Como nativo de Nueva Inglaterra que obvió su vuelo de regreso a casa, pronto descubrí que vivir en los trópicos tenía algunas ventajas colaterales a largo plazo. Para empezar, camiseta durante todo el año, clima confiable (caliente y más caliente aun) y Tom Jobim, sin mencionar una cultura bendecida por la informalidad en la que el único honorífico que contaba era la reina del carnaval. Sin embargo, aquí estaba, en una cálida tarde de diciembre en Río de Janeiro, con traje y corbata, bailando un vals con mi debutante, a quien me dijeron debía entregar a un príncipe demasiado joven para afeitarse. Todo esto mientras intento mantener los ojos secos y no pisar a mi hija.
Había escuchado mucho acerca de cumplir 15 años al sur del estrecho de Florida, el momento transformador en el que maquillaban y vestían a niñas adultas para presentarlas en sociedad. México es el ejemplo estándar de lo que se conoce como “quinceañero”. Perú y Colombia no se quedan atrás.
La cultura popular se ha unido a la fiesta, aunque no siempre bajo una luz halagadora. El año pasado, una adolescente mexicana organizó un falso secuestro en su presentación a sociedad bajo un conocido narcocorrido, o balada del cartel de drogas, que combinaba la cultura de la fiesta y el grave delito. El video se volvió viral. En “Jack Ryan” de Amazon Prime, la fiesta es una representación de un régimen podrido: el presidente venezolano se arrodilla para cambiar los zapatos de su heredera por tacones en el punto clímax de una exagerada fiesta de quinceañero cuando fuera del palacio cerrado sus compatriotas se mueren de hambre y vengadores mercenarios de la CIA conspiran.
Los 15 ahora también son sensación en Estados Unidos. Una niña que cumple 15 años en Texas puede costarle a las familias US$ 30,000 o más. La serie de televisión en español de HBO “Los Espookys”, dirigida a un público latinoamericano joven, comienza con un quinceañero, otra señal de que el poder blando latinoamericano ha cruzado la frontera en plena luz del día.
Pero, ¿cómo explicar la supervivencia de un rito de iniciación de generaciones cuando todos los códigos culturales que promocionó sobre la familia, la feminidad, el matrimonio y las aspiraciones de la vida han sido revolcados o disputados en un nuevo y confuso tiempo?
Después de todo, los adolescentes de hoy son la progenie de los padres que llegaron a la mayoría de edad bajo el interregnum más dominante de América Latina. Los valores culturales y los modales quedaron bajo escrutinio a medida que la sociedad se revelaba contra las juntas militares o sus representantes civiles y el dominio tóxico masculino que representaban. Las preciadas nociones de familia, matrimonio, iglesia y hogar cayeron en desgracia cuando la democracia regresó.
Las paterfamilias y las princesas ya eran cosa del pasado para los bien pensantes de la región; entró el feminismo y la iconoclasia. “No teníamos interés en las bailes de debutantes”, confesó mi vecina, Debora, periodista criada durante el gobierno militar brasileño. “Para mi generación, nada podría haber sido más pasado de moda”.
La revolución demográfica ayudó a calentar la agitación. La urbanización trajo consigo familias más pequeñas, ya que las mujeres tenían menos hijos, iban a clase y a trabajar. Hace treinta años, la mayoría de las mujeres brasileñas se casaron a los 23 o 24 años y tuvieron su primer hijo poco después. Hoy, el matrimonio y los hijos pueden esperar: en el 2018, la proporción de mujeres que se convirtieron en madres a los 24 años se había reducido a 39.4%, desde casi 52% en 1998. El número de madres primerizas mayores de 30 años aumentó a 36.6%, desde 24%.
Un resultado de todos estos cambios: la salida a sociedad ha perdido la mayor parte de su misión fundamental. "Los bailes debutantes ya no sirven para presentar a las hijas elegibles de familias de élite a la sociedad", dijo en una entrevista Renata Fratton Noronha, quien enseña historia de la moda en la Universidad de Feevale, en el estado de Rio Grande do Sul. "A los 14 años, muchas chicas ya han tenido su primer beso, van a fiestas sin supervisión de un adulto y algunas incluso tienen novios". ¡Qué susto!
