El verano pasado, Rosie Ibarra López se reunió con un mauritano en un centro de detención de inmigrantes de Arizona, donde trabaja con una organización sin ánimo de lucro que ayuda a los solicitantes de asilo.
Le preguntó si hablaba francés. El hombre negó con la cabeza. Le preguntó si hablaba wólof, una lengua usada en ciertas zonas de África Occidental. De nuevo dijo que no. Enumeró una letanía de posibilidades, pero cada vez la respuesta era negativa. Finalmente probó con el pulaar, una lengua de la cuenca fluvial que comparten Senegal y Mauritania. El hombre le dirigió una mirada de alivio.
Al no hablar pulaar, Ibarra hizo lo que muchos defensores de la frontera entre Estados Unidos y México hacen cada vez más: Envió un correo electrónico a Respond Crisis Translation, que consiguió un intérprete de pulaar para su siguiente encuentro con el hombre. El objetivo, dice Ibarra, es preparar a los inmigrantes para un proceso legal que puede durar meses o incluso años, “pero sólo podemos hacerlo si contamos con una interpretación adecuada”.
Respond cuenta con intérpretes de más de 170 idiomas que cubren un hueco en el creciente sistema de asilo estadounidense. A medida que el número de inmigrantes que llegan a Estados Unidos alcanza cifras récord, aumenta el número de personas que vienen de lejos. Y las empresas privadas de traducción no siempre pueden dar cabida a lenguas poco comunes como el zaghawa de Sudán, el shuar de Ecuador, el zomi de Myanmar y docenas de otras, a veces dialectos hablados por solo unos pocos miles de personas.
Desde su fundación en 2019, Respond ha pasado de ser un minúsculo colectivo a contar con más de 2,500 intérpretes y traductores en todo el mundo, lo que le permite encontrar rápidamente hablantes de lenguas poco comunes.
“Llegan montones de solicitudes de idiomas donde antes no los había”, dice Ariel Koren, que lanzó la organización sin ánimo de lucro de California como un proyecto paralelo mientras trabajaba en Google. “Nos apresuramos a buscar en nuestras redes y nuestras comunidades a las personas que pueden hacerlo”.
Koren, que habla nueve idiomas, desarrolló la idea con un puñado de otros intérpretes que ayudaban en clínicas sanitarias y centros de detención. Había trabajado en Google Translate y formaba parte de un programa de la empresa que proporcionaba ordenadores a escuelas de América Latina, pero a medida que iba conociendo casos de inmigración de alto riesgo que requerían expertos en idiomas, quiso hacer más. El año pasado, Koren dejó Google para trabajar en Respond de tiempo completo.
Al principio, el grupo ayudaba a inmigrantes acampados a lo largo de la frontera entre Estados Unidos y México, traduciendo pruebas para las audiencias de asilo. A partir de ese primer equipo básico, la red se amplió rápidamente a docenas, luego cientos, de intérpretes a medida que se disparaban las peticiones de ayuda.
Primero recurrieron a las donaciones de familiares y amigos, y a finales de 2020 el grupo lanzó una campaña de crowdfunding que recaudó unos US$ 20,000. Al año siguiente, Koren empezó a pedir contribuciones a organizaciones que habían empezado a confiar en sus servicios, que Respond utilizó para ofrecer el pago a más personas de su red, sobre todo a los que son migrantes o refugiados.
Hace unos dos años, el equipo recibió un par de subvenciones por un total de US$ 225,000, que permitieron a Respond contratar más personal, ampliar la formación, crear un sistema automatizado para enrutar las solicitudes de traducción y añadir más idiomas a su sitio web. Cuando estalló la guerra en Ucrania, el grupo envió a alguien a la frontera del país con Polonia para repartir folletos en los que se ofrecían traducciones confidenciales.
Actualmente Respond cuenta con personal o voluntarios en 87 países, desde Brasil a Egipto o Afganistán, y ha colaborado con casi 500 organizaciones sin ánimo de lucro, participando en seminarios en línea para solicitantes de asilo rusos en Argentina, traduciendo boletines de notas para niños inmigrantes en escuelas de Estados Unidos, interpretando para terapeutas que tratan a supervivientes de torturas, y cientos de otros trabajos grandes y pequeños. También recibe solicitudes gratuitas de inmigrantes de todo el mundo, lo que ha contribuido a aumentar su número total de casos en un 30% este año, hasta más de 5,000.
El Gobierno estadounidense contrata a empresas privadas como LanguageLine Solutions, Lionbridge Technologies y TransPerfect Translations -las mismas que prestan servicios a clientes privados como bancos y hospitales- para que interpreten en las entrevistas de selección y las comparecencias ante los tribunales.
Estas empresas forman parte de lo que el investigador de mercado Nimdzi Insights calcula que es una industria mundial valuada en US$ 69,000 millones, que va desde la traducción de certificados de nacimiento al doblaje de películas y programas de televisión. Pero un memorándum difundido el año pasado en el Servicio de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos decía que la agencia “puede no tener intérpretes fácilmente disponibles” para los idiomas menos comunes, y que en tales situaciones los casos deben quedar en suspenso hasta que se pueda encontrar un intérprete certificado.
Los inmigrantes tienen más probabilidades de que se les niegue el asilo si hablan una lengua poco común, según investigadores de la Universidad de Siracusa. Laura St. John, directora jurídica del Florence Immigrant & Refugee Rights Project, el grupo para el que trabaja Ibarra, recuerda a una clienta que hizo su primera entrevista en español en vez de en su chuj natal. Fue deportada y pasó ocho años apelando su caso (que finalmente ganó) en parte debido a errores en su expediente de esa primera conversación. “Ese error de traducción la persiguió durante todo el proceso”, dice St. John.
El mauritano de Arizona tuvo más suerte. La solicitud de Ibarra llegó a una empleada de Respond en Berlín, que buscó en la red del grupo a alguien que hablara el dialecto del hombre. Al no encontrar nada, envió el correo electrónico a Doudou Koné, profesor de inglés en un instituto en Senegal. Trabaja como intérprete de wólof y francés y se encarga de localizar a hablantes de varias lenguas de la región.
Koné consultó a sus contactos en Facebook y WhatsApp, y al final encontró a alguien en el norte de Senegal que podía entender al cliente. Cuando puso a la intérprete al teléfono y se sentó con el hombre en una pequeña habitación, Ibarra le explicó primero que ella no era del Gobierno, sino que estaba allí para ayudarle con su solicitud de asilo. Tras establecer poco a poco un clima de confianza, empezó a desgranar su historia. “Este cliente me contó que había estado en la cárcel”, dice Ibarra. “Le pegaron. Lo torturaron. Y fue entonces cuando decidió huir”.