Por Adam Minter
Durante décadas, los médicos reconocieron varias formas en que un diagnóstico de presión arterial alta podría derivar en discapacidad y muerte: accidentes cerebrovasculares, ataques cardíacos e insuficiencias renales. Los médicos en China habrían encontrado otra forma: el nuevo coronavirus. Bloomberg News informó la semana pasada que los médicos identificaron la hipertensión como “un factor peligroso clave” que provoca aflicción y muerte en pacientes con coronavirus. En enero, por ejemplo, casi la mitad de las muertes en un grupo de pacientes con COVID-19 ocurrió en personas con presión arterial alta.
Un grupo distinto de médicos establecidos en China informó hallazgos similares en The Lancet, mientras otros tres médicos plantearon la hipótesis de que los pacientes que toman medicamentos comunes para la hipertensión (inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina, ECA) corren el riesgo de desarrollar infecciones peores por COVID-19. Otras enfermedades subyacentes —especialmente la diabetes— también contribuyeron a la muerte de los pacientes con el virus, pero ninguna fue tan predictiva como la hipertensión.
Estos hallazgos preliminares son fatídicos. La hipertensión es el principal factor de riesgo prevenible de muerte prematura y discapacidad en todo el mundo. Sin embargo, la mayoría de las personas en países de bajos y medianos ingresos como China no se diagnostican ni reciben tratamiento, incluso a medida que aumenta el número de casos en estas regiones. Por ahora, nadie puede decir con certeza que los países y regiones que no tratan afecciones curables como la hipertensión son más vulnerables al coronavirus. Sin embargo, epidemias anteriores muestran que una infraestructura de atención médica débil es menos capaz de manejar brotes de enfermedades infecciosas. A medida que la comunidad global comienza a buscar formas de detener la próxima pandemia actual, un paso clave será garantizar que los sistemas de salud sean capaces de tratar los problemas de salud más comunes, así como los emergentes e inesperados.
La hipertensión, como la mayoría de las dolencias que surgen más adelante en la vida, tiende a ocurrir en sociedades acomodadas y de vida más extensa (las sociedades de cazadores-recolectores no tienen mucha incidencia), donde las personas tienen comportamientos poco saludables, como mala alimentación, alto consumo de alcohol y falta de actividad física. Particularmente vulnerables son los países de bajos ingresos en los que el ocio y las dietas excesivas son recientemente accesibles, y donde la infraestructura médica no se ha expandido tan rápido como el deseo de comer, por ejemplo, comida rápida salada.
Esto es especialmente cierto en China, donde 153 millones de personas —o el 18% de la población— tenían hipertensión en el 2002. En el 2015, llegó al 23.2% de la población, o 244.5 millones de personas. 435.4 millones de personas adicionales, que representan el 41.3% de la población de China, mostraron signos tempranos de hipertensión. Sin embargo, a partir del 2015, solo el 46.9% de los enfermos de hipertensión chinos estaban al tanto de su condición, el 40,7% estaba tomando medicamentos recetados y solo el 15.3% tenía la enfermedad bajo control.
El patrón de China no es único. Una encuesta del 2016 de datos de hipertensión de 90 países, realizada entre el 2000 y 2010, reveló que el 31.5% de las personas en países de bajos y medianos ingresos tenían hipertensión en el 2010, un aumento del 7.7%. No obstante, el número de casos que estaban bajo control disminuyó de 8.4% a 7.7%. Lo peor de todo es que a los países de bajos y medianos ingresos les fue mucho peor en comparación con los países de altos ingresos, donde la prevalencia de hipertensión efectivamente disminuyó durante ese período, mientras los porcentajes de toma de conciencia, tratamiento y control aumentaron.
Estas disparidades no son difíciles de explicar. El diagnóstico y el tratamiento de la hipertensión requieren que los médicos generales tengan acceso a equipos médicos básicos y remedios. Sin embargo, los facultativos son escasos en todo el mundo: 76 países tienen menos de un médico por cada 1,00 personas, que es la recomendación mínima de la Organización Mundial de la Salud. Tres mil millones de personas, a nivel mundial, no tienen acceso a un profesional de la salud. Estos problemas son especialmente agudos en los países donde el diagnóstico y el tratamiento de la hipertensión son más escasos. En China, por ejemplo, había dos médicos por cada 1,00 personas en el 2018, en comparación con 2.8 en Canadá, pero se concentraron en ciudades y especializaciones bien remuneradas, no en medicina general, especialmente en los campos de China y las ciudades secundarias. Esto tuvo consecuencias trágicas en los albores de la epidemia del coronavirus: los hospitales de Wuhan tenían poco personal y estaban atiborrados de pacientes.
Es demasiado pronto para hacer una afirmación definitiva de que la presión arterial alta es un factor de riesgo para las complicaciones del coronavirus. Determinarlo requerirá un número mucho mayor de infecciones y estudios revisados por pares. Ambos están por llegar. Pero no es demasiado pronto para alarmarse de que las muertes por coronavirus parecen ocurrir a una tasa más alta en personas con una afección conocida —la hipertensión— que se diagnostica y trata a menores tasas en países de bajos y medianos ingresos. Si, de hecho, este fenómeno se confirma, destaca algo que los profesionales de la salud pública mundial conocen desde hace mucho tiempo: la falta de acceso a la atención médica básica debilita la capacidad de enfrentar crisis de salud más grandes. Es un problema para los responsables políticos abordar cuando la pandemia ha pasado.