En algún punto de la próxima década, un aparato enorme, parecido a un tractor, empezará a arrastrarse por el suelo oceánico recogiendo pepas del tamaño de una papa llenas de metales cruciales para los vehículos eléctricos, el almacenamiento de las energías renovables y los teléfonos inteligentes. Nadie sabe cuán dañina podría ser la industrialización del océano profundo para el entorno marítimo. Incluso sus proponentes aceptan que perturbará y eliminará permanentemente hábitats poco explorados y mucho menos comprendidos.
Es un escenario lúgubre y –al menos por ahora– avanza rápidamente. En julio, las partes de una organización internacional encargada de vigilar esa minería se acercaron a su meta de aprobar regulaciones para finales del 2020. Ambientalistas y científicos han tomado parte en las discusiones. Sin embargo, las compañías que usarán esos minerales en sus productos –fabricantes de automóviles eléctricos como Tesla Inc., fabricantes de baterías como Panasonic Corp. y compañías de tecnología como Apple Inc.– se han mantenido en silencio. Si se quiere evitar los peores efectos de la minería en el océano profundo, tienen que hablar.
El océano profundo, generalmente definido como aguas a profundidades de 200 metros o más, representa 45% de la superficie de la tierra y 95% de su espacio habitable. Por siglos, los seres humanos creyeron que era un desierto. No obstante, la tecnología para la exploración ha avanzado rápidamente en las últimas décadas, lo que ha permitido a los científicos identificar aproximadamente 250,000 especies en las profundidades oscuras y frías. Y ese es solo el principio: los investigadores estiman que podría haber hasta 1.75 millones más de especies por descubrir, además de 500 millones de diferentes tipos de microorganismos.
Esa biodiversidad es amenazada por una abrumadora demanda global de metales y minerales. El año pasado, investigadores alemanes advirtieron de una escasez global de cobalto para el 2050, alimentada por un incremento en la demanda de instalaciones de almacenamiento energético y vehículos eléctricos. En mayo, un funcionario de Tesla dijo durante una reunión de mineros que la compañía ve venir una escasez de cobre, níquel y litio, todos fundamentales para la fabricación de baterías y otras partes de automóviles. Los recursos terrestres son cada vez menos atractivos debido a preocupaciones por el medio medio ambiente, la seguridad y los costos.
El océano profundo parece ofrecer una alternativa. Según cálculos actuales, solo una sección del suelo oceánico –la zona de Clarion-Clipperton que se extiende de Hawaii a Baja– contiene más cobalto, manganeso y níquel que ningún recurso terrestre conocido, además de depósitos significativos de cobre y otros metales. En junio, DeepGreen Metals Inc., un emprendimiento canadiense de minería en el océano profundo, aseguró la mayor parte de un paquete de US$ 150 millones para facilitar los estudios de factibilidad en el área. La minería en el océano profundo, asegura la compañía, producirá “metales éticos y limpios”, sin “explosiones, perforaciones, deforestación o impacto en las personas”.
Esa es una forma de verlo. La otra es más preocupante. DeepGreen busca sacar billones de rocas ricas en minerales conocidas como nódulos polimetálicos. Formados a lo largo de varios millones de años, estas rocas ahora apoyan formas de vida y hábitats únicos en sus superficies. Cuando desaparezcan, también lo harán esos organismos –probablemente para siempre–.
En 1989, investigadores arrastraron un arado diseñado para imitar la minería del suelo oceánico en una sección de la zona de Clarion-Clipperton, luego regresaron en los años siguientes para medir con qué rapidez se recuperaban los hábitats. Más de un cuarto de siglo después, en un estudio de 2015, encontraron que "la diversidad y la composición comunitaria no se habían recuperado". Los investigadores advirtieron que la pérdida de nódulos puede causar cambios con duraciones "de escala geológica" e impactarán las cadenas alimenticias más allá del suelo oceánico".
Resulta interesante que esta investigación represente el único estudio a largo plazo realizado sobre el impacto de la minería del océano profundo. De hecho, de acuerdo con el gobierno estadounidense, aproximadamente 80% del suelo oceánico permanece "sin mapear, sin observar y sin explorar". Las regulaciones propuestas que está redactando la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos, la organización global encargada por tratado de proteger y comercializar el suelo oceánico, exigirán declaraciones del impacto ambiental antes de iniciar las actividades, además de observaciones cuidadosas durante el mismo. No obstante, a falta de estudios base a largo plazo, esas declaraciones de impacto serán más adivinaciones que ciencia.
Esta incertidumbre plantea serios problemas de ética y reputación para las compañías de vehículos eléctricos, los fabricantes de baterías y otros proveedores de tecnología "verde" que esperan beneficiarse de la minería del suelo oceánico. ¿Cómo reaccionarán los clientes de Tesla si la oferta de baterías de la compañía lleva a la extinción de especies fotogénicas como el adorable pulpo albino, que pone sus huevos en los nódulos polimetálicos? ¿Está Apple preparada para arriesgar su trabajada reputación de ambientalista si los informes muestran que sus baterías han llevado al colapso de las pescaderías dependientes de la vida marina? Vale la pena recordar aquel video de 2015 de una pajilla en la nariz de una tortuga que despertó el movimiento global contra los plásticos desechables, el cual ahora está influyendo en las decisiones de las compañías petroquímicas más grandes del mundo.
El año pasado, el Parlamento Europeo pidió una moratoria a la minería del océano profundo hasta que se entienda mejor su impacto en los entornos marinos, la biodiversidad y las actividades humanas en el mar. Es una solicitud razonable que las compañías deberían aceptar, así sea solo para asegurar que sus reputaciones no se vean afectadas más adelante.
Las firmas también deberían exigir mejor investigación, tal vez con el patrocinio de organizaciones como Responsible Minerals Initiative, un consorcio que ayuda a algunas de las compañías más grandes del mundo a obtener minerales y metales con estándares responsables. Solo después de que las mineras y sus clientes entiendan el océano profundo, pueden –colectivamente– decidir cuánta biodiversidad vale una batería, un molino o un teléfono inteligente más delgado.
Por Adam Minter