Seis meses tras el paso del huracán Otis, Acapulco está en el suelo. Sus calles siguen llenas de escombros. Edificios alguna vez valorados en millones de dólares están abandonados. Y decenas de semáforos no funcionan. Esto no es solo una catástrofe económica y humanitaria, sino también una vergüenza nacional.
Pero nada de esto parecía importar en el enorme hotel Palacio Mundo Imperial, donde los principales banqueros de México se reunían para su cumbre anual, seis semanas antes de una crítica elección nacional.
La élite de México parece demasiado cómoda con una eventual victoria de Claudia Sheinbaum, la protegida del presidente Andrés Manuel López Obrador. Los líderes empresariales la ven como más tecnócrata, menos injuriosa, y que implementará políticas más efectivas; algunos incluso esperan que ponga en marcha un plan integral para arreglar a la petrolera estatal Pemex y su pesada carga de deuda de más de US$ 105,000 millones.
Y en el poco probable caso de que gane su rival Xóchitl Gálvez, eso también sería positivo para los negocios dada su tendencia favorable al mercado (conté 15 rondas de aplausos durante su apasionada presentación ante los banqueros, en comparación con tres para Sheinbaum). En cualquier caso, están contentos de poder finalmente decirle adiós a AMLO: a pesar de los beneficios récord que obtuvieron durante su mandato, su estilo intervencionista nunca cayó bien.
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Este relativo optimismo subestima los riesgos políticos y financieros que se avecinan para la segunda economía más grande de América Latina. Les explico:
Sheinbaum lleva meses con una ventaja de dos dígitos en las encuestas. Cuenta con todo el apoyo de AMLO, recursos ilimitados y una campaña basada en la idea de que es la sucesora natural de un presidente popular (considera a su Gobierno como el “segundo piso” de la actual “transformación” del país).
Su estrategia se centra en evitar errores no forzados, repetir un guion que coloca al Estado en el centro de todos los grandes planes, y no entregar muchos detalles en los temas más controversiales. Tampoco tiene ningún incentivo para pelear con la clase empresarial de México, como fui testigo en Acapulco: “Vamos a tener buenas relaciones, necesitamos trabajar conjuntamente, y ahí donde no estemos de acuerdo con algunos temas, siempre tengamos el diálogo para salir adelante”, dijo Sheinbaum a los banqueros.
Prometer a personas influyentes que todo estará bien es receta segura para ganar elecciones. Pero no despeja dudas sobre como abordará algunos de los problemas más urgentes de México, como las finanzas de Pemex, la inseguridad, la corrupción y la militarización del Estado.
También está el difícil tema de las cuentas fiscales: tras predicar la austeridad durante la mayor parte de su sexenio, AMLO deja el país con el mayor déficit fiscal desde los años 80. El próximo Gobierno deberá implementar un doloroso ajuste de casi tres puntos del PBI que probablemente paralice la economía. Si Sheinbaum gana, tendrá la difícil tarea de devolver las finanzas a una senda sostenible. Mi apuesta: distribuirá el ajuste a lo largo de los años en lugar de aumentar los impuestos o realizar un fuerte recorte presupuestario, incluso si eso aumenta el riesgo de una rebaja de la calificación de la deuda.
Es cierto que México tiene una cuenta corriente sólida y fácil acceso al financiamiento internacional. Pero también enfrenta la inusual combinación de una política fiscal expansiva, desaceleración del crecimiento, altas tasas de interés, un “súper peso” que perjudica las exportaciones y una persistente inflación que según analistas superaría la meta del Banco de México hasta al menos 2026. El médico recomendaría tener mucho cuidado con pacientes como estos.
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Además, no debemos subestimar un posible regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Su retórica anti-México ya le ayudó en 2016 y recuerde que el tratado comercial T-MEC está sujeto a revisión en dos años.
En comparación con su predecesor, la élite ve a Sheinbaum como alguien pragmática, receptiva a las ideas y centrada en los procedimientos, por ejemplo en temas clave como la transición energética y el cambio climático. Bien podría ser así, dada su formación académica. Pero también es un acto de fe. Todo dependerá de las circunstancias políticas y de su capacidad de liderazgo, porque la realidad es que se trata de una transición inusual. Por ahora, Sheinbaum repite los mantras de su jefe, incluso las malas ideas, como elegir a los jueces de la Suprema Corte de Justicia por voto popular.
La mano de hierro de AMLO ha asegurado la estabilidad política en México durante su sexenio, y seguramente no querrá que Sheinbaum se desvíe de esa senda. De hecho, AMLO quiere seguir muy presente. Cinco meses antes de dejar su cargo propone medidas controversiales, como destituir a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o la expropiación de la planta de hidrógeno de una empresa francesa. Con lo obsesionado que está con su legado, no cederá el poder hasta el último momento.
México necesita reformas en varias áreas, como educación, infraestructura (especialmente en temas hídricos) y seguridad (más del 60% de los mexicanos dice sentirse inseguro en sus ciudades). Si Sheinbaum intenta cambiar el rumbo de AMLO, como, por ejemplo, reanudar la necesaria inversión privada en energía limpia, ¿su partido seguirá sus órdenes? Morena, donde conviven realistas con radicales, es un movimiento vertical construido a semejanza de AMLO: ¿Seguirá el libreto de la nueva líder? ¿AMLO cumplirá con su promesa de no eclipsarla y quedarse en su rancho en Chiapas? Estos temas no parecían preocupar a los banqueros.
No me malinterpreten. No se está gestando ninguna crisis inmediata y mi optimismo sobre las perspectivas de México sigue firme. El país está cerca del pleno empleo, los planes sociales de AMLO han ayudado a sostener la demanda interna y el riesgo más grande para el país –una recesión en Estados Unidos, su mayor socio comercial– parece descartado. Y al final ¿qué país no tiene desafíos?
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Pero aún queda un grado significativo de incertidumbre política y económica. A pesar de los aumentos en los salarios reales y el gasto social, AMLO terminará su mandato con poco más del uno por ciento de crecimiento promedio anual del PBI. Es un desempeño inferior al de Estados Unidos y Brasil, los otros líderes regionales. La oportunidad que brinda el ‘nearshoring’ es real, pero también puede escapársele de las manos sin políticas efectivas que la sostengan, o si el próximo residente de la Casa Blanca decide que quiere estas empresas en Estados Unidos.
El Fondo Monetario Internacional prevé que el crecimiento de México será de solo 1.4% el próximo año. Será una amarga bienvenida para quien gane las elecciones. Por lo tanto, el próximo presidente debería hacer mucho más para acelerar la actividad y encontrar un modelo de desarrollo que acerque a los mexicanos a la prosperidad. Requerirá decisiones audaces y, dadas las restricciones fiscales, también deberá involucrar al sector privado.
En las calles de Acapulco se ve la evidencia del riesgo de la complacencia, tanto a la hora de prepararse para un desastre natural como durante la reconstrucción. Razón de más para que los líderes empresariales de México no sigan sonámbulos durante esta transición política, esperando que un presidente ofrezca un marco favorable a las empresas. En cambio, deberían presionar más para lograr la planificación y los detalles necesarios para que esto suceda.
Por Juan Pablo Spinetto