fuente: AFP
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