Otros ritos sociales eclipsan este baile, como el derecho de voto a los 16 años, conducir a los 18 y la mayoría de edad a los 21. Muchas adolescentes preferirían un viaje o cena con amigos a un pas de deux con un príncipe.
Sin embargo, el baile de los quince debe continuar. Tal vez la clave de la resistencia de los 15 no esté en un paseo elegante hacia un pasado que tal vez nunca haya existido, sino en la predilección de los debutantes de hoy en día para acoger una mezcla de estilos y sensibilidades desde pompa hasta pop.
O al menos eso me pareció cuando negocié el paso de la caja vienesa con mi adolescente contra “A Thousand Years” de Christina Perri. Y esto de la niña que ve RuPaul’s Drag Race, advierte a sus seguidores de Instagram sobre machismo y trastornos alimentarios, se extasía con el funk brasileño a tal punto que me hace palidecer y no puede decidir si Dios es Nicki Minaj o Cardi B.
Para complicar esta elaborada estética, la tendencia entre pares competitivos es convertir los cumpleaños en actuaciones teatrales y exageradas. Mi hija convocó a 15 mejores amigas en vestidos iguales para ejecutar una coreografía que oscilaba entre el top 40 para adolescentes y Bollywood.
Tales espectáculos pueden conducir fácilmente al estrés financiero, ya que los costos de producción y el presupuesto de vestuario aumentan. ¿Tiara de cristal? Lista. ¿Vestido de fiesta largo para vals? Listo. ¿Segundo vestido elegante para la hora loca? Listo. Y ¡ay de que el anfitrión no tenga sandalias con monograma para cuando las adolescentes quieran quitarse los tacones y bailar!
La tendencia al exceso ha crecido a medida que las familias se reducen, y madres y padres complacientes les cuesta decir que no a despilfarro. "Establecer límites es un gran problema hoy", dijo Gabriela Krebs, psicoanalista de Río de Janeiro que asesora a adultos y adolescentes. "Los padres y especialmente las madres se involucran en algo competitivo, ya que quieren que la fiesta de su hija sea la más lujosa, lo que infla el evento".
En muchos sentidos, el quinceañero no es la culminación, sino una estación en un viaje desde los cumpleaños temáticos de la escuela primaria hasta las espectaculares ceremonias de boda, que están de vuelta y son más grandes que nunca.
Demos un vistazo a la floreciente industria de las fiestas: los anfitriones que contratamos tenían reservas hasta el 2021. Las ofertas de paquetes comienzan con 60 invitados. El padre de una compañera de clase de mi hija me dijo que comenzó a ahorrar cuando su hija tenía 13 años. Otro conocido invitó a 350 amigos al quinceañero de su hija en un elegante club de Río de Janeiro, que costó alrededor de US$ 125,000.
Tal ostentación puede ser impactante, sobre todo en Brasil, una de las sociedades más desiguales del mundo. Pero la salida en sociedad es un sueño que trasciende el nivel social. Las familias de recursos más modestos agrupan recursos, combinan listas de invitados y realizan rifas para pagar su fiesta colectiva de quinceañera. Otros pagan en cuotas, a menudo más de lo que pueden costear.
El regreso del baile de debutante también podría reflejar un cambio social más amplio, mediante el cual las familias aspirantes incómodas con el desordenado orden mundial multicultural liberal responden cerrando filas e inyectando esteroides a los ritos olvidados de sus abuelos. “A medida que las naciones se enfocan más en sí mismas, las tradiciones van más allá”, dijo Javier Corrales, analista político de Amherst College. “Celebraciones como el quinceañero están de regreso y son más grandes que nunca, probablemente magnificadas por las redes sociales”.
Quizás el regreso a una era dorada de tradición es solo parte de la política retro que se está apoderando del mundo, incluida América Latina, en la que los candidatos que miran hacia atrás invocan una forma de vida fugaz y en muchos casos imaginada. "La extravagancia en el salón de baile puede ser una forma de escapismo, un deseo de recuperar el estatus perdido y las costumbres", dice Fratton Noronha. "Es un mundo de feminidad pasada, donde las mujeres son esposas, madres y amas de casa".
Las debutantes de hoy no ignoran las contradicciones políticas. Peinadas y vestidas, suben a un escenario construido para ellas por patriarcas nostálgicos, pero uno que, aunque bien planificado, difícilmente puede contenerlas. Basta con dar un vistazo a su Instagram.
Por Mac Margolis