Por Andreas Kluth
La Unión Europea, que ha controlado en gran medida la propagación del COVID-19 y, comprensiblemente, quiere seguir así, está decidiendo a quién dejar entrar en sus fronteras a partir del 1 de julio.
Y la lista de países aprobados, que se publicará la próxima semana, aparentemente no incluirá a Estados Unidos. Muchos estadounidenses se indignarán y su presidente, Donald Trump, seguramente tendrá una rabieta.
Al darle un vistazo a la lista, que aún está en elaboración y que se actualizará cada 14 días con base en nuevos datos epidemiológicos, solo enloquecerá a los estadounidenses.
¿Cómo se atreven esos europeos a tratarnos como a los brasileños y rusos, que también estarán restringidos? ¿Cómo se atreven a tratarnos peor que a los visitantes ugandeses o vietnamitas, que reciben luz verde? Incluso China, el origen de la pandemia, está en la lista.
Aunque, lo único digno de indignación en todo esto es esa actitud estadounidense. Trump y sus amigotes quieren hacer parecer que absolutamente todo, incluso la epidemiología, no solo es algo político, sino que también se trata de él.
La Unión Europea, por su parte, está tratando de basar su decisión exclusivamente en la ciencia. Utilizando esos criterios, pregúntese: ¿por qué la UE intentaría mantener alejados a los viajeros estadounidenses no esenciales?
El mapa mundial de casos del SARS-CoV-2 ha cambiado desde que el coronavirus se propagó desde China a principios de año. Durante un tiempo, Italia, España y otras partes de Europa fueron el epicentro. Pero la mayor parte de la Unión Europea (a la que Gran Bretaña ya no pertenece) ahora ha controlado la transmisión del virus.
De hecho, países como Alemania ahora se pueden dar el lujo relativo de cambiar los confinamientos generales por restricciones locales y temporales, cuando hay brotes aislados, como en la ciudad de Guetersloh. Volver a importar el virus al por mayor desde regiones donde todavía no está controlado sería irresponsable.
Y EE.UU. es una de esas regiones. Como país, actualmente es el epicentro mundial, con más de 2.3 millones de casos y más de 120,000 muertes por COVID-19. Dentro de él, algunas regiones tienen el virus bajo control, mientras que otras, por ejemplo, Texas, Arizona y Florida, no.
Pero tal variación regional también se aplicó a la Unión Europea cuando Trump impuso una prohibición generalizada a los visitantes europeos en marzo, en un momento en que el virus ya se estaba extendiendo principalmente en EE.UU.
De hecho, esa decisión, al igual que el menosprecio adicional que es esperable que Trump acumule ahora por los europeos, fue principalmente política.
Desde antes de asumir el cargo, Trump ha tratado a algunos países y líderes europeos, especialmente a la canciller alemana, Angela Merkel, más como enemigos que como aliados. Es cosa de mirar su decisión de retirar aproximadamente una de cada cuatro tropas estadounidenses apostadas en Alemania, aparentemente para saldar cuentas personales.
En cambio, en el lado europeo hay un esfuerzo genuino por mantener la política fuera de las decisiones sobre las restricciones de viaje. Sí, la reciprocidad es sin duda un factor para la decisión: EE.UU. aún mantiene fuera a los visitantes europeos.
Sin embargo, la principal consideración de los europeos, según informa el New York Times, es el número promedio de infecciones por cada 100,000 personas en las últimas dos semanas. En la Unión Europea en su conjunto, actualmente son 16. En EE.UU., son 107. Caso cerrado.
En realidad, la mayoría de los europeos quieren que los visitantes estadounidenses regresen, al igual como quieren reanudar sus viajes a Estados Unidos. Les gustan los estadounidenses como turistas, socios comerciales, aliados y, sobre todo, amigos. Y quieren que las relaciones transatlánticas terminen con la era de hielo en la que han estado congelados desde que Trump entró en la Casa Blanca. Pero también quieren mantener a raya la pandemia.
La mayoría de los estadounidenses lo entenderán y lo tendrán en cuenta cuando Trump comience a atacar a Europa nuevamente. Pero otros se enfadarán. Los partidarios de Trump lo harán porque este gesto europeo les hace ver sus propias fallas en la respuesta al coronavirus.
Otros se enfurecerán porque piensan que EE.UU., especialmente en sus relaciones con Europa, debería estar sujeto a reglas diferentes a las de cualquier otro país. Pero ese es exactamente el tipo de excepcionalismo estadounidense, a menudo expresado en el “exencionismo” internacional, que critiqué recientemente.
Como viajero transatlántico habitual, espero que todas las restricciones desaparezcan lo antes posible. Pero la mejor manera de lograrlo es que Estados Unidos comience a enfrentar este brote adecuadamente.